Desayunar café con la leche de la que se priva a un ternero y dos huevos fritos que ha puesto una gallina en un cubículo oscuro, presa, enloquecida por el ruido y con los músculos atrofiados por no haberlos usado en toda su vida; salir a comer fuera y pedirse ensalada con cadáver de pollo, filetes de cadáver de ternera hormonada, solomillo del padre buey también cadáver, con hígado de pato cirrótico, cadáver de pez merluza arrancada de las profundidades y aplastada en las redes con los ojos fuera de las órbitas por la descompresión. Deleitarse con crías de crustáceos, cangrejos y pulpos tetanizados en agua hirviendo, pájaros muertos y en estado próximo a la descomposición. Masticar diariamente en España los cadáveres de 1.840.000 seres vivos sacrificados entre el pavor y en la ignominia, en salas oscuras de mataderos a manos de tipos que asisten al estertor de los cuerpos bañados en sangre mientras piensan en su amante. Comerse a sus muertos animales, llamarse 'foodie' y después gritar que matar un toro de una lanzada en un campo consiste en un asesinato salvaje e intolerable es hacer una acrobacia de lo razonable. Y no es para comer. Se puede vivir sin carne.
Hablar además de la libertad del animal, echar pestes de una raza creada por el hombre para un destino distinto al suyo natural, decir eso mientras uno acaricia a su perro castrado, tumbado en el sofá de un apartamento de 60 metros cuadrados o mientras se baja del caballo, es guiarse por algún tipo de locura.
Pero ¿hay algún cuerdo en la sala? A mí, que me registren. Al fin y al cabo, todo es posible y se puede abordar: el derecho a la propiedad privada defendido por encima del derecho a no ver a tu hijo morir de frío, la deuda soberana, la propia razón de ser de la raza humana y hasta la lluvia explicada como el pipí de los ángeles. Todo es discutible si se modifica lo suficiente la perspectiva. En esto, el punto de vista es fundamental ¿Alguna vez han preguntado acerca de Dios a un moribundo?
Incluso servidor, al que le gustan las kokotxas, el confit de pato, los cuatreños valientes y los toreros locos, que vibra cada día como un niño con la sola posibilidad futura de ponerse delante de un toro en la Cuesta de Santo Domingo de Pamplona una sola vez más en la vida, aunque fuera solo una, incluso yo, digo, que comprendo a los que aman la naturaleza midiéndose con ella, entendería que cambiáramos nuestra manera de relacionarnos con el mundo. No se crean, yo también pienso en el planeta que vamos a dejar a Keith Richards.
La ley bebe de las convenciones y estas dependen de la fuerza de la mayoría, que es la verdadera razón de ser de las cosas. Lo demás es gusto y moda. Pudiera ser que la Humanidad diera un giro copernicano y dotara a todos los seres vivos, incluidos los toros, de atributos como libertad, capacidad de decisión, y, por tanto, conciencia y responsabilidad. Y que hiciera esto porque lo decidieran los gobiernos votados por sus cámaras, no porque lo dijera Jorge Javier Vázquez. Sería una majadería igualar al animal con el hombre, pero tampoco sería la primera ni la más grande. Es un proyecto lícito el de querer cambiar los lazos de sometimiento con los seres vivos, pero con todos.