Los valientes ingleses que se confinaron para salvar al resto del país de la peste

La ciudad de Eyam está perimetrada por unos curiosos mojones de piedra que recuerdan la epidemia que sufrió hace más de 350

Los descendientes directos de los supervivientes portaban una mutación extremadamente excepcional en un gen

La piedra que marcaba el límite máximo hasta el que se podía salir de Eyam Wikipedia

Pedro Gargantilla

A poco más de 50 kilómetros al sureste de Manchester se encuentra una tranquila ciudad dormitorio de apenas 900 habitantes, su nombre es Eyam de Derbyshare , y ha pasado a los anales de la historia como la «aldea de la peste» .

Tenemos que remontarnos hasta el verano de 1665, momento en el cual una epidemia de peste bubónica asoló media Europa, Inglaterra incluida. Se estima que tan sólo en la capital inglesa falleció la cuarta parte de la población, unos cien mil londinenses.

La epidemia llegó a las islas británicas en barcos mercantes holandeses procedentes de Ámsterdam que transportaban algodón. La primavera y el verano de aquel año fueron inusualmente cálidos, favoreciendo la difusión de la enfermedad.

Las pésimas condiciones higiénicas fue el otro ingrediente que contribuyó al incremento del número de contagios y a la propagación de la epidemia hacia el norte de Inglaterra.

Muy posiblemente la peste penetró en Eyam a través de unas telas que había encargado el sastre de la ciudad –Alexander Hadfield- y que estaban infestadas de pulgas procedentes de Londres.

A los pocos días de la recepción Hadfield y su asistente fallecieron, fueron las primeras víctimas de una larga lista. Las siguientes semanas fueron devastadoras, no había familia en la que alguno de sus miembros no pasara a formar parte de la nómina del reino de Tánatos.

Las calles no tardaron en quedarse vacías, las puertas de las casas fueron pintadas con cruces blancas y en su interior tan sólo se oían los últimos lamentos de los moribundos.

Fue entonces cuando sus habitantes decidieron sacrificarse por el bien de los ingleses, entendieron que la única forma de evitar que la epidemia se propagase a localidades vecinas era infringirse una forzada cuarentena.

Los mojones de la peste

Por iniciativa del pastor Monpesson se estableció un cordón sanitario, se colocaron unos enormes hitos de piedra o mojones perimetrales en las fueras de Eyam, que marcaban el límite máximo hasta el que se podía salir. Ni siquiera se permitía sobrepasarlos a las personas que todavía se encontrasen asintomáticas.

Llegado ese punto, tan sólo faltaba resolver un “pequeño problema”: el autoabastecimiento. Desarrollaron una ingeniosa estrategia, en las piedras que marcaban el perímetro de seguridad hicieron agujeros y en ellas depositaron monedas impregnadas en vinagre.

La explicación a esta estrambótica práctica se encuentra en que en aquella época se pensaba que el ácido acético era un poderoso desinfectante, de forma que los comerciantes se sintiesen seguros, sin correr el peligro de contagiarse, y que cuando recogiesen las monedas depositasen sobre las piedras productos de primera necesidad que permitiesen a los habitantes de Eyam alimentarse.

De esta forma los irreductibles ingleses consiguieron sofocar la epidemia e impedir que avanzase de forma inexorable hacia el norte. Este altruismo tuvo un precio muy elevado, se calcula que de los 344 habitantes de la aldea tan sólo sobrevivieron 67.

Gracias a la genética

Un grupo de científicos descubrió hace algunos años que los descendientes directos de aquellos supervivientes portaban una mutación extremadamente excepcional en el gen CCR5 llamada delta 32.

A pesar de este hallazgo, la comunidad científica no se pone de acuerdo en reconocer si esta mutación fue clave para protegerles de la infección por Yersinia pestis o si lo que realmente producía era una inmunidad hacia otras enfermedades comunes en aquella época, como era la viruela.

Han pasado más de tres siglos, pero todavía permanecen algunos hitos alrededor del pueblo –a menos de un kilómetro del centro- y los turistas que hasta allí se acercan suelen depositar monedas en ellos, en recuerdo de aquellas personas anónimas que sacrificaron su vida para contener la epidemia.

M. Jara

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación

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