Ariel Rot: «Cuantos más años cumplo, menos miedo me da el paso del tiempo»

Miembro de Tequila y de Los Rodríguez y al frente, desde hace veinte años, de una carrera en solitario, el músico, nacido en Buenos Aires en 1960, concede a ABC una larga entrevista para repasar su vida y su trayectoria profesional

Vea la entrevista con Ariel Rot en vídeo MERCEDES N. ALCOCER
Silvia Nieto

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Llegó a Madrid en el verano de 1976 para quedarse por dos años, pero la música, los amigos y el nacimiento de su primer grupo pospusieron el regreso a su Argentina natal casi diez. En 1978, en la portada de «Matrícula de honor» , el primer disco de Tequila , Ariel Rot (Buenos Aires, 1960) lucía una melena electrocutada, una corbata ridícula y la sonrisa guasona del alumno que pasa del tema. De ese chico, del adolescente que vino huyendo de una dictadura y con ganas de rock, quedaba algo en el hombre de 57 años que nos recibió en su casa hace dos semanas. Delgado, amable, quizá un poco tímido y sin duda risueño, Ariel conserva el acento porteño que aprendió en su niñez, y que más de cuatro décadas de idas y venidas no han conseguido borrar. También tiene buena memoria, como demostrará enseguida. La tarde que nos reunimos, una tarde del paréntesis frío de esta primavera, es la de un día lluvioso y de tráfico. En el salón de su casa, presidido por una bonita radio a válvulas Grundig, el aboroto de los coches llega de tanto en tanto. Allí, en un aparte, descansan sus intrumentos, sus guitarras y un piano de pared. No muy lejos, las imágenes de Keith Richards conviven con la portada de «Palabras más, palabras menos» , uno de los grandes éxitos de su segundo grupo, Los Rodríguez . Tras su disolución, el cantante inició una carrera en solitario que continúa hoy en día, pero la charla empieza mucho tiempo atrás.

¿Cuál es su primer recuerdo, la primera imagen que le viene a la memoria relacionada con la música? No sé si hay algún fogonazo o algún momento clave.

Sí, unos cuantos... Unos pocos, mejor dicho. Hay recuerdos en la primera casa familiar, donde viví hasta los ocho años. Mi madre es cantante, porque eso se es toda la vida, aunque ya no cante. En esa época tenía una carrera y venía su guitarrista, el acompañante, a ensayar con ella. Yo me quedaba fascinado y veía los ensayos. También había un piano en casa. Un día fuimos a ver «Sonrisas y lágrimas» y tuvimos una pequeña reunión familiar. Yo debía de ser muy crío, pero muy, muy crío, y me senté en el piano y empecé a tocar un poquito la canción. La fui sacando, y conseguí atraer la atención de la fiesta, lo que era mi propósito y no solo el mío, sino el de varios músicos (se ríe) . Entonces, mi madre me preguntó: «¿Te apetece estudiar piano?». Yo le respondí que sí, y me olvidé. Y, al tiempo, un día llegué del colegio, y me dijo: «Hoy vas a tener tu primera clase».

Su madre es cantante de música judeoespañola. Me imagino que todo eso que cuenta, el escucharla de niño, fue creando en usted la pasión por la música, que quizá irrumpió ese día...

Sí. Creo que hay una parte que tiene que ver con los estímulos que recibes, y que tal vez hay algo genético en el músico. En mi familia había antecedentes. Aparte de mi madre cantante, su hermano, que murió joven, tenía un oído excepcional. No le dejaron estudiar música porque mis abuelos pensaron que no era conveniente. Hablo de hace muchos años. Él escuchaba música clásica y luego la tocaba en el piano, y eso es muy difícil. Yo sacaba canciones pop de oído, pero sacar música clásica sin haber estudiado y siendo autodidacta, y tocarla con las dos manos... Algo de oído me viene de ahí. Siempre tuve un ambiente muy musical, con los ensayos de mi madre y con los espectáculos que hacía con otra gente, como el Cuarteto Cedrón , un cuarteto de tango. Era una fiesta para mí: venían con percusión, bandoneón, contrabajo, violín y guitarra. Claro, eso en el salón de tu casa... Yo me tumbaba, y escuchaba.

