Alfredo Pérez Rubalcaba quería demostrar que no está solo cuando dice que es preciso relajar los ritmos del ajuste de déficit y que una situación económica tan extrema como la actual no requiere un cambio de Gobierno sino un «cambio de políticas». Llevaba días intentando cerrar un acto con economistas en su intensa agenda de campaña para buscar un refuerzo cualificado a ese discurso. Y, llegado el momento, las cosas no salieron todo lo bien que esperaba.
«Probablemente, no es el mejor día para hablar de economía...», admitió Emilio Ontiveros nada más arrancar su intervención en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. El encuentro había sido concebido como un 'diálogo' entre este analista, catedrático de Economía Aplicada y consejero delegado de la consultora Afinsa, y el propio candidato; pero se convirtió en dos largos monólogos pronunciados en un día aciago para la deuda española.
Rubalcaba trató de poner buena cara al mal tiempo e incluso se esforzó en demostrar que lo ocurrido esta semana, en que la prima de riesgo se ha disparado a niveles alarmantes, refuerza su discurso. No contaba con que nadie entre los presentes se lo fuera a discutir porque se trataba de público especializado pero, ante todo, afín. Y entonces llegó Carlos Solchaga.
En su intervención, el exministro de Economía compró su tesis de que hace falta atemperar las políticas de ajuste en las que se ha centrado la UE e introducir estímulos que propicien el crecimiento. Pero lo que en absoluto dio por bueno es que eso pueda hacerse de la noche a la mañana o que, como dijo convencido Rubalcaba, al final Bruselas -o, a estos efectos, Alemania- dé su brazo a torcer.
Solchaga concedió entre un 1% y un 2% de probabilidades a la apuesta del aspirante socialista. Y, es más, advirtió de que si efectivamente se accediera a aprobar una moratoria de dos años para alcanzar el 3% del déficit en 2015, como él reclama, los mercados se nos echarían encima. «Estamos en una situación difícil», argumentó.
Eso, cuando el candidato acababa de defender el poder de la política sobre los mercados y de recabar el apoyo de Javier Solana, que con la exministra Cristina Narbona fue de los pocos en participar en el supuesto coloquio. «La madurez con la que Alfredo ha hablado, el conocimiento de las cosas que tiene... me ha dejado 'apelotado'», elogió el exalto representante para la Política Exterior y Defensa de la Unión Europea.
En realidad, la discrepancia con Solchaga era más bien una cuestión de matiz. Porque en algo estuvieron plenamente de acuerdo, y fue en que es necesario que el Banco Central Europeo se convierta en un «cortafuegos» que garantice el valor de la deuda. La diferencia está en que el que fuera titular de Economía de 1985 a 1993, alegó que sin eso todo lo demás es hacerse «trampas en el solitario».
La pulla obligó a Rubalcaba a tomar el micrófono de nuevo para admitir que quizá antes sea preciso dotar al BCE de otras funciones pero, sobre todo, para defender que su postura no es tan descabellada.
No es España, es Europa
Y eso que ya sabía que levantaría alguna ampolla. «Sé que no es políticamente correcto, pero yo soy candidato y no estoy en el Gobierno», adujo al principio de su discurso. Quizá porque la ausencia de responsabilidades ejecutivas -y las escasas posibilidad de llegarlas a tener- le hacen sentirse liberado, se despachó a gusto con las instituciones europeas, a las que acusó de mandar «toda suerte de mensajes de desconfianza» en esta crisis.
En eso sí contó con el respaldo de los presentes. Desde Ontiveros, que afirmó que quien sea presidente va a tener un margen de maniobra «limitado», a Solchaga, que sostuvo que solo un 5% de lo que se puede hacer para salir de la crisis depende de España y el 95%, de Europa. El argumento no es baladí; avala de alguna manera que, como dice Rubalcaba, al menos José Luis Rodríguez Zapatero ha logrado evitar una intervención o una situación como la de Italia.