El Pacífico hispánico

Magallanes, un portugués en la Corte del Rey de España

No deja de ser una ironía, por no decir que es intolerable, el empeño actual de Portugal por tratar de capitalizar la conmemoración de la primera vuelta al mundo, cuando hizo todo lo posible por impedirla

Magallanes presenta a Carlos V su propuesta de navegar hasta las Molucas por América

Borja Cardelús

Fernao de Magalhaes , de cuna hidalga, había nacido en Oporto y se lanzó a la aventura ultramarina, que por entonces tenía su epicentro en Lisboa, y sus navegantes habían alcanzado las islas de las Especias contorneando África. Magalhaes se enroló en una de esas expediciones, y durante varios años participó al servicio de Portugal en las reyertas internas de las Molucas, un avispero de rivalidades entre sus reyezuelos.

Pero de esos años turbulentos, extrajo el portugués valiosas experiencias náuticas, que le hicieron sospechar que las Molucas, por el llamado antimeridiano, la extensión al otro lado del planeta de la línea trazada entre España y Portugal en el Tratado de Tordesillas , podrían situarse dentro de la demarcación española, y que España podría acceder a las codiciadas especias desde la fachada de América.

Vuelto a Lisboa con 35 años, en arcanos mapas de la biblioteca marina real localiza el dibujo de un paso marítimo a través del continente americano, y guardando tan valioso tesoro ofrece sus servicios al Rey de Portugal. Pide primero que se reconozcan sus méritos y se aumenten sus emolumentos, algo que aquel le deniega airadamente y le exige incluso una rendición exhaustiva de cuentas por sus gestiones.

Esto es algo que el orgulloso Magalhaes no podía soportar. Decide pasarse a trabajar para España, se naturaliza español, y ya como Fernando de Magallanes ofrece sus conocimientos a la Corona española, que incluyen la posibilidad de acceder a las especias desde América.

No fue fácil convencer al Emperador Carlos V del proyecto, y fue necesario, además de la autoridad y el convencimiento que emanaban del navegante, el apoyo de importantes personajes de la Corte y aun del presidente de la Casa de la Contratación, el poderoso obispo Rodríguez de Fonseca . Pero la idea de adelantarse a Portugal en el domino de la especiería fue determinante. El Emperador dio su aquiescencia al proyecto y otorgó Capitulaciones a Magallanes, ordenando armar cinco barcos para la expedición.

No poco contribuyó a la decisión real el empeño de Portugal por abortar el proyecto, una vez que supo de la decisión de Magallanes de pasarse a España con armas y bagajes. Aún escocía a Portugal el rechazo al proyecto de Cristóbal Colón , que hubiera dado al país vecino la posesión de América. Con el propósito de conjurar un nuevo descalabro, en la Corte española trabajó arduamente un lobby portugués, dedicado a desacreditar a Magallanes, haciéndole parecer como un agente que fingía servir a España, pero que tan pronto levara anclas volvería al redil portugués.

A tanto llegó la preocupación de Portugal que urdió un plan para asesinar a Magallanes, lo que llegó a oídos de la Casa de Contratación, y el obispo Fonseca le puso desde entonces escolta armada. Y cuanto más se esforzaba Portugal por empañar la imagen del navegante y anticipar el fracaso de la expedición, más se convencía España de la excelencia del proyecto magallánico. No deja de ser una ironía, por no decir que es intolerable, el empeño actual de Portugal por tratar de capitalizar la conmemoración de la primera vuelta al mundo, cuando hizo todo lo posible por impedirla.

Pero la siembra de la sospecha no cayó del todo en saco roto, y la cizaña de la duda sobre la lealtad de Magallanes acabó germinando de algún modo. Poblada la tripulación de súbditos portugueses, las autoridades se esforzaron en «españolizar» la expedición, nombrando a algunos capitanes y, lo que fue peor, a un veedor designado por el propio Fonseca, su sobrino Juan de Cartagena, una suerte de comisario de la navegación.

El error de Cartagena fue creerse un igual en el mando a Magallanes, algo que el distante, frío, autoritario y adusto marino, no estaba dispuesto a consentir. En agosto de 1519, la flota de cinco barcos partía de Sevilla por el Guadalquivir, y desde el primer día impuso el capitán su autoridad, ordenando que cada atardecer los demás barcos cruzaran frente a la nao capitana, rindiendo pleitesía. Por si fuera poco, Magallanes, en lugar de enfilar directamente hacia el Oeste, el rumbo de América, ordenó virar hacia el Sur, pareciendo buscar aguas portuguesas y hacer ciertas las sospechas de deslealtad. Y cuando se le exigió razón de ello, el orgulloso Magallanes contestó «que le siguieran y no le pidieran más cuenta».

El distanciamiento se agravó cuando Cartagena decidió declinar el saludo vespertino. Magallanes le destituye como capitán al mando del San Antonio, poniéndole bajo arresto. Esto es algo que la tripulación española no iba a tolerar. Porque además, por más que Magallanes ordenaba escudriñar cada golfo y cada ensenada de la costa sudamericana, por ver si allí se escondía el anhelado paso al otro océano, este no aparecía, y ya se murmuraba acerca de la seguridad de Magallanes sobre su existencia. La situación era explosiva, y todo hacía presagiar un motín.

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