No pudo ser. El Cádiz no consiguió ayer su sueño de ascender a Segunda División A. De nada sirvió la ilusión que se desprendía por toda la provincia y que volvió a unir a todos en pos de un objetivo común, aunque fuera deportivo. De nada sirvió el espectacular recibimiento al autobús del equipo por la Avenida principal de la ciudad, ni las muestras de cariño y de ánimo de los cadistas a los jugadores en los días previos.
En el fútbol -siempre ha sido así- al final los que decantan el resultado de un lado o de otro son los jugadores, no los aficionados. Y sencillamente, el Cádiz ayer fue peor que el Oviedo. El equipo que tan brillantemente está dirigiendo Claudio Barragán esta temporada, hizo ayer uno de sus peores partidos. Justo en el momento que más se necesitaba, fallaron. Así como en el encuentro de ida en el Carlos Tartiere fueron superiores, esta vez fueron peores.
En cualquier caso, esta situación -tristemente- no es nueva para el hincha del equipo amarillo. A lo largo de sus más de cien años de historia ha pasado por trances mucho peores que este. Y siempre se ha repuesto. Siempre ha remontado el vuelo, por muy duro que fuera el palo recibido. Este lo es, no cabe duda. Pero la lectura positiva es que no es definitivo. El Cádiz se ha ganado su derecho a una segunda oportunidad tras quedar campeón de grupo. Sin tiempo para distraerse, además, pues hoy mismo se celebra el sorteo y conocerá a su próximo rival.
No queda más opción que levantarse y volver a luchar. La provincia entera así lo espera, por más que ayer sufriera una nueva decepción. Un triunfo a la primera hubiese sido ir contra su propia historia. No podía ser tan fácil. No lo será, de hecho, en los próximos envites. Pero el sueño aún está vivo. Y eso ya es mucho.