Pasé la primavera de 2010 en Belgrado para impartir unas clases de arquitectura española en el Instituto Cervantes. Sólo habían transcurrido diez años desde que la ciudad sufriera los feroces bombardeos de la aviación americana. Resultaba sorprendente la capacidad de recuperación de esta hija del Danubio, la larga cinta de agua que siembra su recorrido de bellas ciudades: Ulm, Linz, Viena, Bratislava, Budapest y Belgrado, ésta justo en el punto donde el Sava entrega su caudaloso torrente a la arteria fluvial que articula Europa Central. La recuperación física ya había cicatrizado las huellas de la devastación y se alzaba orgullosa de nuevo la alta torre de vidrio que fue sede del Partido Comunista, la cual quedó abierta como plátano pelado al ser alcanzada por una bomba. Más sorprendía la recuperación del pálpito agudo de la vida, que llenaba de bulliciosa alegría las calles y las plazas. Bastaba pasear las amplias riberas fluviales, con sus poblados lacustres a base de locales de ocio y gastronomía siempre llenos de divertidos parroquianos. Ni siquiera se hablaba de una guerra que comenzó en 1991 entre serbios y croatas, dos pueblos eslavos que hablan la misma lengua pero estuvieron largo tiempo separados por los grandes Imperios que se desmantelan tras la Gran Guerra de 1914. La segunda guerra les divide nuevamente, pues Croacia fue nazi y Serbia combatió a Hitler aún después de la ocupación, mediante una guerrilla que dirigía un croata llamado Tito. Ha regresado la paz y el pueblo serbio disfruta de razonable prosperidad, su moneda es el dinar, y supe que el salario mensual medio rondaba los treinta mil dinares que venían a suponer unos 300 euros. Hay que explicar el alto nivel de vida que se puede apreciar considerando las ventajas de una economía monetaria nacional independiente, y también de las políticas asistenciales del Estado. En Serbia como en Rusia no existe la carga hipotecaria pues las viviendas sociales cubren el derecho a un alojamiento digno. Por otra parte, los gastos se ajustan al circulante. Una buena cena en un confortable establecimiento de la ciudad no cuesta más allá del equivalente a cinco euros por persona.
Ricardo Aroca, catedrático de la Politécnica madrileña, contaba que las guerras de los Balcanes se podían entender como parte de la política norteamericana para controlar la expansión del euro que compite con el dólar como moneda de referencia. Aún hace poco otro cátedro de la misma universidad, Luis Fernández Galiano, conocido también por sus comentarios en prensa, que acababa de regresar de Estado Unidos decía percibir ciertas simpatías en círculos intelectuales con relación a las formaciones europeas que plantan cara al Banco Central Europeo, como Siryza o Podemos. Al margen de esto cuyo alcance desconozco, creo que para los países del sur pobre de Europa la entrada en el euro no ha sido un buen negocio. La unión europea carece de proyectos de cohesión política, social y cultural, tan sólo la imposición del euro y el control del crédito, forzando a sus socios deudores a adoptar medidas de austeridad y precariedad que garanticen la recuperación de los préstamos. En definitiva, priorizar los intereses de un Poder Financiero que no tiene patria sobre los intereses de las poblaciones que sí la tienen aunque ya no es independiente. Los griegos han dicho "no", como hubieran respondido los españoles si Zapatero les hubiese consultado antes de cambiar la Constitución en 2011.