Uno de los lemas más de moda por estos lares es la frase 'derecho a decidir' aplicada a la mayor variedad de temas, asuntos, materias y cuestiones. Amplitud que se extiende a los mecanismos para expresar ese derecho, ya sea en un campo de fútbol, en una plataforma on line o en una asamblea en plaza pública. Tan de moda está el lema que hasta el marketing de una conocida empresa multinacional lo utiliza, subliminalmente, para incrementar sus ventas y sus cuentas de resultados. Vaya por delante que, a mi modo de ver, el principio básico de la toma de decisiones no se limita a un derecho sino que, por el contrario, es una obligación que, consciente o inconscientemente, ejercemos todos los días; continuamente decidimos, con mayor o menor fortuna, sobre los más variados asuntos que afectan a nuestras concéntricas esferas de responsabilidad. Porque, como ya decía Sartre, el hombre está condenado a ser libre. Y, consecuentemente, a responsabilizarse de los frutos o secuelas de sus propias decisiones. Otra cuestión diferente es que el derecho a decidir exige la identificación de sujeto, verbo y complemento, o dicho de otra manera, exige la concreción del asunto sobre el que se decide, el mecanismo para hacerlo y, lógicamente, el quién o quienes llevan a cabo la decisión correspondiente. Y, por supuesto, la identificación de las personas sobre las recaen los efectos de las decisiones así como los ámbitos, públicos o privados, involucrados, incluyendo esos espacios grises situados entre ambos. Obviamente, existen decisiones que nos afectan exclusivamente a nosotros mismos y en los que la injerencia externa está de más. No ocurre lo mismo cuando los efectos de esas decisiones se expanden fuera del ámbito exclusivamente personal. Y valga un ejemplo para ello.
Una de las más sonadas reclamaciones sobre el derecho a decidir en los últimos tiempos, defendida a ultranza por determinados grupos y difundida ampliamente, se refiere a administrar, o no, vacunas a nuestros hijos. Podría parecer a primera vista una cuestión que afecta exclusivamente a la esfera familiar; sin embargo, ello no es así y el caso del niño afectado recientemente de difteria resulta sumamente ilustrativo. Porque la protección del 5% que no se vacuna está protegido por lo que los especialistas en salud pública llaman 'efecto rebaño', protección que se perdería al disminuir el porcentaje de vacunaciones, con el riego de que después de 30 años volviese a aparecer en nuestro país una enfermedad potencialmente mortal y que se había erradicado gracias precisamente a la vacunación. Por tanto, las consecuencias de la decisión de no vacunar afectan a una población que va mucho más allá de nuestra propia familia. Otro ejemplo de manipulación, también muy de moda en esta época postelectoral, del derecho a decidir es el intento de sustitución de los ámbitos constitucionales de decisión por otros espacios asamblearios como contraposición individualista a los mecanismos de funcionamiento democrático que regulan la convivencia social y el equilibrio del binomio inseparable de derechos y deberes. Y digo bien lo de individualista porque no solo se excluye a una parte muy importante de la población sino que también se torea a los ingenuos convocados.