¿Cómo describiría esa música sefardí de su infancia?

Como clásicos. La música sefardí tiene un punto moruno y tiene también el español antiguo, con palabras que eran raras para mí de pequeño. La verdad es que no las entendía muy bien, y tampoco me las explicaban demasiado. Las tengo grabadas en la memoria.

En Argentina hay una de las comunidades judías más grandes del mundo. Usted forma parte de ella. ¿Cómo marcó su identidad, su vida?

Cuando vivían mis abuelos, se celebraban algunas festividades, como la Pascua. Mi abuelo contaba algo o decía una bendición. Pero la comunidad judía, que es enorme en la Argentina, estaba muy distanciada de la religión en esa época. Creo que con el tiempo, y no sé si es algo bueno, las generaciones han empezado no a radicalizarse, que es una palabra un poco fuerte, pero sí a concienciarse y a practicar la religión. Ahora voy a Buenos Aires y en algunos barrios veo a muchísimos niños vestidos como judíos ortodoxos. Eso no existía cuando yo era chico, es una cosa nueva.

Parece que la primera generación, la que emigra al país, es la que más lucha por integrarse...

Puede ser. Mi padre es agnóstico, pero sí un gran estudioso de la cultura judía. Sabe muchísimo. Le fascinan los poetas, los escritores…

Vino de Rusia, ¿no?

Nació en Ucrania, en Teofipol. Su padre se escapó y se fue a un puerto, no sé exactamente a cuál, y decidió tomar el primer barco que saliese, que podía ser a Nueva York o a Buenos Aires. Para bien o para mal, tocó Buenos Aires. Mi padre y mi abuela tardaron en reunirse con él, así que mi padre conoció al suyo con diez años. Es una historia muy novelesca.

En Argentina hay muchas así, si no me equivoco.

Muchísimas. De gallegos, italianos, judíos...

Pasan los años, y los militares dan el golpe en Argentina. Su familia decide exiliarse a España. He leído que se perseguía, entre otros colectivos, a los judíos. ¿Por qué decidieron venir?

Por todo un poco, pero lo más peligroso era que mi padre era socio y director de un periódico independiente donde sufrieron atentados y amenazas. Por otro lado, mi madre estaba en la lista de artistas prohibidos. Todo lo que tuviera un mínimo tufillo a izquierda lo estaba. En la dictadura militar hubo 30.000 desaparecidos. No todos eran militantes o combatientes: algunos solo eran el amigo del amigo. Fue uno de esos momentos que sirven para estudiar al ser humano, a lo que puede llegar. Entonces, a pesar de que mi padre era muy reacio, los amigos recomendaron que nos fuésemos por una temporada, hasta que se calmaran un poco las cosas. La idea era venir dos años a España. Al año, yo ya estaba feliz de estar aquí.

¿Cómo recuerda el golpe? ¿Cambió todo de repente?

Las cosas ya estaban muy raras. Hubo una serie de acontecimientos de violencia, de represión, de miedo a estar en la calle, de tener que andarse con cuidado. Había amigos que empezaban a escaparse porque habían estado haciendo militancia estudiantil. Previamente, con el gobierno de Isabelita Perón , ya estaba la Tripe A, que eran prácticamente paramilitares.

Me imagino que fue difícil vivirlo desde el punto de vista de un adolescente.

Pasó una cosa curiosa. Me gustaba mucho el rock, y la militancia no era compatible con eso, porque requería una entrega total. El rock venía de la cultura americana, y el rockero no adquiría compromiso. En ese momento ya me salvó la vida, porque muchos amigos míos sí que entraron en la militancia y dejaron de ir a los conciertos.

