LIBROS
Los dobles sentidos de Joanna Walsh
Tras sorprender con «Vértigo», la autora británica aborda el tema de la incomunicación en el libro de relatos «Mundos del fin de la palabra»
A Joanna Walsh le incomoda que las palabras «novelista» y «escritor» sean usadas con tanta frecuencia como sinónimos. Ella es escritora y novelista, pues en su bibliografía figura una novela, Hotel , pero la estructura clásica de la novela no le interesa demasiado, sobre todo si cuentan sus páginas de cien en cien. Cree que leer un libro debería ser como ir al cine, que solo lleva unas pocas horas.
La autora británica, también ilustradora y ensayista en cabeceras como Granta o The London Review of Books , prefiere apostar por otros géneros de ruptura: jugar con la ambigüedad del lenguaje, fracturar las convenciones narrativas… ¿Por qué una colección de relatos, una amalgama que incluya cuentos más tradicionales y también poemas o reflexiones sin demasiada armonía, no puede ser también una novela?
Con Vértigo , su primer libro traducido al español, ya demostró en 2018 que las etiquetas no bastan para ubicarla. Las de Vértigo eran historias con la mujer como hilo conductor, pero en ellas había un componente de huida que ensamblaba de manera magistral esa escritura esquiva con los miedos que asfixiaban a las madres, esposas, hijas y amantes que las protagonizaban.
Dueña de un estilo sensible, punzante y, sí, vertiginoso, firmó uno de los títulos más atractivos del año. La mejor noticia no fue su presentación en sociedad, sino saber que desde 2012, cuando se decidió a poner por escrito todas esas ideas que le habían rondado por la cabeza durante tanto tiempo, había firmado varios libros de relatos: Fractals (2013), Grow a Pair (2015) y Worlds from the Word's End (2017), que en la traducción de Vanesa García Cazorla llega ahora en español, también en Periférica, con el título Mundos del fin de la palabra .
Aquí los relatos –Walsh prefiere llamarlos postales, por qué no– dan vueltas sobre la incomunicación. En uno de ellos, el que tiene la forma más convencional, una mujer explica en una carta a su expareja por qué no pueden seguir juntos. Lo original en este relato es que escribe desde un mundo en el que solo se habla con interjecciones o gestos; la palabra ha desaparecido: primero fue la falta de concreción, el no llamar las cosas por su nombre, luego la dejadez gramatical –«decíamos «es como muy así»»– y al fin la imposibilidad de expresar los sentimientos: «Pero todavía pensamos, de un modo que ya no puedes describir».
Ese punto de ironía no esconde una falta de piedad que Walsh ha convertido en seña de identidad. También lo son la estructura de sus frases, cortas, a menudo con dobles sentidos, y un baile entre el realismo y lo fantástico, entre lo autobiográfico y la ficción, que exigen del lector un esfuerzo considerable. Cuando subvierte el cuento de hadas clásico sin dar ninguna explicación o cuando categoriza a un grupo de amigos por sus hábitos de lectura, Walsh está apelando a la inteligencia literaria. La que, con la aquiescencia de quien lee, hace posible un tipo de comunicación fascinante.
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