El matrimonio que sobrevivió a Auschwitz
Se publica en España el libro que relata el estremecedor testimonio de Eddy de Wind, escrito desde las entrañas del campo de exterminio semanas después de su liberación
Hay diecisiete pasos que separan los bloques nueve y diez de Auschwitz. Solo diecisiete. Diecisiete pasos entre sus dos muros de ladrillo desnudo, diecisiete pasos de hojas secas –es otoño y hace calor, aunque el frío no se va de aquí– para llegar de una ventana a otra. Son apenas unos metros, pero parecían kilómetros cuando Eddy de Wind (La Haya, 1916) los describía... Las distancias, qué duda cabe, también son relativas, sobre todo cuando no puedes recorrerlas.
Esos diecisiete pasos fueron para él un lujo inalcanzable y un asidero, un motivo para no desistir. Todos los días, durante el tiempo que le dejaban o podía escabullirse, se acercaba a la ventana para ver si, por fin, su mirada se cruzaba con la de Friedel , su mujer, que estaba recluida en el bloque diez. El de los experimentos. El de Mengele .
«Sabemos que la muerte lleva uniforme, porque en la llave del gas hay un hombre vestido de uniforme: SS (...) Por eso me asomo tanto hacia la ventana del “Block 10”, donde está ella. Por eso sus manos agarran con tanta fuerza la tela metálica que clausura las ventanas».
Esta es su historia. La de los dos. Una historia extraña, de horror y amor, de muerte y supervivencia (sí, ambos salieron con vida del infierno).
Si la conocemos es gracias al propio De Wind. Fue él quien, después de que los primeros rusos entraran en el campo, decidió quedarse con los miles de enfermos que todavía estaban allí, para ayudar en lo que podía (en «amputaciones y pequeñas operaciones», aunque era psiquiatra, no cirujano) y, al mismo tiempo, poner por escrito lo que había sucedido. Para no olvidar. En pocas semanas de trabajo compulsivo aquel cuaderno se convirtió en un libro que ahora, más de setenta años después, llega a las librerías de España (este mismo martes) con el título « Auschwitz: última parada » (Espasa). Un testimonio directo y detallado del genocidio que, por desventuras editoriales, permanecía oculto para el gran público...
Eddy llegó con Friedel a Auschwitz el 14 de septiembre de 1943. Se habían casado poco antes, en el «campo de tránsito» de Westerbork , para poder permanecer juntos. Allí los separaron nada más entrar, les asignaron un número y les despojaron de su identidad. Pasó mucho hasta que volvieron a verse. Él lo contó así: «Y allí estaba su voz, entonada como una canción desde un lejano minarete, atravesando una silenciosa noche oriental, como un sueño lleno de melancolía y deseo».
Por entonces, él había entrado a trabajar en el hospital del campo, y trataba de utilizar su poca influencia en su favor. Preguntaba por ella siempre que podía. «Friedel, he hablado con el profesor [así llamaban a los que se dedicaban a experimentar con las mujeres en Auschwitz]. No tienes por qué tener miedo, dice que te respetará por ser esposa de médico», le prometió.
Se lo pedía porque él vivía con preocupación, pues conocía perfectamente lo que ocurría en el bloque diez . «Allí viven mujeres que han sido mancilladas como nunca fue mancillada una mujer –en lo más bello que posee: su esencia de mujer, su capacidad de ser madre– por sádicos que se llaman a sí mismos profesores», clama.
Ella también le ayudaba cuando podía, dándole comida en tiempos de cuarentena. «Al cabo de tres días, la gran fiesta: un paquetito de Friedel, un par de rebanadas de pan con margarina y mermelada. En la cuarentena solo partían el pan en trozos, mientras que estas rebanadas estaban bien cortadas, entreveradas de margarina y mermelada, preparadas por la mano de una mujer», celebra.
Llegaron a intercambiarse cartas, pero no se conserva ninguna.
A lo largo de estas páginas, Eddy recuerda sus cruces y sus distanciamientos (obligados, por los cambios de bloque), más peligrosos los primeros que los segundos, claro. «En las primeras semanas mataron a tiros a dos hombres que querían hablar con las mujeres junto a la verja por la noche», asegura. Y más allá de la relación también narra la rara rutina del campo, apuntes desordenados y sinceros. Había horas felices («cuando se apagan los focos» y «el alma puede liberarse del cuerpo cansado y dolorido») e incluso mucho aburrimiento (las esperas). Había hambre, dolor y cansancio. Pero sobre todo sufrimiento, tormento. Esa certeza de que cuando alguien desaparecía un día significaba que no lo volverías a ver: «Lo que sí ves es la llama, la llama eterna que asoma por la chimenea del crematorio. Día y noche ese fuego, siempre la conciencia de que allí están ardiendo personas. Personas como tú (...)»
«Mi padre se mantuvo vivo por amor», nos dice Melcher de Wind , hijo de Eddy, mientras camina por Auschwitz. Después se para entre dos bloques. Sí, en ese «pasillo» de diecisiete pasos: «Este es el lugar en el que mi padre mantuvo la esperanza».
Más tarde reconoce que no hablaba mucho del campo con él, y que cuando lo hacían era esquivando las miradas. En el libro tampoco aguantó el contacto directo: Eddy se «escondió» tras el nombre Hans y se distanció de la realidad escribiendo en tercera persona.
Melcher es el guardián de su memoria, de su biografía, y el encargado de sacar adelante la publicación de este volumen. También, junto con el resto de su familia, ha completado la historia de Eddy. Porque su testimonio finaliza con la liberación de Auschwitz en enero de 1945. Pensaba que estaba solo en el mundo y que Friedel había fallecido en las « marchas de la muerte ». Por suerte no fue así: ahí estaba el punto y final de su manuscrito, no el de su vida.
«Eddy y Friedel reanudaron la vida con valentía. Él vendió las pocas posesiones de la familia que habían quedado después de la guerra y, con el dinero, se construyeron una casa a las afueras de Ámsterdam», se apunta en el epílogo del libro, firmado por la familia De Wind. Ese sería el desenlace feliz. Aunque si avanzamos descubrimos una verdad más terrible: se puede escapar de Auschwitz, pero no de sus fantasmas .
Los dos salieron psicológicamente muy perjudicados del campo. Ella, además, se quedó estéril y enferma durante muchos años por los experimentos médicos a los que la sometieron. Él, por su parte, se especializó como psicoanalista en el tratamiento de las personas con traumas de la guerra (fue el primero en describir el síndrome del campo de concentración), un trabajo que le devolvía a sus traumas demasiado a menudo. Probó un tratamiento con psicotrópicos, pero no solucionó el problema.
El matrimonio se rompió en 1957, doce años después de Auschwitz. Él volvió a casarse y formó una familia. Murió en 1987, aunque su memoria sigue aquí. En el papel.