Los informes de la administración de los distintos estamentos que luchan a diario con el drama sordo, a menudo invisible, de la violencia machista ponen sus números en común cada poco tiempo. Al hacer las últimas sumas tristes o macabras de denuncias, afectados y víctimas aparece una conclusión aterradora. Cádiz es la segunda con mayor número de casos de acoso y agresiones en toda Andalucía.
Si a esos dígitos brutos se le aplica una división entre los habitantes de cada provincia andaluza, resulta que las localidades gaditanas son las que tienen, porcentualmente, más registros relacionados con este tipo de conductas entre los que aún no han llegado a los 18 años. En los municipios menos poblados, afirman los expertos y los encargados de recopilar los datos, aún es más grave la incidencia. El hecho de que casi todos los vecinos se conozcan, el temor a perjudicar a vecinos y familias que se saludan a diario, complica tanto la denuncia como la posterior resolución de los conflictos.
Pero al margen de los detalles y las cifras, que tantos años después de que comenzara la lucha pública contra la violencia machista se reproduzcan episodios de control, acoso, dominación y crueldad en menores de edad demuestra hasta qué punto hemos fracasado.
Padres, sociedad, medios de comunicación y centros educativos han sido incapaces, cada uno en su parcela, de hacer retroceder unas actitudes miserables, incompatibles con el sentido común. Que tantos adolescentes crean que sus novias les pertenecen hasta el punto de maltratarlas demuestra que no hay avance. Confirma el tamaño de la dolorosa derrota cultural de todos.