Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
El presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abás, durante su intervención en la 66 Asamblea General de la ONU. /Efe
análisis

Palestina hace historia

El liderazgo palestino opta por la pura vía diplomática, pacífica y, se diría, didáctica: saben que disponen de un fuerte respaldo internacional y se disponen a utilizarlo a fondo

ENRIQUE VÁZQUEZ
Actualizado:

Según el guión previsto, Mahmud Abás ha presentado en las Naciones Unidas una petición para obtener para Palestina la condición de Estado de pleno derecho de la Organización y lo ha argumentado muy bien, con ese tono un poco monocorde de funcionario aplicado que le reprochan los nostálgicos de Yaser Arafat, pero que tan buen resultado le ha dado.

Su decisión final, confirmada oficialmente solo el viernes pasado, porque él y su equipo habían dado todo el margen de tiempo a la posibilidad de que se produjera un milagro, había sido confirmada ante el presidente Obama el jueves en una conversación bilateral en Nueva York. El milagro solo habría podido tomar una forma: un anunció israelí de que aceptaba detener la intensa colonización judía en marcha en los territorios ocupados y volver a la negociación desde la base de las fronteras del 67.

Decir ‘tradicional’ es decir poco. El proceso bilateral bajo protección internacional y patronazgo omnipresente de los Estados Unidos (Bill Clinton se empleó a fondo) se abrió con los Acuerdos de Oslo, que datan nada menos que de 1993 y no han servido para nada, excepto para permitir a Israel extender la construcción de más y más viviendas y equipamientos en Cisjordania y Jerusalén-este mientras mantenía la ficción de una negociación. Solo negoció realmente la creación de fuerzas policiales palestinas tras la muerte de Arafat (del que desconfiaba mucho) y la emergencia del pequeño gobierno técnico en manos del pro-americano y supermoderado Salam Fayad.

Cansancio palestino

Palestina nació de la ONU (en 1947 era un Mandato británico sobre lo que había sido una provincia del Imperio turco hasta el fin de la primera guerra mundial) y hoy ha vuelto allí: ha pedido que su condición de ‘entidad’ indefinida, interina y por caridad del ocupante termine y se convierta en explícita soberanía nacional como un estado miembro de las Naciones Unidas.

Cumplió todas las formalidades de naturaleza cuasi burocrática un hombre poco atractivo, Mahmud Abás, un septuagenario siempre descrito como un patriota moderado que ha terminado por reencontrarse con la historia sin disparar un tiro, en la antítesis plástica de aquel Yaser Arafat que se presentó en la ONU en 1974 con revólver al cinto y una rama de olivo en la mano.

La ofreció y no sirvió de nada y su sucesor optó por la vía política, diplomática y negociadora: en 2004 elaboró el consenso árabe conocido primero como Iniciativa Saudí (después rebautizada Iniciativa Árabe) y por el que se reconocía a Israel en las fronteras de junio de 1967, de modo que los palestinos se conformarían con algo menos de la mitad de su parte en el reparto del territorio hecho por la ONU en 1947, incluido Jerusalén oriental, es decir, la tierra que ocupó el ejército israelí en junio de 1967, en total el 22 por ciento de la Palestina mandataria. Por razones misteriosas, y equivocándose mucho, Israel ni siquiera consideró la oferta árabe.

El estancamiento total

Cansado, el liderazgo palestino ha optado por la pura vía diplomática, pacífica y, se diría, didáctica: saben que disponen de un fuerte respaldo internacional, tanto de gobiernos como de opinión pública y se disponen a utilizarlo a fondo. No es muy arriesgado suponer que el ejemplo de la ‘primavera árabe’ ha jugado un papel: el pueblo contra la opresión de regímenes dictatoriales y en pleno éxito, sobre todo en el vecino egipcio, un espejo para los palestinos, ha inspirado el nuevo curso de acción desde este fácil argumento: si Washington sostiene la revuelta democrática, deberá asistir nuestra pacífica demanda contra la ocupación.

Pero no ha sido así. Y Abás y la OLP de sobra lo sabían, al corriente como están de la limitación capital, central, decisiva del presidente de los Estados Unidos cuando se trata, ante su opinión y –sobre todo– ante su Parlamento de presionar a Israel. Está, sencillamente, prohibido desde que un secretario de estado potente, James Baker, con el presidente Bush, padre, lo hizo a fondo para obligar a Israel a concurrir a la Conferencia de Madrid de 1991.

El ‘statu quo’ en la región no fue alterado ni por Oslo, ni por Madrid, ni por la conferencia de Camp David (julio de 2000), ni por la Conferencia de Annapolis (Bush, jr, 2007)… la colonización seguía, con Arafat enterrado en 2004 e Israel en manos de la derecha nacionalista (Likud o Kadima, con Sharon y Olmert) y desde 2009 con Netanyahu y una coalición con ultranacionalistas y religiosos que agudizó el discurso conquistador y de renovada hostilidad hacia la reivindicación palestina.

Tempestad diplomática

En este escenario, Abás, tras afianzar económicamente la ‘entidad’, asistida financieramente por Occidente, muy destacadamente la Unión Europea, ideó un plan cuya característica central era, a la fuerza, la internacionalización del conflicto, su ‘desamericanización’, su entrada en la plaza pública gigantesca auspiciada por Internet: el mundo. La ‘primavera árabe’ le dio el último argumento: una rebelión civil, pacífica, solvente que apela a la justicia internacionalmente asentada en la ONU y debe, eso sí, enfrentarse a Washington, privar a los norteamericanos de su papel de árbitro único y mediador, un papel debilitado por una relación tan particular y de fondo con una de las partes.

Tal es, ciertamente, el único misterio de la situación: cómo Abás se atreve a desafiar a Washington incluso en un detalle concreto, el de solicitar el ingreso en la ONU como miembro de pleno derecho, lo que implica pasar por el Consejo de Seguridad y podría llevar a Obama a verse en la indeseable tesitura de vetar otra vez (¡y van 83 vetos!) algo tan razonable y tan respaldado por el mundo entero. Es seguro, sin embargo, que Ryad Malki, el agudo ministro palestino de Exteriores, sabía de sobra que hay trucos legales, minorías de bloqueo etc. que evitarán tal posibilidad.

Pero no que, más tarde, la Asamblea General, donde no hay derecho a veto, sí acepte a Palestina como un Estado con ciertas limitaciones sin derecho a voto, pero con capacidad jurídica (por ejemplo para pedir al Tribunal Penal Internacional que se ocupe de la ocupación israelí de tierras ajenas porque el ‘territorio en disputa’ será, de repente, un Estado). La soledad de Washington será, además, impotencia y el comienzo de la mencionada internacionalización: nadie desea ya seguir ofendiendo a los árabes, que tienen la razón y cuya cooperación en la lucha contra el terrorismo es decisiva.

Que algo pasa y es importante ya se nota: el ex-presidente Clinton acaba de decir, desinhibo y sin pelos en la lengua que la responsabilidad es de Netanyahu que, sencillamente, no quiere evacuar los territorios ocupados. Lo mismo que diría Obama si pudiera y no fuera candidato. Pero no puede ….