Casi nadie llegó a aventurar un resultado así, acostumbrados a que, de una u otra manera, el final terminaba siendo siempre un más de lo mismo. Las fuerzas emergentes culminarían integrándose en un esquema político similar al anterior. Un exceso de confianza condujo a abordar con ligereza la situación y a pensar que la tormenta no era más que un tornado estacional difícilmente reproducible. A pesar del aviso nadie se dio por enterado y los resultados de marzo, contra todo pronóstico, lograron extrapolarse a mayo. La expectativa cierta de un cambio capaz de dar salida al insufrible estado de pobreza, la indignación creciente ante la escalada de saqueos del dinero público, la decepción de quienes durante décadas confiaron en una izquierda que culminó olvidando la razón última de su existencia y la ilusión de quienes se incorporaban por vez primera a las urnas acabaron alumbrando una situación en nada comparable con la hasta ahora conocida y difícilmente gestionable desde las lógicas y comportamientos habituales. Negar la realidad mirando para otro lado y eludiendo adoptar las decisiones que en cada caso convienen, a menudo conduce al revolcón seguro por un toro al que se le pierde el frente y deja de sujetarse convenientemente por dónde más peligro ofrece.
La noche electoral estuvo marcada por el rostro desencajado de Teófila, la euforia coplera del Kichi y el discurso rallado de Martín Vila. Fran pasó más desapercibido. El día después continuó siendo, para unos de incredulidad y lágrimas por la emoción contenida. Para otros de un subidón sostenido que les llevó a confundir los deseos con la realidad.
Cuando han transcurrido 10 días de la apertura de las urnas y se ha dicho y pronosticado casi de todo resulta complejo, aunque apasionante, continuar elucubrando sobre las consecuencias de los resultados. Por inercia o por pauta aprendida tiendo a evitar la visceralidad en las valoraciones de los hechos. Me apetece más detenerme en oír las opiniones ajenas que apresurarme a emitir las mías. Por eso, procuraré no reiterarme sobre lo dicho y apuntar hacia lo que no se ha expresado aún.
En mi anterior columna aposté por el pase a mejor vida del perverso rodillo. Término metafórico que compendia arrogancia, nocturnidad, desprecio a la legitimidad de los otros y gobierno por decreto, como actitudes emanadas de las mayorías absolutas. Cuando estaba celebrando las bondades de tan beneficiosa pérdida; me sorprende la radicalidad de quién se tiene por vencedor sin reparar en el apoyo que precisa. La semana ha transcurrido entre apuestas a la mayor y entreguismo en aras a un acuerdo desesperado que procure el poder a unos y se lo arrebate a otros. La ciudadanía asiste al espectáculo desorientada y perpleja.
Buscar sintonías con quienes comparten visiones análogas de una misma realidad es la esencia de todo pacto que pretenda, más que el poder sin más, la consideración por la ciudad y el afecto de los ciudadanos. No obstante, lo que la gente ha diferenciado en las urnas debe mantenerse a toda costa en el modelo de funcionamiento que definitivamente se adopte y, sobre todo, mantener el diálogo, sobre la base del respeto a lo comprometido. Si por contra la componenda no conduce sino a reproducir las actitudes altaneras de los consorciados, sean quienes fueren, frente a los excluidos no habremos hecho sino cambiar de actores para mantener idéntico guion. El nuevo tiempo exige estilos nuevos de hacer.
Entre el conmigo o contra mí, el esto es lo que hay o el aquí mando yo y no manda más nadie, que siempre he detestado, me quedo con la ingenuidad y la frescura de Manuela Carmena en la noche electoral. Son tiempos para seducir. Para ir a quienes no nos han dado su confianza y razonar juntos. Para estar atentos a destacar sus bellezas y aciertos. Para gestionar con habilidad los distanciamientos. Seducir es siempre el primer paso para enamorar.
