Ramón y Cajal, Galileo y Bacon, los brillantes científicos que acabaron entre rejas
Los hombres de ciencia no están exentos de realizar acciones punitivas y terminar con sus huesos en la cárcel
A finales de diciembre del año 2019 el científico He Jiankui –apodado el Frankenstein chino- fue condenado a tres años de prisión por un experimento sin procedentes. Un año antes saltó a la fama mundial al afirmar que había manipulado genéticamente tres bebés haciéndoles resistentes a la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana.
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No ha sido el primer científico en pasar una temporada entre rejas ni tampoco será, desgraciadamente, el último. En la nómina encontramos todo tipo de científicos, repasemos algunos de los “éxitos” delictivos más sonados de la ciencia.
Ramón y Cajal, castigado por usar un cañón
Santiago Ramón y Cajal , nuestro Premio Nobel de Medicina, el descubridor de la estructura neuronal como fundamento del cerebro y el pionero de la neurociencia tuvo una infancia y adolescencia de lo más irreverentes.
Parece ser que cuando tenía once años construyó un artefacto que hacía las veces de cañón y con el cual no tuvo el menor reparo en experimentar contra la tapia de uno de sus vecinos, haciéndola añicos.
El castigo lo narra en primera persona Cajal:
“…aprovechó la ocasión que se le ofrecía para escarmentarme; y viniendo a mi casa en compañía del alguacil, dio con mis huesos en la cárcel del lugar. Esto ocurrió con beneplácito de mi padre , que vio en mi prisión excelente y enérgico recurso para corregirme; llegó hasta ordenar que se me privase de alimento durante toda la duración del encierro…”
Arresto para Galileo por «ir contra Dios»
Años atrás uno de los nombres más reconocidos de la intelectualidad sufrió uno de los juicios más injustos de la Historia. Su nombre, Galileo Galilei .
Su pecado fue un desmedido desplante frente a las autoridades eclesiásticas, al defender el modelo heliocentrista frente al geocentrista . Un desaire que encendió las turbinas del odio y de la sinrazón eclesiástica. Para evitar males mayores el italiano no tuvo más remedio que retractarse, aunque por lo bajini pronunciaría aquello de “ Eppur si muove ”.
Sin embargo, desdecirse no fue suficiente, le condenaron a pasar los nueve años que le quedaban todavía de vida bajo arresto domiciliario y con la prohibición expresa de publicar libro alguno. A la desolación moral se sumaron la artritis y la ceguera , que carcomieron lánguidamente su espíritu.
El corrupto sir Francis Bacon
La Torre de Londres, la legendaria cárcel inglesa fue el domicilio temporal de una de las mentes más clarividentes de toda la Historia de la Ciencia: sir Francis Bacon . En 1607 comenzó una carrera meteórica dentro de la corte, de forma consecutiva y en muy corto periodo de tiempo fue nombrado: guarda-sellos, lord gran canciller, barón de Verulam, par de Inglaterra y vizconde de San Albano.
A pesar del cúmulo de prebendas que estos títulos le granjeaba no fue capaz de ser previsor, la vida fastuosa que llevaba, así como una necesidad creciente de dinero fueron los detonantes que le llevaron a delinquir. No tuvo el mayor reparo en aprovecharse ilegítimamente de su cargo de canciller frente a terceras personas.
Los afectados no tardaron en implorar justicia y la Cámara de los Comunes, ante el clamor popular, se vio obligada a abrir una investigación, en la cual se probaron una ingente lista de cargos.
Al final Francis Bacon fue condenado a pagar una multa de 40.000 libras , a la pérdida de todos sus empleos, a la imposibilidad de ocupar en lo sucesivo un cargo público y a pasar una temporada a la sombra en la legendaria prisión londinense.
El doctor muerte
Más cercano a nosotros en el tiempo es Jack Kevorkian , un científico que en la década de los noventa del siglo pasado se convirtió en todo un fenómeno mediático. Intentó por todos los medios pasar a la Historia de la Medicina al capturar el rostro de la muerte, al fotografiar a personas que se encontraban en el último suspiro de vida .
Además, el doctor muerte, que así es como se le conocía, diseñó una “máquina del suicidio” mediante la cual se auto-administraban sustancias químicas. No contento con estas atrocidades en 1998 inyectó personalmente sustancias letales a uno de sus “clientes”, al cual había requerido previamente un consentimiento escrito. Esto no fue óbice para que un tribunal dictará en su contra una sentencia de ocho años de prisión por el delito de asesinato en segundo grado .
Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación .