Rodrigo Blanco Calderón - Haciendo amigos

Carmen Mola y la extinción de los novelistas

«La concesión del premio Planeta a Carmen Mola plantea un problema de concordancia de número y no de género. ¿Es justo que tres escritores se agrupen bajo un seudónimo y compitan, en una aparente relación de igualdad, contra un solo autor?»

Jorge Díaz, Antonio Mercero y Agustín Martínez, los tres escritores que se escondían tras el pseudónimo Carmen Mola EFE
Rodrigo Blanco Calderón

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No soy muy aficionado a las series, pero las pocas que he visto son las que he seguido hasta el final. Y si las he terminado es porque me han marcado. Ninguna, por supuesto, como ' Breaking Bad '. El impacto de la historia creada por Vince Gilligan fue tal que, al verla por primera vez, sentí un terror de especie: los novelistas estaban al borde de la extinción. Porque, ¿cómo podía un solo escritor competir con esto? ¿Qué podía darle una novela a un lector que no se lo diera esta serie y con tanta intensidad y goce y vértigo? ¿Cómo podía un solitario novelista sacarse de la manga y desarrollar capítulo a capítulo un personaje de la complejidad de Walter White?

Después supe que estas preguntas, más o menos en los mismos términos, se las había planteado ya el narrador norteamericano Jonathan Franzen , cuando vio 'Breaking Bad' en el momento de su estreno. La conclusión de Franzen, bastante ombliguista pues se amparaba, además, en el descenso de las ventas de sus propios libros, era que la novela estaba condenada a desaparecer.

He vuelto a pensar en estas cosas a partir del escándalo provocado por la más reciente entrega del premio Planeta de novela a la autora Carmen Mola , seudónimo bajo el cual, como se supo esa noche, se habían escondido tres guionistas que vienen del mundo de la televisión.

No voy a detenerme demasiado en la polémica sobre la supuesta usurpación machista que estos tres 'onvres' habrían perpetrado contra las mujeres que pugnan por un espacio en el mundo de la literatura. Es un debate absurdo, propio de estos tiempos, que solo refleja una de las muchas contradicciones del feminismo contemporáneo: la resistencia a reconocer sus propios logros pues eso implicaría que su lucha se vería obligada a replantearse desde una posición más hegemónica y menos victimista. A fin de cuentas, si un hombre debe hacerse pasar por una mujer para que su obra tenga mayores posibilidades de éxito, quiere decir que la situación ha cambiado mucho desde la época de George Sand .

Lo que a mí sí me ha dejado un tanto alarmado es otro asunto. Un asunto gramatical, casi. La concesión del premio Planeta a Carmen Mola plantea un problema de concordancia de número y no de género . ¿Es justo que tres escritores se agrupen bajo un seudónimo y compitan, en una aparente relación de igualdad, contra un solo autor? Referida al premio Planeta, esta pregunta es retórica. Sus convocatorias y actos de premiación, donde se organiza una cena pomposa cuya única norma de etiqueta es simular que nadie sabe nada, anulan cualquier posibilidad de que exista una competencia justa entre los participantes. Sin embargo, como dirían los abogados, esto puede marcar un precedente importante. ¿Empezarán ahora los escritores a juntarse y redactar entre varios la próxima novela que se llevará el cuantioso premio 'literario' de la temporada, como esos amigos que reúnen dinero para comprar billetes en distintas regiones del país, siguiendo unos razonamientos matemáticos y así aumentar sus probabilidades de ganar el Gordo de la lotería?

Más allá del dinero, los premios y la competencia, la pregunta de fondo es si la dinámica colectiva de escritura de las series finalmente sustituirá a la experiencia solitaria de escritura de la novela. O, dicho de manera más precisa, ¿puede que sobrevivan las novelas pero no los novelistas?

Lo interesante es que la pregunta plantea un dilema que atañe a los escritores, no a los lectores. A estos lo que en realidad les importa es si el libro les gusta o no. Si conecta con sus preocupaciones, anhelos y miedos o si no lo logra. El culto a los autores, en la mayoría de los casos, es una consecuencia del disfrute de sus obras. Por eso les perdonamos tantas cosas, o por eso nos decepcionamos tanto cuando descubrimos algo que no nos gusta de sus vidas privadas o de sus posiciones políticas.

Con respecto a los escritores, puede que la colectivización de la escritura de novelas sea un signo de agotamiento. Lo que antes podía hacer un escritor ahora requiere el esfuerzo y la energía de tres. ¿Un requerimiento de fuerza y energía para qué? Pues para sostener la atención del lector de principio a fin. En una época donde la capacidad de atención y retentiva ha estallado en un haz de dispersiones, una obra que logre revivir el prodigio del hipnotismo de otros tiempos tiene un valor innegable. El mismo que yo atribuyo a las series que me gustan: me parecen valiosas aquellas que, dentro de la infinita oferta de Netflix , retuvieron mi atención de principio a fin. ¿Por qué debía ser distinto en el caso de las novelas?

Esta lectura, que no me parece muy descaminada, corre el riesgo sin embargo de reducir la compleja relación que llamamos literatura a unos términos mercantiles donde el cliente, el lector, siempre tiene la razón. El reverso de la atrofia de nuestra actual capacidad de atención , que según algunos estudios no supera los nueve segundos, es la multiplicación exponencial de los estímulos. Lo cual apunta al hecho incuestionable de que habitamos un mundo que es cada vez más complejo.

Así lo dijo Svetlana Alexiévich :

«Mientras buscaba mi forma literaria, cada vez me quedaba más claro que lo que escuchaba entre la gente era mucho más potente que cualquier cosa que estuviera leyendo y más conmovedor que lo que pudiera salir de la pluma de un escritor solitario. En nuestros días, una sola persona no puede escribir un libro que lo abarque todo, como hicieron Dostoievski y Tolstói . El mundo se ha vuelto demasiado complejo. Pero dentro de cada uno de nosotros hay un texto: quizás dos frases, quizás media página, quizá cinco páginas que se podrían compilar en una obra conjunta. Me di cuenta, de hecho, de que mis libros estaban esparcidos por el suelo. Solo tenía que recogerlos».

Este descubrimiento de su forma literaria tiene en Alexiévich una sintonía perfecta con el tema único que su obra en realidad aborda. Eso que en 'El fin del Homo sovieticus' llamó «la memoria compartida del comunismo».

El caso de Carmen Mola apunta, por su parte, a otra memoria compartida, la del capitalismo. Una memoria única, uniformizada, serializada por los algoritmos que hoy nos gobiernan. No obstante, cabe esperar que la novela, entendida como la expresión literaria más popular del género humano, logre en algún momento rebelarse y transformar este periodo de transición hacia formas de escritura colectiva en una nueva posibilidad de disidencia, individuación y ruptura. Que la suma de miradas, voces y testimonios agrupadas bajo un seudónimo no se limite a entretenernos. Que no se limite a hacernos olvidar que, en realidad, ya no tenemos idea de dónde estamos parados y hacia dónde vamos.

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