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'Haberlas, haylas'

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Diego Costa es un tipo diferente, sin dobleces y sin grises. Un todo o nada. Desde que aterrizó en España, procedente del Sporting de Braga portugués, su rendimiento tuvo mucho que ver con su mente. Nervioso, corajudo, bronquista y en ocasiones violento, el de Lagarto tuvo que ir templando su carácter en el Celta, el Albacete, el Valladolid y el Rayo antes de triunfar por fin en el Atlético y firmar el primer gran contrato de su vida con el Chelsea. Es testarudo y al final del túnel verá la luz y será pieza clave en la selección porque le sobran condiciones para gozar de continuidad y aprovecharla.

Sabe que ningún ariete tardó tanto en marcar con España como él -515 minutos en siete partidos- y asume que se le mira con lupa porque su origen está en Brasil. Sus deseos de golear le agarrotan y generan ansiedad. Menos mal que acabó con su gafe en una jugada extraña, con control, giro y remate a bocajarro, porque su problema comenzaba ya a precisar de terapia psicológica.

Del Bosque le mima, le alaba en público y en privado y agradece su entusiasmo, apego y compromiso, y sufría su sequía casi tanto como él. Su relación nació como un matrimonio de conveniencia pero el roce hace el cariño. Cada vez que se acercaba a la portería luxemburguesa, todos los integrantes del banquillo se levantaban para seguir la jugada y empujar a Costa hacia ese gol que se le resistía mucho más de lo imaginable, sobre todo con rivales de tan poco fuste enfrente. No se puede dudar de que Costa tiene gol. Lo demostró en el Atlético y en el máximo artillero de la Premier, con nueve tantos en siete partidos y 22 tiros. En 'La Roja', en cambio, sumaba ya 18 tiros sin acierto antes del trámite en el Gran Ducado.

Para reencontrarse con los goles y no sufrir como en la pequeña Zilina ante la insólita Eslovaquia, Del Bosque recurrió a los conceptos clásicos. Dibujó un centro del campo con rombo, dio las bandas a los laterales y situó a Paco Alcácer junto a Costa. A diferencia del pasado jueves, esta vez era Busquets, y no Koke, el encargado de sacar el balón. El rojiblanco se tiraba hacia la derecha, Iniesta hacia la izquierda y Silva ejercía como enganche. Un buen sistema ante rivales flojos y una gran idea recurrir a los balones largos, a sabiendas de que los amigos de Luxemburgo son tan osados que adelantan la defensa sin presionar en el centro del campo.

Buena actitud, buen juego, movimientos de manual con y sin balón y bastantes ocasiones, casi siempre protagonizadas por el incansable Diego Costa, que agradecía la presencia de Alcácer aunque es un tipo de delantero que necesita espacios y suele ser más feliz solo contra el mundo. Hasta seis buenas opciones de marcar tuvo el hispano-brasileño en la primera parte pero no había forma. O tiraba fuera, o permitía el lucimiento de Joubert, un ilustre desconocido de 34 años que ha hecho toda su carrera de portero en el fútbol local.

Miraba hacia abajo, se mesaba los cabellos, se levantaba la camiseta para taparse la cara...y recibía el ánimo de sus compañeros y sobre todo de Alcácer, que ya suma tres tantos en tres partidos y vive un idilio con el gol. La cara y la cruz de España. Alcácer forma una gran conexión exvalencianista con Silva y recuerda en sus maneras al 'Guaje' Villa, el máximo goleador en la historia de España. Más allá del seguimiento a Diego Costa, persuadido de que las 'meigas, haberlas, 'haylas', el duelo dejó una noche tranquila pero bien resuelta por De Gea y los estrenos de Rodrigo y Bernat, que firmaron un golazo de nueva generación.