Lecciones galdosianas para las amargas horas del presente
Galdós vivió en el tiempo de las revoluciones democráticas y la restauración. Su generación aprendió a ser tolerante, ejemplo para el exilio de la Guerra Civil
![Banquete dado en La Huerta al insigne Querol. Entre los comensales, Galdós, Canalejas, marqués del Vadillo, Roselló, Pulido, Beistegui y otros hombres ilustres](https://s1.abcstatics.com/media/cultura/2019/12/21/galdos-kIG--1248x698@abc.jpg)
Entre las imágenes de Benito Pérez Galdós mostradas en la exposición que le dedica estos días la Biblioteca Nacional para conmemorar el centenario de su fallecimiento en 1920, figura un daguerrotipo de 1848 o 1849 en el que aparece el niño Benitín, a la sazón de cinco o seis años, disfrazado de montañés de las tierras altas de Escocia, con falda a cuadros y manto terciado, vestido de tal guisa para una fiesta infantil o, quién sabe, quizá para el carnaval de Las Palmas. Esta primitiva imagen de los orígenes de Galdós (y de la Fotografía) nos habla de la pasión de la clase media de la época, es decir, la del Romanticismo, por las novelas «contemporáneas» de Sir Walter Scott , las de Waverley y Rob Roy , que arrasaban en toda Europa, desde la Inglaterra victoriana a la Francia orleanista, pasando por la España isabelina. Como observara un gran estudioso galdosiano en el exilio, José Fernández Montesinos , las novelas medievalizantes y escocesas de Scott estuvieron por entonces en manos de todo el mundo, y de ellas aprendieron a escribir los novelistas de la siguiente generación, Galdós entre otros, así como en las novelas de Galdós, siempre según Fernández Montesinos, aprendieron la historia contemporánea de su país los españoles del fin del siglo XIX.
Pero la fotografía infantil de Galdós ilustra asimismo una división fundamental en la cronología de dicho siglo, la que separa el tiempo de las monarquías de la Restauración europea (el de la «persistencia del Antiguo Régimen, como lo rebautizó el histo»riador Arno Mayer) del tiempo de las revoluciones democráticas . O sea, aquel año 1848 que alumbraría lo que se conoció como la Primavera de los Pueblos . A ese nuevo período perteneció la obra de Benito Pérez Galdós, que representó para España la culminación de lo que lo que después, en la Europa de entreguerras del siglo XX, se denominaría, con una expresión de Antonio Gramsci , la «cultura nacional-popular». En lo que a Galdós respecta, una literatura en que cobró forma la nación como proyecto revolucionario.
La juventud de Galdós, la del Galdós del Sexenio, fue la de un nacionalista revolucionario , enfrentado no sólo al carlismo, sino al moderantismo en lo que tenía de «persistencia del Antiguo Régimen». Mi amiga Isabel Burdiel , una gran historiadora, autora de magníficas biografías de Isabel II y de Emilia Pardo Bazán , manifestaba hace poco, en la presentación madrileña de su libro sobre la vida de la condesa escritora, no entender del todo lo que había llevado a esta, de estirpe liberal e isabelina, a apoyar la causa del carlismo durante el Sexenio. No hay mucho que entender, a mi juicio. La Gloriosa arrastró la política hacia los extremos. Respondiendo a la disyuntiva del canónigo Manterola, «don Carlos o el petróleo», los moderados isabelinos, empezando por las condesas, se fueron con la dinastía proscrita, e incluso el joven Menéndez Pelayo apostó entonces por la guerra a sangre y fuego contra la revolución democrática.
Pero durante la Restauración (española), las almas se serenaron. Galdós trabó una estrecha amistad con el carlista Pereda; fue apadrinado en su ingreso en la Academia por don Marcelino, y sostuvo bastante más que una mera camaradería académica con doña Emilia.
Y es que la generación de 1868 fue una generación de patriotas en la que incluso los carlistas se volvieron tolerantes mucho antes de llegar a viejos . En 1920 murió Galdós y fue amortajado con la bandera nacional, con la rojigualda, no con la tricolor de la revolución, y expuesto así en su capilla ardiente, bajo un crucifijo, a la emocionada veneración laica del pueblo de Madrid. Envuelto en la bandera que fue la de la Marina española desde Carlos III , resultado de convertir la enseña aragonesa (y valenciana y catalana y balear y napolitana) en una señera visible en medio del fuego y del humo de las batallas navales.
Envuelto en la bandera de la flota española en Trafalgar , primer gran episodio nacional del siglo XIX. ¿En qué otra se habría podido envolver don Benito? A la dicotomía que otros juzgaban inconciliable, la de la nación histórica frente al pueblo eterno, de Pi y Margall , o la de historia frente a intrahistoria, de Unamuno , heredera de aquella, Galdós opuso la gesta del pueblo que se transforma a sí mismo en nación soberana, en comunidad política de ciudadanos que construyen sus destinos con riesgo y sufrimiento, pero con libertad , como los personajes de sus novelas.
Y a esa España de Galdós, a la de «la tradición generosa de Cervantes», «tolerante de lealtad contraria», volvieron los ojos los grandes expatriados de nuestra última guerra civil. Fernández Montesinos, sí, pero también María Zambrano y Luis Cernuda , en algunos de cuyos versos, los versos finales de «Bien está que fuera tu tierra», por ejemplo, podríamos mirarnos en las amargas horas del presente: «Lo real para ti no es esa España obscena y deprimente/ en la que regentea hoy la canalla, / sino esta España viva y siempre noble/ que Galdós en sus libros ha creado./ De aquella nos consuela y cura esta».