Lamentaba, en un artículo anterior, que los colectivos ciudadanos hubieran hecho mutis ante el incierto ir y venir que, de la participación a la fiesta y de ésta a aquella, hiciera el nuevo concejal nada más estrenar el cargo. Parece que en los últimos días el movimiento vecinal, al menos quienes se agrupan en la Federación 5 de abril, se encuentra tan revuelto que ha logrado incluso superar el quórum del Consejo celebrado días atrás. Han sido capaces hasta compartir las propias vivencias y expresar sus emociones para con el munícipe. Dicen tener sensación de malestar, incomprensión y preocupación por el futuro. Han llegado a expresar que no quieren ser relegadas a entidades dedicadas a jugar a las cartas y que de ningún modo están dispuestas a que su labor se limite a organizar fiestas. Desean trabajar para favorecer el bienestar de sus convecinos y ejercer de intermediarios.
Por su parte, Adrián, el concejal, lanzó el órdago manifestando que quiere abrir la participación a la totalidad del vecindario. Ha dicho que va a seguir contando con el tejido asociativo, pero también con los ciudadanos a modo particular y, para ello, apuesta por las asambleas de barrio, lo que ha levantado ampollas en el grueso del colectivo. Quiere que las asociaciones, más que repartir alimentos, contribuyan a efectuar una radiografía de cada zona, en la que puedan percibirse con claridad los problemas y necesidades que le afectan.
Unos y otros parecen tener la razón o, al menos, parte de ella. Sin embargo, en lo que callan está, a mi entender, la clave para el encuentro. Cierto es que hay colectivos empeñados en mejorar la vida de sus vecinos, pero no todos. Que de ellos no son pocos los que ponen todas sus energías en la organización de festejos y saraos, pero no son todos. Los hay preocupados también por revalidar la confianza de quiénes dicen representar, pero no son demasiados. Y otros que se afanan en moldear su propia normativa para imponerse o perpetuarse, aunque tampoco sean todos. Es un hecho, tal vez como consecuencia de la dispersión existente, que demasiados vecinos no se sienten plenamente representados por sus asociaciones y ello está favoreciendo la aparición de modelos de organización cívica diferentes integrados por afectados de problemáticas sociales graves, como la vivienda, el pago de los recibos o la alimentación.
La trascendencia de la implicación vecinal en el refuerzo de las instituciones democráticas aconseja no obviar las evidencias. Que el fomento de la participación individual y el quehacer de los colectivos son actividades plenamente compatibles es lo que quiero deducir de las declaraciones del concejal. La cuestión es como meter mano al asunto.
Disponemos de un reglamento que, aún necesitado de adecuación, prevé la existencia de un órgano, el Consejo Local de Participación Ciudadana, que representa el escenario adecuado para que las asociaciones diagnostiquen de manera conjunta la situación y determinen las acciones a desarrollar en consideración a las necesidades de los vecinos. Qué se espera para constituirlo y empezar a andar.
Instaurar en Cádiz insisto, como lo está en otras localidades, la figura del Defensor de la Ciudadanía supondría, en todos los casos, la manera de tomar el pulso, con la debida imparcialidad e independencia, al sentir de los gaditanos respecto al funcionamiento de los servicios municipales y de la ciudad misma, además de proteger sus derechos. Qué razón podría argumentarse en contra de su implantación.
De ser yo el concejal, mantendría el órdago.