MÚSICA

Abraham Boba: «La insatisfacción política no tiene nada que ver con quien esté en el poder»

El responsable de las letras y los teclados de León Benavente hace un alto en la gira de la banda para hablarnos de cómo vivieron el éxito con 40 años, tras una vida en bandas «deficitarias de público», hasta convertirse en uno de los referentes del pop y el rock en España

Abraham Boba, en el Teatro Colón de La Coruña Miguel Muñiz
Israel Viana

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Al llegar a la cafetería de la librería Ocho y Medio de Madrid, en frente de los cines Golem, Abraham Boba (Vigo, 1975) espera tranquilo leyendo uno de los pocos poemarios traducidos al español de Lawrence Ferlinghetti , figura olvidada de la generación beat. «Nunca se le hizo mucho caso, pero lo más fuerte es que todavía está vivo. Tiene 100 años y regenta una librería en San Francisco desde 1953, City Lights. Yo creo que está a la altura de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, pero a España llegó menos… ¡Y mola mucho!», comenta al presentarse.

Él mismo ha escogido el punto de encuentro, porque, tras 12 años viviendo en Madrid, hace un mes que se mudó a una pequeña aldea de Val Miñor, comarca entre Vigo y Portugal, y quiere aprovechar para ver «Parásitos» , la película del director coreano Bong Joon-ho que ganó la Palma de Oro en el último Festival de Cannes. «Si nos liamos y se nos pasa la hora, no pasa nada», apunta. Y eso que al día siguiente, a las 7 de la mañana, se sube a la furgoneta para la presentación del tercer disco de León Benavente ,Vamos a volvernos locos (Warner, 2019), en el Teatro Colón de La Coruña. Y al siguiente, en Oporto, dentro de la gira que les tendrá ocupados casi todo 2020. «Si no la empezamos hace dos meses, te aseguro que… ¡Uf! Estábamos al límite de pasta, porque llevamos un año sin tocar, a pesar de que hicimos algunos conciertos con Nacho Vegas», reconoce.

Fue precisamente acompañando al cantautor asturiano donde Boba (letras y teclados) conoció hace años a Eduardo Baos (bajo), César Verdú (batería) y Luis Rodríguez (guitarra). Todos músicos bregados en bandas «deficitarias de público» como Schwarz, Belmonde y Tachenko, hasta que en 2013 decidieron aprovechar un parón en la gira de Nacho para grabar por su cuenta unas canciones que habían surgido al margen del jefe. De ahí salió su autoeditado debut, que, por sorpresa, llamó la atención de prensa y público. Empezaron a llenar salas y a recibir llamadas de festivales, hasta convertirse en una especie de referente del mal llamado indie español. Y Warner llamó a su puerta... cuando ya peinaban canas y rondaban los 40. «Nunca sabes cuándo te va a llegar el éxito. Y no hay fórmula posible que seguir para lograrlo», subraya.

Las claves son imprevisibles e inexplicables, quiere decir...

¡Claro! Puede llegar por cualquier cosa o no llegar nunca.

Nacho Vegas podría haber formado parte de León Benavente. ¿Se planteó alguna vez?

No, la verdad. Nunca lo pensamos… ¡Es la primera vez que me lo preguntan! Pero no, porque una de las razones por las que montamos León Benavente fue que, cuando él decidía parar la gira para hacer otro disco, como es lógico, nosotros nos quedábamos sin trabajo y sin pasta. Supongo que era más buscarnos la vida al margen del proyecto principal que, en ese momento, era Nacho.

Pero compaginaron ambos.

Sí. La segunda gira de León Benavente fue mejor, pero con la primera no nos daba para vivir. Así que, cuanto se acababa esta, empezábamos con Nacho para seguir viviendo de la música.

¿Cuál fue su reacción al comentarle que iban a formar un grupo sin él?

Luis fue el primero que le puso un par de canciones de una demo que habíamos grabado él y yo... ¡Y se quedó en shock! No se esperaba que saliesen de nosotros ese tipo de temas. Pero nos apoyó y siempre le encantó el proyecto. Confío en su opinión para las demos y todo.

¿Sintió alguna vez frustración de que el éxito no le llegara antes?

Cuando decides dedicarte a la música, sabes que te vas a tropezar mil veces, pero vas a por ello. El problema es que cuando no puedes vivir de tu banda y tienes que compaginarlo con otros trabajos, no le dedicas a las canciones el tiempo que requieren. Eso en España es muy jodido a nivel económico... Un privilegio. Aún así, nunca pensamos en hacer una banda para que nos llevara al éxito. Solo queríamos sobrevivir haciendo música en diferentes proyectos, que es lo que hicimos durante años hasta León Benavente.

¿Cuándo se dieron cuenta del éxito de León Benavente?

A los primeros conciertos venían 50 personas como mucho, lo cual ya era bastante. Pero los cuatro tenemos grabado el concierto del Sonorama en 2013, en la primera gira. Al bajar del escenario vimos una reacción del público diferente y mucha gente que venía a halagarnos.

