Así, casi sin darnos cuenta, se nos ha ido agosto de las manos; roto, de tanto usarlo -no repetiré el uso y abuso que hemos hecho de este mes por no programar las cosas a tiempo y con tiempo- y de tanto manosearlo. Vale que agosto está muy sobrevalorado en el imaginario colectivo de las vacaciones, pero tampoco era necesario convertirlo en cuatro semanas de continua gimkhana, cuyo punto álgido no hace falta recordar, y cuya secuela promete aún más conmoción. De la Fiesta de los Cañonazos de Puntales -que curiosamente, después de seis años, no tiene el título de 'tradicional' sino de 'imprescindible'- al Entierro de la Caballa se nos presenta la última oportunidad para salir corriendo a uno de esos pueblos tan bonitos que tenemos, según la revista ¡Hola! Porque si lo del mercado marinero ya huele, ni le cuento lo del 'Mójate por Puntales' y el cañón de espuma, júzguelo usted mismo, que todavía tiene tiempo.
Agosto, le decía, se va. Con un alcalde a medio gas, con Ángel León enseñándonos el punto exacto donde la corvina muere sin dolor -lo de la gastrocultura sí que está sobrevalorado, pero en fin-, con las terrazas más llenas que nunca, con el acierto de la Torre del Reloj de la Catedral y sus vistas a un Cádiz distinto, con su oferta -léase como sinónimo de rebaja- cultural, y con esa sensación de fin de año que suele tener agosto. Porque para los que tenemos hijos, el año, contra cualquier almanaque, comienza en septiembre.
Y así, mientras se acerca el gran día en el que los niños vuelven al colegio -lleva usted repitiendo el mantra desde finales de junio, no lo niegue- van sonando una a una las mismas campanadas, tan. los cuadernos, tan tan. los uniformes, tan tan tan. los zapatos, tan tan tan tan. la reforma educativa. Porque este año, a diferencia de otros, es la reforma educativa, la ley Wert sin Wert, la que nos trae de cabeza a los padres, a los profesores, a los niños y a la administración. El curso que nace trae bajo el brazo un puzle deshecho que habrá que ir montando sobre la marcha, igual que todo lo que se hace en este país. Tanto debate -tanto twitter y tanta opinión- solo han servido para reafirmarnos en el principio socrático del «solo sé que no sé nada»; porque a dos semanas de que empiece el curso nadie tiene claro de por dónde empieza la reforma, si es que efectivamente empieza, o si va a hacer debut y despedida.
Sobre el papel -un papel ya mojado- la Lomce se aplicará en los cursos impares de secundaria y bachillerato y se generalizará en toda la primaria. Sobre el papel, ya le digo, porque tras el cambio electoral y la pérdida de poder autonómico de los ideólogos de la ley, el panorama es mucho más desolador que hace un año cuando empezaba a implantarse tímidamente la reforma en algunos cursos; tan tímidamente que la desaparición -por fin- de Conocimiento del Medio se tradujo en darle vueltas al mismo libro buscando los temas que se ajustaran a Sociales y a Naturales porque la Junta de Andalucía en un plante absurdo se negó a cambiar los libros de texto. Ya lo sé, a su hijo también le tocaron los libros de quinta mano y también le contaron lo incívicos que podemos llegar a ser, lo mal que cuidamos lo gratis y todo eso. En fin.
Sobre el papel -un papel chorreando- la Lomce nace ya con fecha de caducidad. Es lo que tiene el haber considerado siempre la educación no como un instrumento de regeneración social sino como un arma arrojadiza contra el que está enfrente, un «ahora te vas a enterar». Los partidos de la oposición se han comprometido a derogar la reforma en cuanto se celebren las elecciones, lo que traducido resulta que con el curso ya empezado la situación podría empeorar, y todo el mapa de cambios, horarios y reválidas, solo habría servido para perdernos aún más en el laberinto sin salida en el que hemos convertido la educación en España. La reducción al absurdo de Religión sí o Religión no, sintetiza todo lo que sabemos sobre la aplicación de la Lomce hasta el momento. Los platos rotos, como siempre, los pagarán nuestros hijos que comienzan el curso sin saber cómo lo acabarán y sin saber en muchos casos qué asignaturas cursarán ni qué pruebas selectivas tendrán que realizar.
Todo en el aire, como nos gusta. La improvisación al poder. Total, si ni siquiera en los ayuntamientos hay un guión no vamos a pretender que lo haya en el colegio de la esquina. Así nos va. Luego diremos que en Finlandia -que nos suena muy lejos y muy frío- los alumnos están mejor preparados que los nuestros y nos lamentaremos.
No hace falta ser un lince para saber que lo que mal empieza, mal acaba. Y la reforma educativa de este país ha empezado mal, pero que muy mal. Aunque eso no importa, usted lo sabe. Porque mientras no haya un pacto de Estado por la educación y los intereses políticos sigan estando por encima de los intereses de los ciudadanos, nos seguirá yendo mal.
No se preocupe, cuando menos se lo espere, «se pondrá el tiempo amarillo» que decía Miguel Hernández y todo esto será pasado. Sin futuro.