El día que Josef Mengele «perdonó» una vida

Eddy de Wind, un psiquiatra que sobrevivió al campo de concentración, relató este episodio en «Auschwitz: Última parada» (Espasa), un libro escrito desde las entrañas del campo, poco después de su liberación en enero de 1945

Josef Mengele ABC
Bruno Pardo Porto

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Eddy de Wind y su mujer, Friedel , sobrevivieron a Auschwitz. Antes de abandonar el campo, él, que se quedó curando a los enfermos que allí quedaban tras la liberación, decicidió escribir su particular infierno. Su libro –« Auschwitz: Última parada » (Espasa)–, que se publica este martes en España, es un testimonio directo del Holocausto, de las atrocidades que perpetraron las SS, de sus matanzas. También es un retrato del sufrimiento tanto físico como mental experimentaron los supervivientes.

Es paradójico, pero una la escenas más impactantes de su narración no es sangrienta ni violenta, sino todo lo contrario. Se produce cuando Friedel cae enferma, al borde de la muerte, y Eddy, que entonces ejercía como médico, decide pedirle a Josef Mengele –el «Ángel de la muerte», dueño y señor del bloque diez de Auschwitz, donde estaba ella– que le salve la vida. Por raro que parezca, este aceptó su solicitud: el que hoy es considerado uno de los mayores criminales de guerra que ha dado la historia decidió «perdonarla».

Este hecho da pie a una profunda reflexión sobre la maldad y su banalidad (o no). ¿Convertía aquella acción a Mengele en un hombre menos miserable? En opinión de Eddy, que era psiquiatra, no, pues con «esas pequeñas obras» los nazis estaban mostrando que «todavía se esconden en su interior restos de su antigua educación». En otras palabras: que su capacidad para tener un poco de piedad demostraba que todavía quedaba algo de humanidad en él y que, por tanto, cuando ejercía matanzas masivas no lo hacía como una suerte de autómata. Era consciente del mal .

De hecho, Eddy explica que existe una gran distinción entre los nazis en función de su edad. Él creía que los jóvenes que se habían formado bajo el nazismo ya no tenían moral o ética alguna, porque para eso habían sido educados y manipulados. En cambio, con los «veteranos» no ocurría lo mismo.

«Ellos aprendieron otras cosas y, por tanto, habían podido seguir siendo personas. Por eso son más culpables que el ganado joven nazi, que nunca ha visto nada mejor», le cuenta a Friedel en un momento del libro. Antes ella le había dicho: «Con la gente joven de las SS no se puede hablar en absoluto, pero los mayores que se dedican a cometer crímenes al por mayor a veces son humanos en los detalles insignificantes».

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