Un Roto en el Museo del Prado
El dibujante se mide con la mirada crítica de Goya a través de 26 obras en el museo que celebra su bicentenario
La paradoja anida en la mirada del dibujante Andrés Rábago, en su encarnación de El Roto, al que tantos lectores admiramos. Ayer, el Museo del Prado inauguró la exposición «No se puede mirar» que muestra treinta y seis dibujos en los que El Roto dialoga con Francisco de Goya, el genio paradójico atrapado estos días en un debate impresionista sobre si era antitaurino o no.
«No se puede mirar» es el título de uno de los dibujos de Goya que se exponen en el Prado. El comisario de la muestra -José Manuel Matilla- explicó que representa a un torturado por la Inquisición. Y habló de la paradoja de lo que no se puede mirar y se dibuja porque no se puede dejar de mirar que subyace en Goya y en el título de la exposición de El Roto en el Prado.
Matilla insistió en la impresión que sostiene de Goya , sobre que era un «antitaurino ilustrado , pero no comparable con uno del siglo XXI», contra lo que afirman historiadores como Lafuente Ferrari o Martínez Novillo , además de Cossío, que aportan cartas y testimonios de afición a esos toros que no dejó de pintar nunca. Con un muletazo de ironía, Rábago comentó también ayer que «hay una corrida actualmente que llamamos goyesca y no sé si se le ha pedido permiso a Goya para ese tratamiento» . No parece que vaya a ser posible pedirle opinión para ninguna de las dos cosas.
Cuernos aparte, ¿a quién se le ocurrió la exposición de El Roto? Invitado en 2017 por el director del Prado, Miguel Falomir, Rábago estuvo paseando con un cuaderno por las salas a la caza de detalles satíricos que encontraba no solo donde ya intuía que los hallaría -maestros de la picaresca, holandeses y flamencos...- sino incluso en los cuadros más serios de la tradición clasica, en pequeños detalles casi imperceptibles. Pero llegó a las salas de Goya y allí su idea cambió. Cerró el cuaderno y pensó en dibujar con el pintor aragonés en la mirada.
Rábago -que ganó también el premio Mingote que concede ABC en 2017- habló ayer sobre la intimidad que tiene con la obra del Genio de Fuendetodos: «Es una obra que he frecuentado con mi padre desde niño, veníamos al museo antes de ir de paseo al Retiro . Y tengo mucho de su obra en mi biblioteca». Sobre esta exposición, advierte: «No es una copia, sino una lejana reverberación del terremoto tan intenso que fue Goya, una prueba de que su inmenso talento es actual».
Y tanto. Los dibujos han sido creados sin premeditación -advirtió-: «Yo nunca decido qué hacer soy el amanuense que trabaja sobre aquello que quiere ser dicho». Dicho y hecho, en El Roto del Prado asoman los murciélagos como calumnias, los Saturnos devorando salchicas, las mujeres víctimas del la violencia mal disfrazada de amor. El perro de las pinturas negras es Goofy, el vuelo de brujas se funde con la fe fanática, la víctima de los Fusilamientos (¿o era el del duelo a garrotazos?) da muerte al mameluco; dibuja penitentes que se cornean con el capirote (¿apunte taurino?) o muestra las concomitancias del Sambenito inquisitorial con las torturas de Abu Ghraib. Todo con títulos más escuetos que los del propio Goya y tan elocuentes. «He intentado reflejar su forma de mirar en lo que está ocurriendo ahora. Hay elementos completamentes suyos y otros personales». La fusión perfecta.
Matilla concluyó que se siente «más próximo a Goya por tener a Rábago» al que calificó de «goyesco» que llega al fondo. «Sus obras son muy críticas, como 36 puñetazos» y los de Goya -los dibujos que se muestran un piso por debajo- «300 puñetazos». De papel, he ahí otra paradoja.