¿Diría que la rebeldía del rock no era política?

En el rock no había acciones. Había canciones, conciertos, pero no acciones. No había una organización. Cada uno iba por libre. Yo estaba fascinado por el rock anglosajón y también por el rock argentino, que también se reprimía, hasta que ocurrió lo de las Malvinas. Entonces, se prohibió la música en inglés, y eso potenció al rock argentino, que se hizo muy popular.

Los principios de los 70 fueron años esplendorosos para el rock argentino. Salieron los primeros discos de Manal, de Sui Generis, de Almendra...

A nivel de calidad, creo que se alcanzó la excelencia. Se fundó un tipo de rock con un lenguaje y una identidad únicos. En esos discos puedes sentir que hay influencias, como de los Beatles , pero tienen una voz muy propia.

¿Cuáles son las características de esa música?

La poesía, la lírica, el vuelo. Tenía algo porteño, algo de tango. Luis Alberto Spinetta fue el fundador. También había algo más urbano, que era Manal , pero con mucha poesía. Cada uno tenía sus particularidades, y eso era lo maravilloso.

He leído que el primer disco de Almendra le encanta, y que de hecho trata de escucharlo poco.

Sí. No se puede escuchar mucho esa música, hay que reservarla. Son como tesoros, no los vas a estar mirando todo el rato. Ahora no recuerdo bien quién me lo compró, porque yo tenía diez años, pero lo escuchába tanto... Me lo sabía de memoria. Me deslumbró.

¿Le traslada a cierta época?

A la infancia, ¿no? Sin darme cuenta, había tomado una decisión, porque ya intentaba componer. Me juntaba con un amigo que era músico, y hacíamos nuestras canciones. En vez de jugar a lo que jugaban los otros chicos, nos encerrábamos, conseguíamos todos los instrumentos que podíamos y aprendíamos a tocarlos. Incluso teníamos un grabadorcillo de cinta, y cuando teníamos las canciones, las grabábamos.

¿Cómo empezó a tocar la guitarra?

Por este amigo, Leo Sujatovich . Era mi vecino y estudiábamos con la misma profesora, una gran profesora. Leo tocaba muy bien el piano, mucho mejor que yo (se ríe) . Me pareció que la única manera de poder tocar con él era pasarme a la guitarra. Tuvimos la suerte de que uno de nuestros guitarristas favoritos, que ahora vive en Madrid y que sigue siendo para mí un maestro, Claudio Gabis , de Manal , nos empezó a dar clase. Tomábamos el colectivo con diez años, cruzábamos la ciudad entera e íbamos a su casa. Era un joven hippie. Nos quedábamos tocando toda la tarde y le mostrábamos nuestras canciones, y él nos enseñaba a cómo arreglarlas con dos guitarras y a cómo no tocar los dos lo mismo. Cambió todo: aprendí a hacer solos, a improvisar, a buscar los arreglos.

¿Se sintió más cómodo con la guitarra que con el piano?

El piano... es una pena, la verdad. Yo soy, de naturaleza, bastante vago (se ríe) . Trababaja un montón, pero ante la opción de hacer algo que me resultaba fácil frente a algo que me resultaba mucho más trabajoso, opté por algo que inmediatamente me daba frutos, que me daba placer y con lo que avanzaba casi sin esfuerzo.

¿Le parecía más fácil cantar con ella, o no tuvo nada que ver?

No. Con el piano también se puede cantar, sobre todo en la Argentina, donde hay una escuela de pianistas cantantes muy importante.

Volvamos a su llegada a España. ¿Qué le pareció el Madrid de 1976? ¿Qué impresión le causó, en contraste con Buenos Aires?

