Por más que cualquier ciudadano con dos dedos de frente trate de hacer un ejercicio de comprensión, que intente dejar pasar los famosos cien días de gracia, resulta del todo imposible. Cada jornada que el nuevo alcalde y su equipo de concejales y asesores externos pasan en el Ayuntamiento da para escribir cien folios. Y no para llenarlos de buenas nuevas precisamente. Imagino que a cualquiera que lo vea desde la distancia que da vivir en Sevilla, Lugo o Logroño, por ejemplo, lo que ocurre en Cádiz puede despertarle dos sentimientos: hilaridad por lo estrafalario que resulta todo o pena de ver cómo una ciudad que ya estaba bastante tocada por la crisis, va a terminar de hundirse irremediablemente. Sin embargo, para los que vivimos aquí, para los que crecimos aquí, para los que vemos crecer a nuestros hijos aquí, todo esto es un auténtico drama. Ni media risa despierta.
Si hay una ciudad que no puede permitirse experimentos, esa ciudad se llama Cádiz. Hasta la fecha hemos oído hablar de sueldos de concejales, de comida para niños a los que ya se atendía por otras vías, de banderas, de absurdos incidentes con cónsules, de cuadros, de órdenes de jueces que nuestros concejales quieren revocar por su cara bonita, de cambiar de nombre el estadio, de patéticas cartas al presidente de Grecia, de volver a llenar de porquería la playa de una punta a otra de la ciudad... de un montón de cuestiones que a los gaditanos nos traen al pairo. Ni una palabra de planes de empleos. Ni para jóvenes, ni para mayores de 45 años, ni para nadie. Ni de planes turísticos, sobre cómo mantener la buena política que se venía haciendo con los cruceristas, una de las mayores fuentes de ingresos de la ciudad. Ni de planes industriales... nada de lo que a medio-largo plazo puede hacer que los gaditanos empecemos a respirar. Nada sabemos de cómo va a coordinarse con Zona Franca la tan necesaria reconversión del polígono exterior, que debe convertirse en un pulmón económico para la ciudad. Nada.
Hasta ahora todo se ha limitado a medidas populistas, propias de políticos mediocres que no ven más allá de sus propias narices. O a proclamas teóricas que solo les jalean los suyos, los cuales ni muchísimo menos son la mayoría de los gaditanos. Aunque ellos, no se sabe muy bien por qué razón, han concluido que sí.
Estamos dando pasos para atrás, nos guste o no. Ya digo que si uno fuese de Palencia o de Murcia, podría resultar hasta gracioso. Pero maldita la gracia que hace que cuatro recién llegados a la política experimenten con nuestra ciudad la cantidad de exposiciones teóricas que les contaron en sus respectivas facultades entre risas, cervezas y saludos entre camaradas. Cádiz no está para experimentos, para tratar de aplicar políticas utópicas que solo conducen a más ruina.
