En ocasiones desesperadas está bien venderlo, pero el humo, por muy denso que sea, no impide ver la realidad. Y las lágrimas no asaltan más que por la impotencia, por las continuas decepciones, y por las nuevas. Por el sinsabor de ilusiones perdidas a sólo dos minutos de que las gargantas expandan el sí, sí, sí. Ahora es no, no, no, o, por lo menos, un lo tenemo regular con la cabeza gacha. Carranza pudo ver anoche con vida el último o penúltimo destello de la categoría dorada. Fue el más claro ejemplo de cómo de la mayor esperanza se pasa a la desilusión por un pelo. Más bien por el flequillo de Joaquín que, olvidando sus orígenes gaditanos, apuntillaba a sus hermanos tras desviar a la red la falta de Assunçao.