Llegué en agosto en Madrid, y no había nadie (se ríe) . Me parecía rarísimo. Venía de una ciudad caótica, peligrosa, oscura, donde por hablar fuerte y reírte ya eras sospechoso. Había controles policiales todo el tiempo. Te paraban, te bajaban del taxi. Te interrogaban en la calle. Yo vivía asustado, aterrado en esa época. Por eso, cuando llegué, no lo podía creer: la sensación de libertad y de disfrutar de la calle, una característica que hasta a la gente que viene de países civilizados le parece increíble, pues imagínate cómo era al venir de una dictadura. Pasar ante la policía, y no temblar. Era impresionante. Y una aventura. Tenía el presentimiento no de que me iba a ir bien, pero sí de que iba a tener una banda de rock. En Buenos Aires tocábamos, pero era muy difícil tener instrumentos, porque éramos muy chicos. No habíamos llegado a armar una banda. Sí que componía con Alejo y también con Leo, pero sentía que aquí sí que iba a tener un local, un amplificador...

¿Que se iba a profesionalizar?

No lo llamaría profesionalizar, no me lo planteaba así. Para mí era algo como, no sé... como algo que tenía muy idealizado. En vez de levantarme por la mañana y de tener que ir a estudiar, tener que ir a ensayar.

Es lo que cuenta en su canción «Vals de los recuerdos».

Sí, esos primeros días. La primera noche llegamos a un hotel de la Gran Vía sin mi padre, que vino un mes más tarde. Los tres, mi madre, mi hermana y yo, dormimos en la misma habitación. Esa mañana, en cuanto llegamos, bajé a recorrer la zona y dio la casualidad de que para un lado había una tienda de guitarras eléctricas y para el otro un cine donde estaban dando «Ladies and Gentlemen: The Rolling Stones» (se ríe) . Me emocioné y llegué al hotel desencajado. Nunca había visto ni tantas guitarras juntas ni un cartel de los Rolling Stones en la calle. Era fabuloso. Y bueno... lo primero, claro, me inscribieron en el colegio. No duré demasiado.

¿No le gustaba estudiar?

Se me hizo duro adaptarme. Eran distintos programas: en Argentina salíamos a mediodía, y aquí era hasta las cinco de la tarde. Tenía que estudiar con algún profesor horas extra. En ese momento ocurrió un desastre total, que fue que el gobierno militar confiscó el periódico. A mi padre le dijeron que tenía que irse. Fue una debacle. Nos tuvimos que mudar inmediatamente y cambiar el modo de vida. Eso generó un caos en el que pude decir: «Oye, que voy a dejar el colegio» (se ríe) . ¡Y coló! Por entonces, yo ya estaba ensayando con Tequila. Me respondieron: «Bueno, vale, pero tienes que estudiar algo». Como tardamos un año en que el grupo se convirtiera en un proyecto real, todo ese tiempo tuve que hacer cosas para no ser un atorrante, un vago. Mis padres no tenían energía para controlar todo lo que se les venía encima, y ahí se descontroló la situación. Y por otro lado, me veían fatal en el colegio, que no me integraba.

¿Notó mucho el cambio de una sociedad a otra?

Había cosas muy distintas. Por ejemplo, la música. No había una identidad, se mezclaban versiones en inglés con alguna canción propia, era difuso... No había una escena. Yo estaba acostumbrado a que la hubiera. En Argentina, también estábamos acostumbrados a hacer todo de puertas para adentro. Y aquí no solo se vivía todo el rato en la calle, sino que era muy raro que alguien te invitase a su casa. Quedabas en los bares. Allí era todo lo contrario, con la policía secreta. Es algo curioso, porque aún sigue siendo un poco así... uno queda en casa, pero con las chicas (se ríe) . Fuimos de los primeros extranjeros en Madrid, así que supongo que fuimos bichos raros.

Imagino que se juntaba con más gente exiliada de Argentina.

