La obsesión de la izquierda radical con dividir España en dos comienza a ser cansina. Y lo que es peor, peligrosa. En estos tiempos que corren parece como si cada ciudadano tuviera que verse obligado a elegir entre un extremo u otro. O eres un rojo o eres un facha. Sin términos medios. Lo repiten una y otra vez. Sin descanso. Pero por más que se empeñen, una mentira mil veces repetida sigue siendo una mentira. Y un planteamiento erróneo no va a dejar de serlo por más veces que se exprese en voz alta. Sin embargo hay quienes han tomado por norma aquello de divide y vencerás y lo están aplicando con la insistencia de un martillo pilón.
Si vuelcas todo tu empeño en abrir comedores para niños, eres un gran político, una persona concienciada, un ciudadano de bien. Y si además dedicas tu tiempo libre a recoger escombros de La Caleta y pregonas a los cuatro vientos que donas parte de tu sueldo a varias ONG, ya es el culmen de la solidaridad. En el lado opuesto, si opinas que es evidente que hay que realizar una buena política social, pero que no es suficiente. Si decides donar una parte de tu sueldo o colaborar con alguna entidad benéfica de forma silenciosa, íntima, o denuncias que hay muchas otras prioridades en tu ciudad que nada tienen que ver -por fortuna- con el hambre, eres un fascista. Y de forma más o menos directa, te hacen responsable hasta de los crímenes del franquismo, en un ejercicio de demagogia patético.
Esta misma semana, el alcalde de Cádiz recordaba a través de las redes sociales el 76 aniversario del asesinato de las 13 Rosas. Un hecho execrable en el que todos coincidimos que nunca debe volver a repetirse. Afortunadamente, gracias a políticos de derechas y de izquierdas que supieron superar sus diferencias hace 40 años, estamos muy lejos de que cosas así vuelvan a suceder en España. Y ahora, de pronto, aparece en escena una hornada de activistas-políticos que vienen a remover la porquería en aras de la Ley de Memoria Histórica de Zapatero. ¿Hasta dónde llega esa memoria histórica? ¿Hasta la guerra civil, que acabó hace casi 80 años? ¿O la llevamos hasta el siglo XIX y volvemos a entrar en guerra con Francia? ¿Quizá hasta hace 3.000 años y buscamos al culpable de la muerte de Mattan el gaditano-fenicio?
Está bien no olvidar, fundamentalmente para no repetir errores pasados. Pero es que el alcalde de Cádiz acababa su cita recordatoria afirmando que «ni olvido ni perdón». Y eso es lo peligroso. Y lo absurdo. ¿A quién hay que perdonar? ¿A un puñado de justicieros deleznables que llevan años, décadas, muertos y enterrados? ¿Qué se consigue con semejante actitud? ¿Dividir? Pues ese camino no conduce a nada bueno. Casi es preferible que se dedique a gestionar Cádiz con sus ideales, aunque nos conduzca a la ruina. Muchos gaditanos de bien, de esos que llevan al Nazareno tatuado en el pecho, sabrán perdonarle.