Un buen amigo es el mejor de los tesoros y, como todas las cosas realmente importantes, resulta absolutamente inembargable. El cántico de la mar, una puesta de sol en La Caleta mas allá del Castillo de Santa Catalina, huellas de las aves marinas sobre la arena de la playa, un aleteo de pies descalzos chapoteando sobre las olas en la orilla del mar, la brisa que arrastra briznas doradas al perfil de las dunas, y también «cuentos, historietas y novelas, pero no las que andan a botón, yo las quiero de la mano de una abuela, que me las lea en camisón» (María Elena Walsh). Afortunadamente en oficinas de cobros hombres con trajes color de triste rata aún no han descubierto fórmulas para hipotecar o embargar nuestros auténticos tesoros. Cuando Pablo Juliá actual director del Centro Andaluz de la Fotografía leyó mi anterior artículo anunció una foto que hace poco colgó en las redes sociales comentando: «Le prometí a mi amigo de la infancia la foto de Fernando Quiñones con su hija en la playa de La Caleta, frente al edificio de Náutica a principios de los ochenta. Edificio que produjo controversias, pero que a mi me encanta. Promesa cumplida». Con Pablo compartí esa edad feliz, inocente y desalmada, la auténtica patria de toda persona y que juntos disfrutamos.
Fernando Quiñones nos abandonó prematuramente hace diecisiete años, poco antes me había dedicado sus Poemas Cordobeses y me regaló el argumento de un cuento que aún no me he atrevido a escribir. Le gustaba declamar a Borges en voz alta, nada más emocionante que escuchar a un poeta leyendo poesía, pues nos recuerda que ésta al principio fue canto. También las enseñanzas de Francisco Javier Sáenz de Oiza quien sostenía que la ciudad la debieran diseñar los poetas y no los técnicos. Para mi Cádiz siempre será, sobre todo, Pablo Juliá y Fernando Quiñones. Con ambos he recorrido ese dilatado frente atlántico desde el Castillo de Sancti Petri al de San Sebastián, desde el Templo de Melkart al Templo de Astarté, en este finisterre atlántico que han acariciado embarcaciones procedentes de todos los puertos del mundo.
Por Fernando y Pablo y otros tantos amigos y amigas que configuran la ciudad de Cádiz, he colaborado en la redacción de un programa para hacer de ella una ciudad más amable, más humana y más inteligente. Quiñones tal vez preferiría que hablara de una ciudad 'dabuti', él me explicó el origen de este adjetivo procedente de crónicas sobre el rey Amadeo de Saboya, cuya renuncia en 1873 dio paso a la primera República Española, y en cuya coronación tres años antes se ofreció un vino piamontano de la bodega Da Butti. Me refiero al programa urbano para Cádiz en el cual han trabajado cronopios y famas de la talla de: Flavia Bernárdez, Juddith Díaz, Daniel López Marijuán, Arturo Martínez, Felipe Crespo y Antonio Vergara, entre otros y otras. Desde una compresión del ámbito metropolitano de la Bahía se traza un modelo de ciudad sostenible para pasear o recorrer en bici, disfrutar sus muelles, y sobre todo garantizar los derechos fundamentales de sus ciudadanos. Los comienzos no han sido fáciles. Pienso en la privatización de la Residencia Tiempo Libre, espléndida obra con fachada en acero corten del arquitecto Miguel Martínez de Castilla que a pesar del abandono aún podía repararse para mantener su uso público y social. Cuando un equipamiento se pierde la ciudad se hace menos humana.