Claro, sí. Al principio no había demasiada gente de mi edad, solo el hijo de algún amigo de mis padres, pero sí que había un pequeño gueto. El primer mes o dos vivimos en unos pisos donde también había muchos argentinos. Eran los apartamentos Torre Renta, que quedaban en una calle que está detrás de la Castellana, por Plaza Castilla. Yo lo pasaba muy bien, porque llegué en agosto y en Argentina tenía que haber estado estudiando, pero aquí eran vacaciones. Había un ambiente de camaradería y nos juntábamos mucho con músicos amigos de mi padre o de mi madre, o con alguna actriz.

Cuénteme los inicios de Tequila.

Nos juntábamos todas las tardes para ensayar e íbamos armando un repertorio. Cuando yo entré, Tequila no se llamaba Tequila. Era una banda que se había disgregado y donde quedaban solo Felipe, Julián y el batería, que no fue el definitivo. Venían de tocar blues y rock un poco progresivo, con una una chica que cantaba en inglés y que se fue. Empecé a tocar los temas que traía y algunos que fui componiendo al llegar. Están en el primer disco de Tequila: «Rock and roll en la plaza del pueblo» , «Necesito un trago ». Algunas habían sido compuestas por Alejo, pero a él no le dejaron entrar: querían solo un guitarrista. Tardé un año en convencerlos: yo cantaba, pero lo que quería era tocar la guitarra y que Alejo cantase. Lo conseguí, y fue esa formación la que tanto impactó. Teníamos algunos contactos para tocar de vez en cuando, e íbamos a los colegios mayores. También había un club donde programaban una vez a la semana música en directo, el New MM , que estaba por Diego de León. Finalmente, la banda se estabilizó, y llegó el batería, que era Manolito . Muy al principio de debutar Alejo, vino a vernos el director de una compañía discográfica y Mariscal Romero, Vicente Mariscal , y nos propusieron grabar dos canciones para un recopilatorio que se iba a hacer de grupos de Madrid. Grabamos esos dos temas hace exactamente cuarenta años. El disco salió en mayo del 78. Zafiro , que era la compañía discográfica, nos sacó del disco, porque se dio cuenta de que nosotros hacíamos otra cosa. Era un disco de grupos muy emblemáticos y representativos de Madrid, que hablaban mucho de la ciudad en sus canciones; Tequila era súper lúdico y festivo, lleno de color, y no pegaba. Vieron, aparte, que había potencial comercial.

En cierta manera, le pusieron música a los anhelos y las inquietudes de una juventud que acababa de salir de una dictadura.

Totalmente. Estaba ese hueco, ese engranaje de la maquinaria donde estaba el molde hecho, y Tequila tenía la forma exacta de encajar (se ríe) . Lo ocupamos. Fue muy impactante. Mucha gente lo recuerda como algo que les marcó. No era habitual que unos tipos salieran con ese descaro, con esa provocación y con ese aspecto, muy rompedor para el momento. No duró mucho, porque luego surgió la Movida y nosotros representábamos otra época. Eran años en los que todo estaba ocurriendo muy deprisa, y lo que había pasado hacía ocho meses se había quedado antiguo porque la sociedad ya había cambiado. En uno año o dos, Tequila ya representaba algo que había pasado, y no especialmente recordable. La Movida tuvo tal repercusión, incluso internacional, que nos fulminó. Seguimos cuatro años más, pero ocupamos otro lugar, más para chicas. Descuidamos lo que proyectábamos.

¿Se dio cuenta entonces?

No, esto lo analizo ahora. En ese momento, bueno, nuestro público había cambiado un poco. Antes venían rockeros, muchos chicos a vernos, y de repente el público era más femenino. Compartíamos festivales de radio con artistas que no tenían nada que ver con nosotros, como Los Pecos.

¿Cree que se le asoció a otras cosas? Porque sí es cierto que Tequila tenía ese componente divertido, provocador...

Y hay una cosa más: éramos amigos. Compartíamos noches y días con un montón de gente de la Movida. Algunos están, y otros no. Éramos colegas.

