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Internacional

17.06.09 -
E n un alarde de claridad que llamó la atención, Barack Obama manifestó el lunes, en plena agitación antigubernamental en Teherán, que entiende que no debe interferir en los asuntos internos de Irán, después de que colaboradores suyos de peso, como el portavoz, Robert Gibbs, indicaran lo mismo con otras palabras al mantenerse cautelosos, prudentes y hasta un punto distantes de lo que ocurre en el país de los ayatolás. El vicepresidente Biden, con una relevante posición en asuntos internacionales y reconocido e influyente consejero de Obama, había marcado la tónica el día anterior, cuando sugirió que la Administración estadounidense no estaba del todo segura de lo que sucedía («Tengo mis dudas», dijo literalmente en un programa de televisión de máxima audiencia) y pidió contención y aclaraciones. Apeló, en definitiva, a la táctica de esperar y ver.
El culto a la realpolitik que inspira la acción internacional del Gobierno demócrata es algo más que un cambio de registro y de reflejos frente al comportamiento republicano que, en los ocho años de Bush, defendió un intervencionismo democrático en varias latitudes y, singularmente, en el mundo islámico; una actitud que, además de excesos como la guerra de Irak, indujo más conflictos que soluciones. Biden y el general Jones, jefe del Consejo de Seguridad Nacional y arquitecto de la doctrina estratégica de la nueva Casa Blanca, conectan con la escuela realista que durante muchos años, y con gobiernos de todos los colores, sirvió a lo que interpretaba como el interés nacional norteamericano bien entendido. Y a una filosofía de fondo (anticomunismo primero, liberalismo después) desplegada con las herramientas disponibles, sopesando las dificultades y ubicándose con eficacia en cada contexto geográfico, cultural o confesional. Obama, como acreditó en su importante mensaje al mundo islámico de El Cairo, parece persuadido de que ganarse a ese mundo es la clave de su combate final contra el yihadismo de Al-Qaida, al tiempo que le ayudará en la cuestión eternamente pendiente de Palestina.
Sabe, además, que el programa nuclear iraní es percibido en Teherán como un patrimonio nacional y que, por tanto, deberá negociar su control con el Gobierno constituido, no con el que le gustaría que hubiera. Así de simple es la explicación a la notable conducta de Washington.
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