La estructura del Estado y su vertebración, diseñada hace treinta y pico largos años, adopta una forma laberíntica, ya que la salida del engendro creado al respecto se me antoja difícil, cuando además tiene una construcción intencionalmente compleja, que confunde a quien transita por él. Si además, durante esos años, todo el poder ejercido en el territorio desde sus entrañas, ha sido tendencialmente orientado a conformar un sentimiento victimista, necesario para encauzar, justificar y exacerbar el sentimiento nacionalista, la salida del laberinto no es que cada vez resulte más compleja, sino que se me antoja imposible. Además, durante ese tránsito, iniciado curiosamente en la Transición, el empeño nacionalista ha sido recrearse en la tergiversación histórica y en la manipulación de conceptos políticos, para que todo ello una vez madurado, permita justificar lo que realmente no es. Simple y llanamente.
La tergiversación histórica la sitúan los nacionalistas de manera burda en los acontecimientos de 1714. Lo que aconteció en aquel entonces, fue la finalización de una guerra civil, cuyo origen supuso una traición más, llevada a cabo por ciertos nobles catalanes, que cambiaron de bando en la contienda, en la que se dilucidaba una cuestión dinástica después de la muerte de Carlos II en 1700. Éste, que creció raquítico, enfermizo y de corta inteligencia, además de estéril, lo que acarreó un grave conflicto sucesorio, al morir sin descendencia y extinguirse así la rama española de los Austrias. La traición consistió en aliarse ciertos notables catalanes con ingleses, holandeses y austriacos en 1704 y por lo tanto contra el Rey Felipe V de Borbón, al que habían jurado fidelidad en Cortes celebradas en Barcelona en 1702. Retrotrayendo cinco siglos, en el XII, tras la unión dinástica del condado de Barcelona y el Reino de Aragón, los territorios catalanes, se constituyeron en parte integrante de la Corona de Aragón.
Y tres siglos después, la [Monarquía Hispánica, históricamente denominada Monarquía Católica] o Monarquía de España, se refiere al conjunto de territorios con sus propias estructuras institucionales y ordenamientos jurídicos, diferentes y particulares, y que se hallaban gobernados por igual por el mismo soberano, el monarca español, a través de un sistema polisinodial de Consejos. Desde final del siglo XIV pues, un mismo soberano, un soberano español, rey de las Españas, detentor entonces de la soberanía, ejercía el poder a través del sistema de Consejos.
Se incurre en un segundo error, aprovechando las incertidumbres que supone el uso y contraste de un término polisémico por antonomasia, llevándolo al terreno de la confusión, utilizándolo de manera lata, sobre la base de un sentido unisemico o monodicto. Me refiero al término 'nación'. Los nacionalistas lo utilizan en su provecho, adoptando su significado o acepción más amplia. El concepto de nación política, es el de comunidad de habitantes asentados en un territorio, dotados de soberanía que se personifica en un Estado y cuyo gobierno detenta el poder y la autoridad de manera exclusiva.
No tiene carácter originario, sino que es fruto del devenir histórico, conformado a lo largo de siglos de historia en común. Ahora, la dimensión "natural" del término, vinculada al origen común, etnicidad y lengua, tradiciones, simbologías y hábitos de comportamientos, aceptados como comunes, nos lleva al concepto 'nación natural o pueblo', pero en ningún caso a su acepción 'nación política soberana'. Cataluña nunca ha sido una nación política soberana, ya que el sujeto de soberanía lo fue sin duda desde 1492 la Monarquía Hispánica y de manera indubitada, conforme a la doctrina del actual Derecho internacional, desde la Constitución de Cádiz en 1812, la nación española.