La Movida no fue homogénea. En realidad, ¿qué determinaba si estabas o no dentro? Tal vez, el momento histórico que ocupabas. Si hubiéramos salido un año más tarde, hubiésemos estado en ella.

¿Cree que les perjudicó triunfar tan pronto?

No creo. Estoy muy orgulloso de haber ocupado el lugar que ocupamos. Fuimos pioneros, y los pioneros reciben muchas hostias. ¡Fui pionero con 17 años, número uno con 17 años, y aquí estoy! No estoy ni loco, ni internado ni bajo tierra.

¿Cómo fue el proceso de disolución del grupo?

Ahí vino una época mucho más oscura. Solitaria. Tequila era muy hermético: nuestro grupo, nuestro entorno lo era. Entonces, cuando la banda se acabó, nos distanciamos relativamente, aunque yo seguí tocando con Julián Infante. En mi primer proyecto en solitario, en los directos, venía él. Y lo de coquetear con sustancias tóxicas y adictivas dejó de ser un juego.

Creo que ese fin de fiesta fue casi generacional.

Hasta en eso fuimos pioneros, porque la fiesta seguía, pero a nosotros se nos había acabado. Aquí saqué dos discos, con los que no me terminé de sentir cómodo porque no asimilaba mi papel de solista. Rompían totalmente con Tequila y no eran para nada ni lo que la compañía ni lo que la radio esperaban de mí. No funcionaron y prácticamente ni toqué. También tenía una banda, y surgió la posibilidad de ir a Buenos Aires a presentar uno de esos discos, a promocionarlo. Ahí me reconcilié con la ciudad después de diez años. Fue en el 85, más o menos.

¿Cómo fue ese regreso?

Maravilloso, porque allí empezaba otra Movida y se acababa la dictadura. Un momento espectacular. Pasé de una Movida a otra, con un pequeño bache en medio del que rápidamente me recuperé, sacando pecho y siguiendo adelante. En Buenos Aires, con mucho retraso, pasó lo que había pasado en el mundo del rock a finales de los 70: la música muy seria, muy progresiva y muy compleja de repente cambió, y empezó la diversión, la frivolidad y el humor. Otro tipo de locura. La diferencia es que en Argentina los pioneros sí que fueron aceptados, y marcaron la pauta: Charly García es un genio. Charly García no se quedó haciendo música sinfónica, sino que hizo los mejores discos de rock, de «new wave». Siempre a la vanguardia.

La comunidad musical y cultural es enorme en Argentina y está muy unida. Se colabora y no hay problemas generacionales. Yo llegué y rápidamente me integré, y empecé a hacer cosas: a tocar con Andrés [Calamaro] en su banda, y a producir discos con él. Por otro lado, vivía de hacer música para publicidad. Tenía unos amigos que tenían una productora y me contrataron. La verdad que estaba recuperando la alegría.

¿La perdió en los últimos años en Madrid?

Sí, sí. Cada vez estaba más solo. Ya empezaban las bajas entre los amigos. Algunas fulminantes, y otras no. El sida. La cosa se estaba poniendo oscura. Por otro lado, se estaba profesionalizando el rock. Cuando empezamos no había nada, no había ni una compañía que alquilase luces, sonidos y furgonetas, no había mánager y teníamos que ir inventando todo sobre la marcha. Aunque me fui a Argentina iba volviendo, y cada vez me parecía que esto era más espectacular en el sentido de la profesionalidad. Los grupos giraban muy bien preparados, muy armados. Y Buenos Aires era pobre y caótica, pero muy divertida (se ríe) .

Fueron años en los que disfrutó de los dos países.

Yo solo venía para no perder la nacionalidad, que estaba en proceso. Tenía que regresar para no perder los papeles. Mis padres estaban aquí y tenía una casa. En una de esas vueltas volví a conectar con Madrid, y me quedé.

¿Cómo fue el encuentro con Calamaro?

