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17.06.09 -
La multitudinaria contestación al escrutinio oficial de las elecciones presidenciales en Irán, atenuada en el día de ayer por el propio llamamiento de Musaví a la calma, se enfrenta a los insuperables obstáculos que el régimen de Teherán impone a la hora de comprobar la veracidad de las denuncias de fraude en los comicios.
El respaldo mostrado por el líder supremo de la Revolución, el ayatolá Jamenei, al recuento parcial de los votos emitidos el pasado viernes difícilmente podría disipar las sospechas de manipulación electoral. Porque las dudas que suscita un sistema que no cuenta con las garantías debidas, que sólo pueden asegurarse mediante una verdadera supervisión judicial de los comicios y la intervención efectiva de los representantes de las distintas candidaturas, se acrecientan con el paso de los días. La desproporcionada reacción de las fuerzas gubernamentales, que el pasado domingo se cobró la vida de siete personas en las manifestaciones, la restricción impuesta por las autoridades a la labor que realizaban los enviados extranjeros de informar sobre las elecciones iraníes o los esfuerzos que el Gobierno de Teherán está realizando para imponer su sentido del orden son el reflejo de un régimen que se sabe inmune a las limitadas posibilidades que sus opositores tienen de ponerle en aprietos. Junto a esto, la práctica convicción de que los acontecimientos han sido utilizados para un sordo ajuste de cuentas en el seno del régimen, cuyos efectos probablemente no aflorarán de inmediato, invita a moderar toda esperanza respecto a un inminente cambio en Irán o en las relaciones entre su régimen y la comunidad internacional.
El paulatino repliegue con el que los candidatos que el viernes se enfrentaron a Ahmadineyad han ido respondiendo a los acontecimientos posteriores demuestra hasta qué punto el comportamiento político en el país no responde a los esquemas establecidos desde Occidente; y refleja una amplia disposición a la defensa de intereses que todos ellos consideran nacionales frente a potencias que pueden percibir como enemigas o, sencillamente, adversarias. Ni Irán va a cambiar de pronto, ni la comunidad internacional va a encontrar fisuras en su seno tan amplias que favorezcan una pronta resolución del conflicto que mantiene frente al régimen a cuenta de sus ambiciones nucleares.

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