Algo se mueve en España. Comicios anteriores ya pronosticaron aires de cambio, aires de libertad. Muchos medios próximos al poder desbarataban ilusiones, que si las europeas no resultan significativas, que si las andaluzas es cosa de gente que anda con traje de faralaes. Y llagaron las municipales, nadie le puede negar importancia a este tipo de comicios, nada más próximo al pueblo que su Ayuntamiento, de hecho el 12 de abril de 1931 unas municipales trajeron la democracia plena a esa España que salía de una sucesión de guerras civiles y se encontraba al borde del Tercer Mundo. Noam Chomsky sostiene que la Segunda República Española fue el régimen más coherentemente democrático de todo el siglo XX, pero también una estrella fugaz, una nueva guerra civil, más terrible y devastadora que las anteriores, abortó la experiencia que no pasó de planes y proyectos. La libertad es un bien necesario pero escaso por estos andurriales. Algo llegó cuando falleció el dictador aupado por aquella guerra atroz, yo creo que incluso desde finales de los sesenta una pizca de libertad se filtraba por las rendijas de un Estado, tan burocratizado, ineficaz y vacío de contenidos ideológicos, que pasaba por paradojas tales como nombrar alcalde de Galapagar, localidad de la sierra rica madrileña, a un joven ingeniero que militaba en un grupo clandestino de pensamiento Trotskysta llamado Liga Comunista Revolucionaria. Comisiones Obreras, organización vinculada al Partido Comunista, controlaba el 'sindicato vertical' estatal. Y en los centros universitarios ondeaban banderas rojas y republicanas hasta que Franco decidió abolir en 1969 el Estatuto de las Universidades y se acabó la fiesta dentro de las facultades. Tomo el título de este artículo de un verso de Joan Margarit quien por entonces era catedrático de Cálculo de Estructuras en la Politécnica de Barcelona; yo era profesor de esa materia en Madrid pero como a él me interesaban más otras cosas: el amor, la libertad y la poesía. Nos hicimos amigos al descubrir que ambos podíamos recitar de memoria buena parte de la obra de Pablo Neruda, tanto sus poemas de amor como esas bellas odas, entre las cuales destacan las dos que dedica a la Batalla de Stalingrado.
Joan Margarit nació en plena guerra civil muy cerca del frente (La Segarra, Lleida, 1938). Su familia se traslada a Santa Cruz de Tenerife, la infancia canaria es otra pasión compartida, ambos añoramos la isla del tesoro como nuestro paraíso perdido. Le conocí mucho después, siendo él ya un virtuoso de la poesía y profesional de prestigio, y yo como ahora, humilde aprendiz que con avidez escucha a los maestros. Me regaló su antología bilingüe 'Cien Poemas' (La Veleta, Granada), prologada por José Agustín Goytisolo, aún conservo su dedicatoria manuscrita: «Ojalá Julio, alguno de estos poemas fuese para ti, un poco, solo un poco, como un canto de amor a Stalingrado». Recuerdo la enfermedad de su hija Joana, a quien escribe un poema mientras esperaba que le recogiera en su hotel: L'alba en Cádiz, que luego incluye en el libro que dedica a su hija fallecida en 2002. Comentaba: ¿Qué son sin los desastres la vida y los poemas? En 2008 obtiene el Premio Nacional de Poesía. Hoy se van a constituir nuevos Ayuntamientos en toda España: 'La libertad es un extraño viaje', Joan proponía solicitar la incorporación del Estado Español a la República Francesa. No deja de ser una 'boutade', pero que recuerda viejos ideales aún por conquistar: libertad, igualdad y fraternidad.