A las tres novelas de Stieg Larsson les han favorecido la leyenda en torno a su vida. Si mira de cerca, tampoco es de extrañar, porque la existencia del sueco (1954-2004) ha sido verdaderamente legendario. Periodista, director de Expo, una pequeña revista antirracista, militante troskista en su juventud, Larsson emprendió la escritura de su trilogía Millenium con un maníaco frenesí que se percibe en su estilo.
La muerte le llegó a causa de un ataque al corazón al poco de cumplir los cincuenta años. Fumaba tres cajetillas de tabaco y tomaba unos veinte cafés al día. El 9 de noviembre de 2004 llegó al edificio en el que trabajaba, vio que el ascensor no funcionaba, subió siete pisos hasta llegar a su oficina y media hora más tarde murió.
Larsson no vio el éxito de sus obras, aunque estaba convencido de que iban a tenerlo, aunque no en la medida que han alcanzado, con cerca de 13 millones de libros vendidos en todo el mundo.
La polémica por los derechos de autor, calculados en 15 millones de euros, sigue enfrentando a la que fue su compañera durante 32 años, Eva Gabrielsson, y a su padre y su hermano, que reciben las cantidades al no haberse casado. Gabrielsson asegura que su pareja dejó una cuarta novela sin terminar, también de la serie Millenium, que está en su poder.
El retrato de Ildefonso Falcones antes de La catedral del mar no presagiaba que algún día llegaría a ser una estrella de la literatura. Abogado con varias décadas de ejercicio profesional, casado y con cuatro hijos, el escritor presentó su primera novela a Plaza & Janés, la editorial vio las posibilidades de la historia y, tras un peinado a la escritura, la sacó para ver qué pasaba. El éxito fue extraordinario y bastante rápido.
La obra de Falcones se benefició de la furia de la novela histórica que arrasaba entonces, hace tres años, pero tuvo que haber algo más, porque libros de esa clase se editaban por decenas cada semana y la mayoría han caído hoy en el más cruel de los olvidos.
El autor empezó a viajar por medio mundo para promocionar la novela y el libro se convirtió en un gran best-seller internacional. De trabajar una hora diaria en la escritura ahora ha pasado a tres, y duda si dedicarse por entero a ella en caso de que La mano de Fátima tenga el mismo éxito que su precedente.
Falcones es poco amigo de la vida literaria, aunque la vida literaria, entendida como lo que se cuece en los cenáculos de los escritores, tampoco es muy amiga de Falcones. A él no le importa. Sabe todos los lectores que tiene dan para aguantar eso y mucho más.