EL tiempo ha pasado factura a sus paredes, débil reflejo de lo que fueron, pero la imponente chimenea sigue allí, como si nada, mirando desafiante al cielo. En una época no muy lejana, de su interior salían la esencia que perfumaba a las mujeres francesas, el oro que se enviaba a Amberes (Holanda) o la harina y el azúcar que surtían a toda una comarca. Fábricas, factorías, herrerías, minas y ferrocarriles son el testimonio en piedra y metal de la evolución de una región a través de su industria, que comenzó a despuntar en el siglo XVIII y que se consolidó a lo largo del XIX y XX.