Resulta realmente ilustrativo que el primer compromiso serio del gobierno municipal, el formado por Podemos y Ganemos con la aquiescencia del PSOE, sea una fiesta. Es una convocatoria multitudinaria pero no deja de ser una celebración nacida de la costumbre de las familias de esperar a que acabaran unos partidos de fútbol y celebrar después una velada en la orilla. De ese hábito quedó la cita y de ahí, una especie de ritual multitudinario que precisa de grandes dispositivos de seguridad y limpieza, de previsión y control de tráfico. También provoca un incremento en el consumo de algunos bienes y servicios, claro.
Pero con el paso de los años, con el crecimiento, a veces desmedido, a veces irresponsable, de la costumbre se ha extendido la preocupación por el estado en el que queda el escenario, por el daño que se causa a la playa ¿Merece la pena maltratar así el mayor patrimonio natural de una ciudad que apenas tiene zonas verdes ni entorno más que el mar? ¿Compensan alegrías e ingresos respecto a daños y perjuicios? En los últimos años crece la sensación de que no. Los colectivos y grupos ecologistas, teóricamente cercanos a formaciones como Podemos y Ganemos, siempre han puesto en el cielo. Sin embargo, este nuevo ayuntamiento, en un patológico intento de cambiar todo lo que hubiera decidido el anterior, anunció que eliminaba la reducción de zona, que combatiría la tendencia menguante de las barbacoas. A ese error se suma una convocatoria de huelga en el servicio de limpieza de playas. Podría ser catastrófica. Aunque probablemente quede en un simple farol y se desconvoque. Sin embargo, esa amenaza da que pensar en lo que hay que limpiar y recoger. Supone, en fin, una excelente ocasión para replantearse las barbacoas.