¿Qué les decían?

Que «¡en directo es increíble!». A partir de ahí, empezaron a llamarnos de más festivales y a venir más gente a las salas. También recuerdo el comentario generalizado de que aprovecháramos el momento, como diciendo que en el segundo disco íbamos a darnos una hostia.

De izquierda a derecha: Abraham Boba, Luis Rodríguez, César Verdú y Eduardo Baos, en el Teatro Colón de La Coruña Miguel Muñiz

Llevando veinte años en esto, debe molestar el comentario…

Sí, molestaba [risas]. Quizá tiene que ver con que el éxito nos llegó a los 40 y pensaban: «¡Bah!, estos van a estar aquí un rato». Lo cierto es que todas las bandas están un rato, pero supongo que en nuestro caso pensaban que iba a ser más corto.

Pero la primera sala en Madrid fue el Teatro Lara, que no está mal de aforo...

Cierto, y estuvo muy bien. Fue poco antes del Sonorama y se llenó. Ese fue otro de los conciertos en los que nos dimos cuenta de que algo pasaba. Fueron muchos amigos músicos, de los que uno siempre espera que le comenten algo bueno de la banda, sea cierto o no. Y lo que dijeron fue también que no se esperaban una música así.

¿Ha notado la energía de ahora en sus otras bandas?

No, esta es muy especial. Y creo que ha sido la llave que ha abierto todo lo demás. Sé que suena esotérico, pero a los 15 minutos de nuestro primer ensayo tuve que salirme a fumar un cigarro porque tenía taquicardias. Sentí algo especial... ¡Y llevo años tocando con músicos buenos!

¿Es León Benavente una banda nacida al calor del 15-M?

Sí, está claro que en el álbum de debut hay un discurso de desasosiego y desencanto que tenía que ver con eso. Aquel disco estaba escrito desde el «nosotros» y eso fue importante, quizá, para quienes lo escucharon. Hubo algo de eso, sí.

Y, viendo el desarrollo de los acontecimientos, ¿las letras quedaron desacreditadas?

Creo que no. Nosotros siempre hemos intentado hacer canciones atemporales y creo que lo estamos consiguiendo. ¡Lo digo de verdad! Lo pienso al tocar aquellas canciones en directo, porque la insatisfacción política no tiene nada que ver con quien esté en el poder…

¿Ni tampoco con el partido que iba a sacarnos de eso?

No, claro!

¿Usted quedó desencantado con el 15-M?

Sí, desencanto total. Era un movimiento ilusionante, aunque es verdad que fue el germen de que hoy se cuestionen cosas que antes no se cuestionaban. Y parece que fue hace mucho tiempo, pero no. Al pasar algo así, la ilusión te hace creer que notarás cambios, pero luego no los ves. ¡No sé! Se fue diluyendo... Una pena. Así es el ser humano, sea del partido que sea.

El éxito es relativo, pues…

Sí. Para muchos el éxito es «¡voy por ahí, soy famoso y tengo mucho dinero!». Para mí es que este fin de semana toco en La Coruña y Oporto y va gente. Y que podré hacer otro disco.

Pero ha notado cambios. Por ejemplo, sus teclados no están aquí, ya no carga con ellos…

Es verdad, ese es otro cambio importante: no recoger tú ni conducir. Eso lo he hecho muchos años, incluso solo, con los discos en solitario. No tenía presupuesto para una banda y cargaba yo los instrumentos en la furgo, conducía hasta la sala, hacía la prueba de sonido, esperaba, tocaba y, si tenía suerte, me quedaba a dormir. Y si no, a la carretera otra vez.

¿Han cambiado tanto para usted de significado palabras como «contrato, amigo, dinero, edad, música, trabajo, ego y vanidad», según cantaba usted en «Habitación 615» (2016)?

Sí, un poco. Esta canción la escribí en un viaje a México en el que habíamos empezado las reuniones con discográficas, tras una gira larguísima y pasar mucho tiempo juntos allí en un apartamento todos metidos. Fue todo muy intenso. A la vuelta de México teníamos las firmas del contrato y las fechas para grabar el disco. Estábamos totalmente enajenados, algo que no nos había pasado a lo largo de toda nuestra vida como músicos. En aquella época, además, yo escuchaba mucho algunos de los cien mil discos de Mark Kozelek como Sun Kil Moon, que suele escribir sus letras con el pretexto de un viaje o algo así. Así empecé yo a escribir esta canción, al principio con un poco de vergüenza al hablar sobre esto, pero cuando se la puse al grupo, vi que su cara era todo lo contrario a vergüenza. Entonces ahí vi que está bien usar esa cercanía de los cuatro intérpretes para explicar otras muchas cosas que estaban pasando alrededor.

¿Fue usted de los que Mark Kozelek dejó tirados en la puerta del Teatro Lara, en noviembre de 2017, tras negarse a tocar cinco minutos antes del inicio del concierto por no estar conforme con las condiciones acústicas y legales de la sala?