A mí ya me habían hablado de Andrés y me habían dicho que le gustaba mucho Tequila, y que quería conocerme. Cuando fui a promocionar «Debajo del puente », tenía un programa de radio. Ahí nos hicimos colegas, charlamos, y me invitó a su casa. Un día salí a tocar en la tele en directo, y Andrés apareció y se subió a tocar conmigo ante la perplejidad de mi teclista (se ríe) . Luego le llamé, le dije que me quería quedar y me propuso tocar con él. Empezamos a trabajar en una época económica que era la de la hiperinflación. Las giras eran salvajes, con viajes eternos y en malas condiciones; no se cobraba nada, pero todo el mundo quería estar. Hacíamos kilómetros para llegar a ciudades importantes, pero también a algún pueblo o a alguna ciudad pequeña de Argentina, donde el interior está muy lejos de Buenos Aires en todos los sentidos.

¿En cuáles?

El rock en la Argentina está en todos lados, pero la infraestructura sí era muy distinta: allí había caballos, gauchos, tipos tomando mate en una esquina (se ríe) . Era maravilloso. Andrés filmaba mucho en esa época, y era increíble, eran como «road movies»: de repente nos invitaban a un asado y había una doma de caballos, y nosotros ahí, con nuestros pelos. Pero cuando agarrabas la guitarra y tocabas una canción de Charly García, la cantaban todos.

Entremos en los 90, en su vuelta a España y en el nacimiento de Los Rodríguez.

Fue otra época maravillosa, muy bonita. La primera etapa de Los Rodríguez fue mágica. El primer disco, «Buena Suerte », la representa. Cuando lo escucho me emociono: está Guille, Martín tocando el bajo... Vivíamos en un piso enorme y espectacular que había alquilado con mi hermana en el año 79. Allí me instalé con Andrés e inmediatamente vino Julián. Los tres pasábamos el tiempo componiendo, saliendo por la noche y tocando en garitos: había mucha movida en Madrid a inicios de los 90. Se armó una cosa genial, porque había muchos argentinos en ese momento. Se armó como todo un grupete. También con Javier Andreu , de La Frontera . Era muy divertido y muy creativo. Estábamos en un estado grupal inspirado, y no paraban de salir canciones todo el tiempo; tanto, que en tres meses nos pusimos a grabar ese disco.

En «Buena Suerte», ya hay algunas de vuestras canciones más importantes.

A nivel de popularidad, no. Es uno de los discos menos conocidos de Los Rodríguez.

Pero ya está «A los ojos», por ejemplo.

Sí, pero no está «Sin Documentos»… Hubo un antes y un después en Los Rodríguez con «Sin Documentos». Teníamos ese éxito de Andrés, pero no contrato, y nadie nos lo quería hacer. No conseguíamos compañía discográfica. Caímos en redes extrañas que nos hicieron perder mucho tiempo, con promesas incumplidas, proyectos que no existían, fantasías... Fue un momento muy delicado. Andrés ya tenía ganas de volver a Argentina si no pasaba nada. Estábamos con la pistola en la cabeza. Ahí apareció DRO , la compañía, y nos enamoró Alfonso Pérez con una sola charla. Andrés era escéptico, no le interesaban las propuestas salvo que fueran algo muy seguro y potente, pero Alfonso nos sedujo de tal manera que salimos de esa conversación y le dijimos que vale, a pesar de que no llegaba a las expectativas del contrato que esperábamos. Ya éramos gente grande, y no podíamos seguir viviendo del humo.

¿Cómo empezó a funcionar el grupo a partir de ese momento?

De manera menos caótica, aunque Los Rodríguez nunca llegamos, salvo en la despedida con Joaquín Sabina , a hacer una gira. Funcionábamos por contratación pura y dura, un día allí y otro allá. Cada día con un escenario y con otras luces, incluso cuando ya habíamos triunfado. No lo conseguimos, tal vez por torpeza o por nuestra naturaleza, y porque nos gustaba ese caos (se ríe) . Cuando lo logramos, con Sabina, nos aburrimos.

