Las redes sociales, todo internet, forman una nueva forma de lenguaje y comunicación que tenemos que aprender a manejar. En las últimas semanas, con unos índices de crispación preocupantes, hemos tenido la oportunidad de obtener más enseñanzas que en los últimos años. Es lógico admitir que todos necesitábamos bagaje y rodaje para cogerle el aire, sucede con cualquier herramienta, con todos los hábitos, usos y costumbres.
Si hemos aprendido algo indiscutible tras los escándalos del concejal madrileño Guillermo Zapata y del guardia civil Rafael Jarque es que los viejos dichos nunca mueren, los refranes más usados y aceptados tienen tal carga de sabiduría que son aplicables a cualquier avance tecnológico. En este caso, debe convertirse en lema que cualquiera es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Porque a estos casos, y a tantos que veremos, les une un cordón umbilical: la ejemplaridad. Ningún ciudadano quiere como representante municipal, como garante de su seguridad, a personas que se mofan de las víctimas del terrorismo, se burlan de personas asesinadas o jalean a viejos líderes fascistas, defienden la pena de muerte, la toma de Cataluña o el ojo por ojo.
Al escribirlo, simplemente, sus vecinos descubrimos que los autores de esos textos tienen esas ideas. Por tanto, quedan incapacitados para representar o proteger a sus vecinos. Da igual que lo hagan en papel impreso, que lo declaren por la radio, que lo escriban en internet. Es el contenido y la ejemplaridad.
En cualquier caso, en todos los casos, en el del concejal o el brigada de la Benemérita hay que tener en cuenta que se trata de comportamientos particulares. En el caso de la Guardia Civil, el prestigio de la institución está a salvo de cualquier desmán de uno de su integrantes. El hecho, además, de que hayan sido otros guardias civiles los denunciantes honra aún más el uniforme y refuerza sus valores ancestrales.