Sí, cosa que… en fin. Yo nunca haría eso, sobre todo porque me parece una falta de respeto al público. Eso entra dentro de una cosa que a mí no me gusta nada: cuando a los artistas se les permiten ciertas cosas solo por el hecho de ser artistas. Hablando por los cuatro, nosotros podemos tener nuestras rarezas, pero si eres un profesional y tienes un compromiso con este oficio, hay berrinches que no te puedes permitir. Y eso nos molesta mucho. Aquello fue un berrinche de este señor que a mí me sentó muy mal. Y, de hecho, a partir de aquella cancelación, creo que no he vuelto a ponerme un disco suyo.

¿Cuántas multinacionales llamaron a su puerta?

Tres o cuatro. El segundo lo sacamos con Warner. Tampoco hay muchas más, así que te puedes imaginar las otras.

¿Y cómo fue la negociación?

Duró unos meses. El primer disco nos lo autoeditamos y, al ir tan guay, decidimos seguir así. Luego llegaron las propuestas y vimos en ellas más tiempo para grabarlo, un estudio mejor y el poder de la multinacional para darnos a conocer... pero hasta donde quisiéramos.

Eso se puede controlar...

Sí que se puede. De entrada, teniendo el 100% del control artístico, algo que estuvo sobre la mesa desde el principio. Nosotros siempre dijimos que queríamos tenerlo en todos los aspectos. Warner, de hecho, no escuchó el segundo disco hasta las mezclas, al igual que este último.

¿Tuvisteis que luchar ese punto mucho?

Siempre hay que negociar cosas… nunca te van a dar todo lo que quieres al principio. Para eso están las negociaciones [risas].

¿Y cuál fue el punto que menos les gustaba de lo que ellos pedían?

A nosotros, lo que más nos apartaba de todo este mundo de las multinacionales es que sabíamos que existía esa cosa del artista que pasa de una independiente a una multinacional y, al no funcionar el disco, lo pasan al fondo de catálogo y en tres meses nadie se acuerda de él. «Ah, vale, ahora nos hacéis caso porque nos están haciendo caso, pero ¿qué pasa si esto no funciona como esperáis?». Ese era el principal miedo, que venía de los 90, supongo.

En esa época post-Nirvana se tendía a criticar a las multinacionales y ensalzar a las llamadas compañías independientes. Pero he escuchado a muchos músicos criticar que muchos de esos sellos «indies» les imponían condiciones más leoninas que los grandes sellos.

Mmmmm… no quiero hablar de esto. Bueno, sí, es verdad que eso ha pasado. Yo creo que era otra época, también. Yo recuerdo que los primeros contratos que firmaba con sellos independientes es que ni me los leía. No entendía nada. Simplemente quería sacar mis canciones con toda la ilusión del mundo y gente que te apoyaba. Y... bueno, ya está. Era otra época.

En muchos aspectos creo que es parecida.

No, no lo es. Porque yo creo que los músicos, en primer lugar, tienen más conciencia de eso. Y, en segundo, porque el paradigma de la industria musical cambia cada dos años y se sitúa en un punto completamente distinto.

¿Y la precarización del músico acaba cuando uno se profesionaliza a su nivel?

Yo he trabajado en condiciones realmente precarias y ahora no me siento así. Hacía todo tipo de bolos y muchos kilómetros sin ningún tipo de seguro. ¿Qué pasa? Que esto es más fácil decirlo ahora que tenemos una infraestructura que podemos sustentar y que toda la gente que trabaja para nosotros tiene su seguro y está dentro de la legalidad. Claro, eso puedes hacerlo cuando la banda funciona. El problema es que, hasta llegar ahí, los músicos tienen que apañarse ellos mismos, cuando en realidad eso tenía que haber sido de otra manera y todavía se tiene que conseguir.

¿Cómo?

Si alguien te llama, la empresa debería ser la sala, no el músico. Hay muchos problemas como este, aunque ahora, por lo menos, están sobre la mesa. Hace años era impensable. Te llamaba un bar y pensabas: «¡Un bolo, voy como sea!». Da igual si te aseguraban. Y aún pasa. Hay grandes festivales con mucho presupuesto cuyos trabajadores hacen huelga porque les tratan como mierda.

¿Han cambiado las condiciones de los músicos dependiendo del partido que estuviera en el Gobierno?

No lo sé… Creo que la cultura sigue siendo tan residual dentro del discurso político de este país, que en realidad no sé si cambia algo por ellos. Ojalá se notase un cambio, pero yo nunca me ha tocado vivirlo. Nunca he vivido un momento mejor en mis condiciones laborales como músico si me fijo en las iniciativas políticas a este respecto. Siempre me he tenido que buscar la vida como podía, estuviese quien estuviese en el Gobierno. Hay un problema generalizado que va más allá de las ideologías políticas y es que a la cultura en España no se le da la importancia que merece. Se le da a otras cosas, como el fútbol.

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