Sucede de pronto: se hace el sueño ligero como el plumón de un pollo y a la amanecida, camino del cuarto de baño mientras la ciudad duerme, reconoce uno la camiseta sudada de la noche y el vacío en el estómago. Es la llamada del reloj biológico, el ciclo circadiano sanferminero de los que comienzan el año con el chupinazo y para los que el 15 de julio es el día más triste del año.
El cuerpo ya sabe antes que uno mismo el día que es: quedan dos semanas para el 'big bang'. Entonces calza uno las zapatillas y sale al parque a perseguir o escapar no sabe de qué y sube las cuestas como si no hubiera mañana y se da con los talones en el trasero. Los que van camino del trabajo lo miran como si estuviera loco y corre hasta que se nubla la vista mientras pasan por la mirada los fotogramas de aquella carrera salvaje. Hasta el perro mira con extrañeza. Sube la música en los cascos hasta no poder pensar, pero todo es lo mismo. En las letras de las canciones puede seguir el vuelo de las golondrinas en el cielo de la cuesta de Santo Domingo, los guantes de látex de los médicos asomados al vallado y las telas de araña de babas lanzadas desde los hocicos de los toros. El soplo en las pantorrillas, el suelo que vibra y el caudal enloquecido de cuerpos, cuando el río urge y aprieta sus ondas de tumulto y vocerío y espumas negras, redondas, como escribió Gerardo Diego. Siente en el pecho esa sensación opresiva que solo se nota antes de correr el encierro de Pamplona, como si se le sentara a uno en el tórax el fantasma de un gigante, pero recuerda también la plenitud de la victoria, de la vida reencontrada. Y entonces se da cuenta de que son los sueños pesadillas y dice que sí, dice vamos.
La pregunta no es cómo es que corre el encierro de Pamplona sino cómo puñetas no correrlo. San Fermín, que como dijo José Antonio Iturri, puede ser mejor que el sexo, es una de las mejores oportunidades que tienen el ser humano del siglo XXI para tocarle los costados a esta existencia, a este jardín de reproches, a este pasar sin tocar y a toda esta vaina sobre la decencia y lo que está bien y mal, este que si tú y que si yo en el que nos perdemos. Es rebelarse ante el seguro de vida, es eso que está tan de moda de salirse de la zona de confort, pero de verdad. A eso mismo vienen cada año hombres y mujeres desde la quinta puñeta, con sus botellas de sangría, sus mochilas y su no tener ni repajolera idea de lo que hacen. Correr el encierro sin saber de lo que se trata, entrar y salir para hacer 'check' en la lista de cosas que hay que hacer en la vida es tan inútil como vivir sin conciencia de que se vive.
En realidad, el encierro de Pamplona atrae a millones de tipos de todo el mundo porque viene a certificar casi físicamente que la vida es finita. Corremos empujados por la propia burguesía de nuestra existencia. A los que escapan en los tumultos de la frontera siria con bebés ajenos llorando en sus brazos, a las mujeres que paren en las pateras no les hace falta comprobar ocho mañanas al año lo rico que sabe recordar que uno está vivo. A mí, sí.