¿Por qué?

Nos habíamos criado en ese modelo de funcionamiento, nunca conocimos otro... ni ahora (se ríe) . Pero bueno, producíamos. Teníamos un equipo, un técnico de sonido y una banda estable, buenas furgonetas para viajar y conciertos con un buen caché.

¿Lo recuerda como una buena etapa?

Con Los Rodríguez hubo momentos muy divertidos, pero todo era extremo.

¿Diría que revivió con ellos los momentos previos a la disolución de Tequila?

No, no... Todo era muy distinto, ya éramos muy grandes y teníamos más experiencia. La gira con Sabina fue maravillosa, increíble. Nunca habíamos vivido algo así, pero ya no había unidad en el grupo. En realidad, Los Rodríguez ya se iban a separar. En uno de los conciertos, en Canarias, tocamos con Sabina, y nos dijo que quería hacer una gira con nosotros. Nos mantuvo unidos un año más.

Terminaron Los Rodríguez y comenzó su carrera en solitario. ¿Fue duro volar solo?

Ahí vino otro momento de euforia, porque eché a volar y empecé a armar mi propia historia, que fue muy bonita. Comenzó con The Attractions , un regalazo que me dio la vida y que no voy a olvidar jamás por la magia que hubo en esa grabación. Luego monté una banda que funcionó, hasta que vinieron periodos en los que yo quería trabajar menos y componer, y se extinguió. Descubrí un nuevo rol. De repente, vi que me gustaba ser solista, esa libertad. Las bandas, sobre todo cuando eres más joven, con muy celosas. Hacer cosas fuera de Tequila era una traición.

Quizá la edad le pedía cambiar la forma de trabajar.

Puede ser. No encontré almas gemelas para hacer un proyecto. Siempre he sido así, nunca he forzado una situación. Empecé a funcionar solo de una manera natural. Es cierto que después me acostumbré, y la composición se convirtió en algo más íntimo y personal. Cada vez me cuesta más compartir y trabajar con otra gente.

Los temas sobre los que hablan sus canciones también cambiaron.

Probablemente. Creo que conseguí tener un sello en mi manera de escribir y componer.

Me da la impresión de que nunca cede a la tristeza en su trabajo.

¿Quién quiere hacer música triste? Me gustaría llegar a ser más extremo, sería un gran desafío. Pero sí, hay cierta ironía cuando hablo de temas incómodos... Pero no lo analizo demasiado (se ríe) .

En su último disco, la canción que le dedica a Julián Infante, «Broder», es alegre.

Sí. Desde el primer momento, el tono de esa canción me pareció que era ese, y no quería desvirtuarlo.

Es una buena forma de mirar atrás.

Todo lo que te he contado ha sido una fiesta (se ríe) . Ahora, es un momento bastante particular. En mis años cincuenta, en esta década, he hecho tres discos, que me parecen muy buenos. El último tiene el inconveniente del título, «La manada» . Me resulta hasta incómodo nombrarlo, porque tuve la mala suerte de que estos individuos consiguieran que una palabra bonita del español se convirtiera en una palabra que se relaciona con algo espantoso. Me ha marcado. Tal vez, por eso me quedo con los dos anteriores. En todo caso, creo que el «Solo Rot» , «La huesuda» y «La manada», si bien tienen una personalidad propia, están en un marco concreto.

¿Cuál?

El paso del tiempo está muy presente desde distintos puntos de vista. También las pérdidas y cierta paz, cierta mirada relajada.

¿Le ha dado miedo el paso del tiempo?

Es curioso, cuantos más años cumplo menos miedo me da, aunque tuve mi crisis, de la que ya he salido. Es un tema inquietante para todos.

Ariel Rot: «Cuantos más años cumplo, menos miedo me da el paso del tiempo»

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación