Juan Mayorga: «El teatro no es un lugar para exponer verdades como puños; yo no las tengo»

El dramaturgo ingresa hoy en la Real Academia Española, donde ocupará el sillón M, sustituyendo a Carlos Bousoño

Juan Mayorga, en el parque del Retiro madrileño Ángel de Antonio
Julio Bravo

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Juan Mayorga (Madrid, 1965) es hoy el protagonista. Habituado a la penumbra de las últimas butacas de la sala, hoy asaltará el escenario de la Real Academia Española. La función se titula «El ingreso del nuevo académico». Lleva un año ensayándola -desde que el 12 de abril fuera elegido en las exigentes audiciones de la institución- y él mismo se ha escrito el papel -«Silencio» se titula el discurso que ha preparado-, que según asegura el dramaturgo jamás había soñado interpretar. La representación, que se celebrará en el palacete de la calle Ruiz de Alarcón de Madrid, a la muy teatral -y taurina también- hora de las siete de la tarde, contará con una actriz secundaria: la poetisa Clara Janés, que contestará al nuevo inquilino del sillón M.

Pero eso será hoy domingo. Antes y después, Juan Mayorga ha seguido y seguirá con su rutina, que tiene forma de teclado. «Estoy escribiendo dos textos nuevos -revela-: «La colección», sobre ese mundo fascinante de deseo y poder que es el coleccionismo; y «La cacería», que empecé a escribir a raíz del impacto que me produjo un mosaico romano, «La gran cacería», que vi en Sicilia. Pero no tengo prisa, ya veremos dónde van a ir a parar esas obras. Pero como ya hemos hablado alguna vez, no escribo de aquello de lo que entiendo, sino que escribo para entender.

Eso es el teatro... Plantear preguntas sin ofrecer respuestas...

No creo que el teatro deba ser un lugar donde exponer certezas, y donde decir «verdades como puños». Yo no las tengo y además hay otros espacios. El teatro debe ser un lugar para entender, o para no entender, juntos.

¿Afronta la escritura de manera diferente desde que fue elegido académico? ¿Siente una responsabilidad especial?

No. Seguro que no. Es verdad que ahora estoy mucho más atento, o al menos lo estoy de otro modo, a las palabras. Escucho usos de palabras que creo que será interesante compartir en la Academia. El lenguaje está vivo, aunque sea un tópico decirlo, y si alguna utilidad puedo tener allí es que, como persona que trabaja en el teatro, he sido educado en la escucha, en el examen de lo que escucho, en la atención a lo que las palabras hacen con las personas y lo que las personas hacen con las palabras... Y también para atender a las palabras en situación y en acción. Pero sí es verdad que estoy más atento al lenguaje desde hace un año.

Como espectador, ¿el teatro actual cuida el lenguaje? ¿Se busca elevar el nivel de la palabra sobre el escenario?

Hay autores que sí, que son poetas, y no solo cuidan el lenguaje en sus obras, sino que además saben que nuestro idioma es un capital extraordinario y tienen una gran capacidad para crear mundos con él. Cuando se habla del teatro en la cultura española, hay que recordar que buena parte de nuestros ases son grandes dramaturgos. Pensemos solo en Lope, Calderón, Valle-Inclán y Lorca. Tenemos un teatro de poetas, y creo que hoy en día hay autores de teatro que son poetas, creadores de lengua en el escenario. Hay directores, también, muy atentos a la palabra, y desde luego hay magníficos actores que la habitan de modo extraordinario. Un espectador con hambre de palabra tiene escenarios donde compartirlo. Claro que en un teatro tan diverso como es el español hay creadores que esquivan la palabra o incluso la maltratan. Pero desde luego hay un espacio conquistado para un teatro en el que la palabra sea importante. Hay un teatro donde no lo es, y en mis propias obras hay momentos fundamentales sin palabras. Lo que es innegociable en el teatro es la acción, y en escena la palabra no es literatura, sino acción. En el teatro, la palabra ha de ser agónica, de combate. Los cuatro creadores que he mencionado fueron capaces de abrir mundos donde las palabras construyen historias, personajes, experiencias extraordinarias. Y hoy en día hay autores que están en esa tradición, y voy a mencionar solo a uno porque lo considero un maestro: José Sanchis Sinisterra.

¿Su elección es también un espaldarazo para el teatro español actual?

Cuando se me designó recibí mucho cariño y percibí mucha alegría del mundo teatral; había mucho afecto personal, pero también había una suerte de «orgullo de la tribu», porque los que nos dedicamos a esto del teatro recibíamos una muestra de respeto por parte de una institución tan importante como la Academia. He sido elegido yo pero podía haber sido elegido otro, y eso sí me hace sentir cierta responsabilidad. Junto a José Luis Gómez, voy a representar al mundo del teatro. No soy portavoz de nadie, pero sí voy a tener en cuenta de que hay gente que se querrá expresar a través de mí.

¿Soñó alguna vez con este honor?

No. Alguna vez oí rumores: «piensan en ti para la Academia», pero yo pensaba que me quedaba mucha mili. Y cuando Luis María Anson, Luis Mateo Díez y José Manuel Sánchez Ron me propusieron sentí gratitud y sorpresa. Nunca lo vi en el horizonte.

Cuando usted empezó a escribir teatro, ¿cuáles eran sus objetivos?

No tenía. Cuando se produjo mi primer estreno, «Más ceniza», en 1994 en la Sala Cuarta Pared, yo era profesor de Matemáticas en un instituto, y pensaba que esa iba a ser mi vida. Tenía muy claro el empeño de escribir, y particularmente de escribir teatro, pero no pensaba que iba a hacer de eso mi vida. En mi adolescencia escribía poesía y novela, pero enganchado por el teatro que vi en aquella época quise probar la escritura teatral. Escribí dos obras; una se llamaba «Albania» y otra «Los caracoles». No las he tirado, estarán en el trastero. Y luego escribí «Siete hombres buenos», una pieza de teatro escrita realmente con mentalidad de novelista, y de muchacho que intenta reproducir modelos que había visto en el teatro y en los Estudio 1 de la televisión. La obra obtuvo un accésit en el premio Marqués de Bradomín y Guillermo Heras, una figura fundamental para mi generación, me invitó a un taller de dramaturgia. Eso me acercó al teatro de otro modo; conocí a gente que de verdad lo hacía, que además de escribir sabía poner un foco o construir una escenografía. Y mi compromiso con el teatro fue cada vez mayor, y mayor también el placer de escribir para él. Pero no tenía nada programado, ni mucho menos una certeza de ser profesional de esto.

¿En la escritura teatral hay reglas, o la única regla es que no las hay?

Actualmente dirijo un máster de creación teatral en la Universidad Carlos III, y creo que los maestros debemos plantearnos cómo acompañar a los jóvenes para lograr que tengan su propia voz y no se sientan asfixiados por la nuestra. La transmisión de los conocimientos y la experiencia me parece fundamental como docente y como padre; de hecho aparece en varias de mis obras, como «El chico de la última fila» o «El cartógrafo». Cuando llegamos a cierta edad nos lo planteamos además de manera clara: ¿Qué puedo yo ofrecer a un alumno, a un hijo, que le pueda ayudar y que no lo encierre en un camino? En la propia Academia se contempla este aspecto: en la ceremonia de ingreso hay un pie forzado, y es que has de recordar al académico que te precedió en esa silla. Eso es algo bien hermoso, porque te recuerda que la Academia es más importante que los académicos; que hay una continuidad y que tú estás de paso. Que recibes un legado y deberías enriquecerlo. Volviendo a su pregunta, cada creador tiene una mirada singular, propia y preciosa de ver el mundo y acaso de compartirlo. Y los maestros debemos procurar que nuestros alumnos la encuentren. En la enseñanza la escucha es fundamental.

Su discurso trata sobre el silencio.

Se titula «Silencio», sí, y alude tanto a la palabra como al fenómeno y la idea del silencio. Me pregunté, al entrar en una casa de palabras, cuál sería la última palabra a la que yo querría renunciar al escribir teatro: y sería la palabra silencio. Es una idea muy importante en el teatro y en la vida, y la palabra es importante también en mis obras tanto cuando la pronuncia un personaje como cuando la coloco en las acotaciones, y también cuando la pronuncio en una sala de ensayos en una conversación con los actores. De algún modo, el teatro puede pensarse en torno al silencio. Y de esto me ocupo en el discurso, en el que me refiero a algunas obras en las que me he encontrado ante eldrama del silencio: «Antígona», «La casa de Bernarda Alba», «Woyzeck», «La vida es sueño», «La más fuerte», el teatro de Chéjov, de Beckett. La palabra y el silencio se dan valor uno a otro. Son condición uno del otro; son enemigos íntimos, porque el silencio despierta el deseo de palabra y viceversa.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación