Thomas Hardy nació cerca de Dorchester en 1840 y a los dieciséis años comienza en esta ciudad sus estudios de arquitecto, en 1862 se traslada a Londres para ejercer su profesión aunque realmente interesa más su labor literaria, de manera que hoy se le conoce como uno de los principales novelistas y poetas de la lengua inglesa. En 1891 publica 'Tess d'Urberville' una de las novelas más conocidas de la narrativa contemporánea que ha dado lugar a obras de teatro, operas y cinco películas entre las cuales destaca la que dirige Roman Polanski en 1979 con Nastassja Kinsky en el papel de Tess, entrañable personaje que representa los problemas de una aldeana víctima de la doble moral sexual en la época victoriana. En su producción poética encontramos 'La Heredera y El Arquitecto' un poema relacionado con su experiencia en el ejercicio de la arquitectura, en el cual muestra el despotismo ilustrado de un profesional que se niega aceptar las demandas de su cliente; cada propuesta de la joven tropieza con la pedante sabiduría del profesional: "Un frívolo capricho, interrumpía acto seguido él, a quien ninguna delicadeza ablandarían nunca. Deje los pájaros, la voz de céfiro, los capullos, los perfumes y colores: todas son cosas que se tambalean. Escoja lo mejor, una segura e íntima pared para el invierno". Resulta una elegante crítica que otros profesionales de la arquitectura hemos venido compartiendo frente a quienes consideran esta ciencia como un arte ajeno a las aspiraciones de las personas y a sus necesidades funcionales. Tal como nos enseñaba Alejandro de la Sota un arquitecto ha de ser antes que nada un técnico y un intelectual. Y en definitiva la belleza de un edificio es consecuencia de su bondad constructiva y funcional.
Para el filósofo Gustavo Bueno la arquitectura es una ciencia poética, en el sentido en que Platón relaciona la poesía con su idea de identidad entre verdad, bondad y belleza. Como Hardy varios arquitectos se han expresado también a través de la poesía, una selección de estas composiciones se recoge en la separata Arquitectura Seca de la Revista Atlántica (Cádiz, julio de 1999). El título se inspira en un pensamiento de Octavio Paz: «La poesía tiene que ser seca para que arda y nos ilumine». Junto a Thomas Hardy aparecen trabajos de poetas que también fueron arquitectos como Luis Felipe Vivanco: «Por un lado, programas, preparación, exámenes/ lo que tiene raíces y error de tantos siglos./ Por otro lado, un mínimo de acierto de repente,/ ¡lo que nos hace dignos del nombre de arquitectos!»; O Joan Margarit: «Triste quien no ha perdido por amor una casa».
Cuando hablamos de arquitectura poética, se trata de arquitectura a la medida del hombre, ajena a la arquitectura 'artística' que suele responder a algún tipo de despotismo ya sea ilustrado o brutal. Un modelo de arquitectura seca y auténtica fue el constructivismo soviético, consecuencia del entusiasmo de los primeros momentos de la revolución de 1917 en Rusia, prohibido drásticamente por Stalin a la vez que disuelve las Asociaciones Libres de Profesionales y Artistas para imponer escenografías clasicistas a la manera de Hitler. El escritor cubano Leonardo Padura describe el Hotel Moscú como un adefesio por su inexplicable asimetría y proporciones. La disparatada construcción fue consecuencia de un encargo a dos arquitectos diferentes cuyas propuestas agradaron al dictador, y así por temor a contradecirle se optó por una extraña mezcla de agresiva fealdad. Lo que podemos llamar una arquitectura anti poética.