Los ruidosos siempre son menos. Siempre son más visibles. La vida política, tal y como se entiende en España, tiene mucho de ruido. La gestión discreta, paciente y eficaz, la búsqueda del bien común sin poses ni exhibiciones carece de prestigio en un país tan gritón.
Hay ejemplos a cada paso y en Cádiz acaba de darse el último. Apenas unos días después de que el alcalde de la capital gaditana lanzara un brindis al sol, en forma de plataforma de regidores de la Bahía, la Diputación Provincial se ha sumado al pulso. La competición consiste en ver quién pide más encargos de trabajo para el sector naval en la comarca, quién reivindica más, quién pide ayuda antes y mejor. Se trata de luchar por la medalla del dirigente preocupado por su pueblo, por su industria, por el mercado laboral de su tierra. Pero ese premio sólo tiene valor para los sectarios representantes políticos agrupados en los partidos políticos veteranos y nuevos. A los ciudadanos, a esos trabajadores, a sus familias y a los vecinos que se benefician indirectamente de su actividad les importan los contratos. Los votantes les reclaman que propicien encargos y no que los reclamen. Pedirlos, sobre todo cuando se hace sin la menor eficacia, sin la menor garantía de éxito, como el que rellena un formulario de carácter obligatorio, supone bien poco. Servirá para formar titulares, para montar alguna foto y alguna nota de prensa pero si no desembocan en faena, en proyectos, si no están respaldados por una buena oferta, de nada sirven. La carga de trabajo para los astilleros se consigue muy lejos de los medios de comunicación y de las manifestaciones. Se logra compitiendo tras favorecer una mano de obra competitiva y capacitada tecnológicamente.