Pérez-Reverte: «El fanático de un solo libro es el elemento más peligroso de la humanidad»
Pérez-Reverte charló ayer con ‘XL Semanal’ sobre bibliotecas en la víspera del Día del Libro
Uno de los días más tristes del Arturo Pérez-Reverte reportero (hay otro académico y otro escritor, al menos) fue el 25 de agosto de 1992. Ese día, en Sarajevo, las bombas de fósforo serbias destruyeron la biblioteca de la ciudad. Ardieron miles de libros. Manuscritos, incunables, rarezas bibliográficas, también ejemplares comunes, llenos de historias. Él contó la noticia, y luego entró en el edificio a rescatar lo que pudo, como tantos otros. Mientras tanto, los francotiradores trataban de impedir con sus balas que alguien parase el incendio: querían que el fuego lo devorase todo, esa crueldad. «Ver arder libros siempre es muy triste, es una gran desolación para quien los ama, como yo. Destruir libros es destruir inteligencia, destruir pensamiento, destruir memoria, destruir futuro», recordó ayer el novelista durante una entrevista con Fernando Goitia, jefe de sección de ‘XL Semanal’, que fue retransmitida por ‘streaming’.
La excusa de la charla, patrocinada por Ámbito Cultural, era la víspera del Día del Libro (que es hoy, pero que lleva celebrándose toda la semana), y el motivo, las bibliotecas. La conversación, eso sí, comenzó con una tragedia cultural, porque aún está reciente en la retina la noticia de la pérdida de la Biblioteca Jagger, en Ciudad del Cabo (Sudáfrica): 65.000 volúmenes, convertidos en ceniza. Pérez-Reverte aprovechó la excusa para recordar las destrucciones programadas de conocimiento, tan comunes en el pasado, y que hoy aún existen, pero de otra forma. «Es un impulso tan viejo como la humanidad: destruir lo que no comprende. Es un mal muy actual, también. Ahora arden menos bibliotecas, pero el impulso de destruir es incluso mayor porque las redes lo acrecientan. Se busca acallar al otro, no dejarlo hablar, taparle la boca. Ahora se llevan a cabo otras quemas», aseveró. Por cierto: él a la guerra se llevaba tomos gruesos de algún clásico, textos largos que ocupasen poco. En Eritrea leyó las ‘Vidas paralelas’ de Plutarco, aunque sus obras favoritas para viajar eran la ‘Eneida’ y la ‘Iliada’.
Reverte no tardó en evocar la biblioteca de su abuelo, que fue el lugar donde se fundó como ser curioso, es decir, como persona. Los libros, relató, estaban por todas partes. Con ellos construía edificios para jugar con sus soldaditos: ese era el nivel de abundancia. El crío, claro, no tardó en entregarse a la lectura: nadie le recomendaba nada, aunque siempre le regalaban literatura, y además tenía muchas joyas a mano. S u abuelo era rico en clásicos ; su abuela, en cambio, prefería la novela moderna, policiaca o de aventuras: Conan Doyle, Dashiel Hammett, Agatha Christie… Allí empezó a ver otros mundos, a explorar, y cuando creció se echó la mochila al hombro para ver si tales cosas existían de verdad. « Todos mis caminos empezaron en la biblioteca », sentenció.
Su gusto se formó a base de capricho, que es como se fundan las pasiones. Por eso descree Pérez-Reverte de los cánones rígidos, de esa taxonomía ya caduca de la alta y la baja cultura. Tampoco le gusta dar consejos: prefiere facilitar, ayudar. Cuando va a un colegio (rara vez) y le piden que espolee a los niños y les invite a la lectura, acude a una imagen sencilla y efectiva: los libros son puertas que te llevan a lugares en los que puedes ser cualquier cosa. «Hasta los libros malos tienen cosas buenas… La literatura es un territorio inmenso, donde el lector entra como un pirata en un barco lleno de tesoros, a saquear», proclamó. Ese es el objetivo: hacerse con un buen botín, diverso y rico. Porque hay algo peor que no leer: leer un solo libro. «El fanático de un solo libro es el elemento más peligroso de la humanidad. Porque ese libro excluye a todos los demás», alertó.
Con el paso de los años, el creador de Falcó y Alatriste ha ido conformando una biblioteca envidiable que tiene más de 32.000 ejemplares. Recalcó su gusto por las librerías de viejo, y recomendó la Cuesta de Moyano como un paraíso en la tierra. Sin embargo, hizo una precisión sobre este afán acumulador: «Yo no soy coleccionista de libros, ni siquiera bibliófilo. Soy lector». Sus libros están organizados por zonas, muy bien pensadas, porque para él los libros son «instrumentos de trabajo». Ahí está el sustento de sus historias: antes de escribir bucea mucho en el papel. «A mí la musa no me visita, no la conozco», bromeó.
Le preguntó Goitia, poco antes de terminar, si internet era una gran biblioteca, y Pérez-Reverte respondió que sí, aunque él sigue prefiriendo lo analógico , ya que es el medio en el que se ha criado. Reivindicó su educación previa a la universidad, ese privilegio, y lamentó que hoy no se aprovechen las oportunidades que ofrece la tecnología: nos dan una herramienta cargada de conocimiento y la utilizamos para perder el tiempo. «El que es analfabeto ahora es porque quiere», remató.
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