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Oráculos

Día 2/10/2015 - 08.08h

En un tiempo ya remoto, cuando el hombre se sentía abrumado por el miedo ante lo incierto del futuro, acudía a los oráculos buscando saber a qué atenerse. El más célebre de estos, sin duda, el del santuario griego de Delfos. En él, por medio de una sacerdotisa, podía uno ponerse en contacto directo con Apolo para que éste disipara los miedos del corazón, ya fuera el del poderoso monarca o el del más simple de los mortales. El lugar era considerado como 'el ombligo del mundo', y así lo expresaba una gran roca en forma de huevo (ónfalos) colocada sobre el lugar donde el dios enterró las cenizas de la serpiente Pitón después de darle muerte.

Hoy en día, cuando a los hijos del mundo desarrollado les asalta idéntica angustia frente a las amenazas de la existencia, suelen acudir en procesión a un centro comercial en busca del mensaje tranquilizante que les ofrecen estos concurridos oráculos del siglo veintiuno: 'Disfruta de los dones del presente'. Los dioses que rigen actualmente nuestra existencia han encontrado en la vertiente ciega del consumo la receta universal para procurarles equilibrio interior a los hombres.

Al parecer, comprar por el mero hecho de comprar, sin atender a los imperativos de la necesidad o de la utilidad, disipa los miedos del vivir y nos brinda puntos de luz en medio de tan espesa bruma. El sacrifico que exige tal panacea es la deshumanización. Cuando el hombre acepta mágicos veredictos a cambio de la falsa comodidad del vivir, deja de ser humano y se convierte él también en mera mercancía, un producto de no más valor que el de todo aquello que adquiere de forma compulsiva. Todo consiste en recubrir con una gruesa capa de hormigón la amenaza radioactiva que generan nuestros miedos más profundos. La solución de emergencia que aplicaron en Chernobyl tras el desastre nuclear.

Así, los actuales perseguidores de sueños, corren en busca de las gangas en temporadas de rebajas, pican con los señuelos de las ofertas, se dejan seducir por trillados villancicos desde meses antes de Navidad. Cuentan los viejos anales que en la época de mayor esplendor del santuario délfico, sus gestores se vieron en la necesidad de aumentar el número de sibilas ante la creciente demanda de solicitantes. En estos modernos templos del consumo también abundan hermosas sibilas con contratos basura y estrechas minifaldas que te esperan con una sonrisa para ofrecerte la porción de felicidad contenida en una tarjeta de crédito o un teléfono móvil de última generación.

Los dioses que hoy nos gobiernan desde sus elevados Olimpos nos venden la promesa de un futuro dichoso, al modo de las tabletas de plomo de la Pitia, en atrayentes letreros luminosos y calculados eslóganes publicitarios que adormecen nuestros sentidos. Nos dan como segura la eterna juventud contenida en los botes de cremas antiarrugas y nos hacen creer en paraísos artificiales de remotas islas del Caribe. Poseen igualmente la virtud de acertar incluso cuando yerran, porque en última instancia se podrá responsabilizar al demandante del mal uso del producto y no de la íntima perversidad de lo adquirido.

Cuenta la leyenda que aquel lugar del monte Parnaso que se tuvo por el del nacimiento del mundo fue señalado por el encuentro de dos águilas que Apolo había hecho volar desde dos puntos contrarios del universo. Hoy, los enclaves donde se continúa adorando al ónfalos son aquellos donde los hombres acuden para seguir estrangulando las serpientes de sus miedos ancestrales.

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