En esta vida puñetera que nos ha tocado, existen mil y una formas de descubrir que te vas haciendo mayor. Sin duda, las más frustrantes tienen que ver con causas puramente físicas. Tu cuerpo ya no es el que era cuando apenas sumabas dos décadas de calendario y de pronto tomas conciencia de que nunca lo será. No queda más remedio que asumirlo y tratar de combatirlo por medio del ejercicio físico en cualquiera de sus muy diversas variantes, o mejorando tu dieta, tratando de cuidarte y de seguir pautas que antes ni te planteabas. En este aspecto, los síntomas suelen ser bastante claros y los descubres al instante. Sin embargo, hay otros aspectos que nada tienen que ver con lo físico y sí con lo mental. Y cuando los descubres -y los aceptas- es que definitivamente te estás haciendo mayor. Estos síntomas no son tan claros como los anteriores. No tomas conciencia de ellos de inmediato, sino que los vas descubriendo poco a poco. Vas hilando cosas y llegando a conclusiones. Desde las más nimias hasta algunas realmente importantes. De pronto te das cuenta de que en la playa te molestan los niños que juegan al fútbol, cuando hasta hace muy poco tú eras uno de ellos. Ahora, en una mañana de marea baja, te sorprendes pensando que dónde puñetas está la Policía para que les confisque el balón. Probablemente tenga que ver con el hecho de ser padre, el instinto de protección y todo eso. Pero da igual. Los pequeños te miran con la misma cara que tú mirabas antes a esos señores tan cascarrabias.
Descubres que cosas que antes eran cuestiones de vida o muerte ahora te la traen al pairo, que tus ansias de hacer/cambiar grandes cosas se van apaciguando y que es mejor concentrarte en aportar tu granito de arena en algo que de verdad esté a tu alcance. Que el mundo no se mueve por grandes utopías proclamadas por personajes grandilocuentes, sino por el esfuerzo común de muchos hombres y mujeres. Y sobre todo, caes en la cuenta de que es imposible contentar a todo el mundo. Más en estos tiempos de radicalidad absurda, de extremismos políticos en programas de televisión que se trasladan a las conversaciones en los trabajos, en los chiringuitos, en las cafeterías. Resulta casi imposible siquiera exponer a nadie tu punto de vista, por claro que lo tengas, porque todo el mundo trae el suyo de casa y no está dispuesto a razonarlo. Y lo que antes te frustraba, ahora ya no. Te conformas con intentar argumentar tus ideas tratando de no ofender a nadie. Y si lo haces a través de las redes sociales asumes que gente, probablemente más joven que tú, te insultará, te vilipendiará, simplemente porque no piensas como ellos. Y te da igual. Ya tienes perfectamente claro que no ofende quien quiere, sino quien puede. Algún día ellos lo entenderán. Porque también se harán mayores.