Durante una de las asambleas que la franquicia gaditana de Podemos celebró en la semana posterior a su asombroso resultado electoral en la capital gaditana, una de las nuevas concejalas tomó la palabra. En un ambiente de euforia y con la intención de restar solemnidad a su intervención, preguntó al aforo, micrófono en mano: «¿Cómo se dice, pleno de investidura o pleno de 'envestidura'?». Los medios de comunicación presentes dejaron pasar el desliz. Lo dijo con una intención humorística, en un contexto de confianza y, probablemente, con buena intención. Los testigos decidieron que era demasiado pronto para hacer sangre con anécdotas menores. Pero han pasado tres meses y lo visto ayer en el salón de plenos del Ayuntamiento de Cádiz confirma que aquel desliz de inocencia encierra graves riesgos para los vecinos. El primero y principal es que están dirigidos por unas personas que carecen de los mínimos conocimientos técnicos, de la sensatez imprescindible, para sacar adelante trámites administrativos, para dirigir foros de debate vinculantes e, incluso, para participar en ellos con unas mínimas garantías. No hace falta entrar en detalles sobre lo líos vividos ayer en el pleno. Presidentes que no debían estar sentados, propuestas de la oposición aprobadas por error, decisiones que no se saben en qué han quedado hasta que un informe jurídico lo determine... La inocencia siempre parece un pecado venial, disculpable. Todos hemos iniciado tareas que desconocíamos, todos hemos pecado de novatos y advenedizos muchas veces. Nos resulta fácil ponernos en el lugar de los que lo son ahora. Pero la incapacidad, por más enternecedora que parezca, es perniciosa para una ciudad que necesita un impulso urgente y decidido de políticos que sepan lo que hacen.