Este mes de junio cumplimos 30 años como europeos. En 1985, solo 7 años después de que ratificásemos nuestra Constitución, nos adherimos a ese gran proyecto surgido, tras la II Guerra Mundial, de la mano de hombres como Schumann, Gasperi, Adenauer o Monet. Un proyecto cuyo fin más ambicioso era el mantenimiento de la paz en nuestro, históricamente, atormentado continente. Un proyecto que, efectivamente, ha logrado el mayor período de paz de la historia europea con la unión de todos nuestros países bajo regímenes democráticos y que ha convertido a Europa en el continente más desarrollado política, económica y socialmente del mundo. Por supuesto que desde entonces han existido vaivenes y crisis de todo tipo en ese gran, y complicado, proyecto común, pero no existe ningún otro lugar donde imperen como en Europa los valores constitutivos de la Unión: democracia, dignidad, libertad, responsabilidad, estado de derecho y respeto a los derechos humanos. Para España, esa adhesión supuso no solo un especial Plan Marshall, con miles de millones para modernizar nuestro Estado y elevar el nivel de vida de los españoles, dando la vuelta al país como si de un calcetín se tratase, sino que terminó con décadas de aislamiento haciéndonos partícipes de ese futuro común. El balance de estos 30 años nos reafirma en que ha sido el período más fructífero de nuestra historia reciente, ayudando a la consolidación política y al desarrollo y modernización de nuestra sociedad. Y Andalucía, y Cádiz, a pesar de sus peculiaridades y especiales circunstancias, no han sido ajenas a esa transformación. Muchos no reconocen el cambio; algunos porque no conocieron la España de hace 40 años; otros, porque les falla la memoria que, al fin y al cabo, es una de las capacidades humanas más frágiles; otros, en fin, porque su paso por las facultades de historia no les dejó demasiada huella. Por eso resulta triste haber visto, en las últimas tomas de posesión municipales, como los herederos de aquel PSOE que tanto hizo por la adhesión a Europa, fueran obligados, y aceptasen el chantaje, de enseñar sus papeletas a los que quieren cambiar el proyecto europeo por el bolivariano de Venezuela. Por supuesto que, en democracia, son los ciudadanos los que deciden los modelos a seguir, aunque a poco que se haya leído algo más que consignas fáciles y demagógicas, se tendrá que reconocer que las condiciones de vida, políticas y sociales, de Europa están a años luz de las que sufren los venezolanos. El proyecto europeo ha costado, está costando, mucho esfuerzo pero es lo mejor que hemos hecho entre todos. Un proyecto del que formamos parte gracias a que, hace 37 años, nuestra Constitución nos abrió las puertas hacia Europa. Una Constitución, que nos trajo la democracia, el derecho, la libertad y la mayor etapa de progreso social y económico de nuestra historia. Es cierto que estamos viviendo momentos difíciles pero intentar hacer creer que en España se vive como en el tercer mundo es una auténtica falacia. Una Constitución que algunos han prometido acatar por imperativo legal hasta que la cambien, porque para ellos estos 37 años han sido una pesadilla y añoran, para ello si tienen memoria y formación histórica, una España preconstitucional.