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La ciudad y su memoria
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La ciudad y su memoria

Día 29/08/2015 - 11.56h

Cuando a principios de los años 80 llegué a Cádiz uno de los principales tesoros que descubrí fue Fernando Quiñones, tal vez porque como sostenía Cedric Price, una ciudad antes que nada son sus habitantes. Ya había leído textos de este escritor a quien Borges consideraba uno de los mejores del español peninsular. Poeta y fabulador me enseñó los profundos secretos de un lugar que ya habité durante mi infancia sin llegar a conocerlo. Una ciudad tan antigua, cual cortesana del Templo de Astarté, en lengua fenicia 'qedeshím qedeshóth', no se entrega fácilmente. Precisamente Fernando acababa de publicar en Hiperión el poemario 'Muro de las hetairas o Fruto de afición tanta o Libro de las putas' que canta ese mundo de los burdeles característicos de Cádiz hasta su prohibición a mediados de los años cincuenta por presiones del Vaticano ante Franco. Fueron muy gratas aquellas charlas peripatéticas en torno al espacio mágico de La Caleta donde se amontonan las piedras de las altas torres que aún pudieron ver y glosar con fascinación los geógrafos árabes de la Alta Edad Media. Él oficiaba de maestro pero también el discípulo debe replicar, así que cuando comentaba que el edificio de Náutica le parecía un adefesio yo defendía con vigor el valor arquitectónico de la pieza que se contextualiza con naturalidad en el borde de un entorno histórico sin renunciar a su obligada modernidad.

Este jueves participé con entusiasmo en una marcha por el patrimonio abandonado de Cádiz organizada por la Asociación para la Difusión e Investigación del Patrimonio Cultural de la Provincia de Cádiz (ADIP) y la Asociación de Investigadores e Historiadores del Subsuelo de Cádiz. Liderados por animosos jóvenes como Moisés Camacho o Eugenio 'Indiana' Belgrano unas cuatrocientas personas recorrimos buena parte de la ciudad histórica con paradas en algunos de sus bellos edificios abandonados como el antiguo Instituto Columela que fue construido por suscripción popular en 1.850 en dependencias desamortizadas del convento y claustro neoclásico de San Agustín. Allí mismo y sobre un estrado improvisado se expresó una proclama optimista: pese a tanto abandono la ciudad antigua resiste y sigue funcionando aún como el corazón vivo del área metropolitana de la Bahía.

Además de Fernando es obligado citar a otro personaje que ha desempeñado un destacado papel en mis descubrimientos sobre la ciudad: Raimundo el Librero. Muy reconocido en el mundo del libro antiguo atesora en sus establecimientos y almacenes multitud de documentos, entre ellos casi todo lo que se puede encontrar sobre la historia de Cádiz. Ayer mismo me estuvo enseñando una colección de tarjetas postales de la Estación de Ferrocarril y su entorno tal como se encontraba antes de levantarse en su plaza a finales de los años cincuenta el desafortunado edificio tardo historicista de la Aduana. Estoy de acuerdo con quienes defienden una pieza cualquiera que sea su estilo pero aquí se trata de un caso muy especial, el edificio carece del más mínimo valor arquitectónico lo cual no justificaría su demolición pero invalida los argumentos que se han utilizado para impedir la urbanización del que debiera ser el espacio público más interesante de la ciudad, umbral de la misma al mar, encuentro de los accesos por ferrocarril y barco, amplia área de uso público desde la cual se podría contemplar los lienzos de muralla del siglo XVIII, la estación ferroviaria del XIX, la fachada marítima de La Corredera y el mundo de los barcos. Supongo que Fernando estaría de acuerdo.

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