Llamadle Ismael

Ismael Serrano repasa sus veinticinco años de carrera en un emotivo concierto lleno de colaboraciones que unió a varias generaciones en la grada y en el escenario

Ismael Serrano, en su actuación en el Teatro Circo Price Guillermo Navarro
José F. Peláez

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Llamadle Ismael. Hace unos años -no importa cuánto exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo y nada en particular que le interesara en tierra, pensó que se iría a tocar un poco por ahí, para ver la parte acústica del mundo. Es el modo que tiene de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Digo yo -con Melville-, que algo así sucedería. O no, no lo sé, quizá salió de casa buscando ese gran cachalote blanco que es la música. O quizá solo a sí mismo. En cualquier caso, lo ha logrado. Cuando Ismael Serrano pegó el petardazo con «Papá cuéntame otra vez» era 1997, éramos jóvenes y todo era diferente. Es cierto que muchos pensamos que sería flor de un día, pero la realidad es que han pasado veinticinco años e Ismael no solo sigue vivo sino, quizá, en uno de los mejores momentos de su carrera.

Ayer lo demostró en Madrid llenando por segunda noche el Circo Price en un emotivo concierto, lleno de amigos, recuerdos y emociones. Y no solo para él. Ha pasado un cuarto de siglo para todos. Y en este tiempo han pasado tantas cosas que empezamos a echarnos de menos incluso a nosotros mismos. Pero en ese tiempo Ismael se ha convertido en el hilo de Ariadna, en un cordón umbilical que une generaciones y da a la música de autor una sensación de continuidad. Así, antes de él, Serrat, Aute y Silvio; después Marwan, Andrés Suárez o Conchita. Entre medias su generación, la de Pedro Guerra, Tontxu, Javier Álvarez o Jorge Drexler.

Ayer, de algún modo, todos estuvieron en el escenario. Unos de modo literal -Pedro Guerra, Marwan, Ede, Jimena Ruiz, Juan Aguirre, Conchita, Miguel Ríos, Litus y Clara Alvarado-, otros en la memoria afectiva. Y entre tanto Ismael, que tiene tablas y una banda solvente pero quizá demasiado técnica, con cinco músicos infalibles, pero fríos. Esto no es una crítica, más bien lo contrario: hacía tiempo que no veíamos un concierto tan serio, tan profesional y tan bien sonorizado, pensado y ejecutado. La sumisión de todo un equipo a un concepto, a un sonido y a una idea. En realidad, la escena -exceptuándole a él-, tenía toda la pinta de un estudio de grabación. Y seguramente lo fuera: todo hace pensar que ayer asistimos a la génesis de un nuevo disco en directo que recopilará estos veinticinco años. Pero los que estuvimos allí vimos otra cosa que sobrepasa lo meramente musical: Ismael Serrano propone un juego que une lo sonoro con lo teatral y un guion que vertebra el show en forma de monólogos sucesivos a través de los cuales interactúa con el público mientras repasa sus clásicos. Un ‘Cinco horas con Mario’ pero sin muerto, que mezcla humor -el tipo es muy divertido- y la autoparodia constante con la introspección marca de la casa. «Ya saben cómo son los conciertos de Ismael Serrano: ¡Cuánto hemos llorado! ¡Qué bien lo hemos pasado!», dijo.

Nada de eso. Es cierto que es un tipo sensible, comprometido con lo que le da la gana, pero sensato y comedido -nada de aquel coñazo de otros tiempos-. Pero que también critica la tiranía de Mr. Wonderful mientras reivindica un espacio para la tristeza. «Estar siempre contento es de perturbados. Miren a Tom Cruise». Al final, una canción de Ismael Serrano es lo que sucede entre monólogo y monólogo. Pero de ahí el público -mucho más variopinto de lo que pueda dar a entender el prejuicio- salió abrazándose tras veinte canciones en dos horas y mucha intensidad emocional. Luego todos contentos y al bar a pedir una de bravas con ‘vibratto’ para descubrir que el hilo de Ariadna acababa en Moby Dick. Y Teseo, con Ismael, en Vallecas.

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