Verídico. Tanto como aquellos interminables chistes de Paco Gandía, el humorista más recordado de la Transición -¿o habrá que empezar a decir ya I Transición?- Dos hombres, una cola única, el Carrefour de la calle Libertad, cinco de la tarde. Le dice uno a otro, «¿Tú has votado al Kichi?», el otro «¿A quién?», el uno, «Al Kichi, joé, al de Pokemon». Cádiz, cinco de la tarde, Carrefour de la calle Libertad, dos hombres y una cola única. Verídico como la vida misma, verídico como las dos señoras que, en un colegio electoral del centro, el pasado domingo pregonaban que habían votado a Antonio Vergara, el de «Canal Cádiz entre todos». Ya les dije que nos íbamos a entretener durante la campaña, pero no sabía cuánto nos íbamos a entretener después de las elecciones.
Esta ciudad, no hace falta que se lo recuerde, ha sido siempre de lo más polemista -aunque en los últimos veinte años lo fuésemos algo menos-. Tres mil años lo atestiguan, y aquella cosa del ¿Qué pasa en Cádiz? y lo de que «aquí nació la libertad de expresión» no son batallitas de la abuela sino imágenes reales, cristalizadas por el paso del tiempo, pero tan arraigadas en la población que, a la primera de cambio, sacamos al estadista, al estratega y al analista que todos llevamos dentro y en menos que canta un gallo arreglamos el Ayuntamiento, la Junta, el Gobierno y la Unión Europea si es necesario y sin tener la más mínima idea de nada. El debate no está en la asamblea de Por Cádiz sí se puede, ni en los despachos del Partido Popular, ni en la sede del Partido Socialista; el debate está en la calle, en las calles, entre la gente que, como usted y como yo, estamos viendo a los gladiadores en la arena y esperamos que de un momento a otro, salga el león y se los coma.
De tonterías habrá escuchado usted en esta semana como para poner un puesto. Tonterías de un lado y tonterías de otro -porque lo de decir tonterías es patrimonial y nos iguala a todos-. Del miedo, al abrazo del oso, de la bajada de pantalones, al porque lo digo yo, de las lágrimas, a la euforia hay todo un catálogo de sandeces que camuflan el verdadero problema, ¿quién le pone el cascabel al gato? y si me apuran un poco ¿a qué gato?
Porque lo de la Alcaldía de Cádiz se está poniendo complicado. Las resacas son muy malas, y en una ciudad como ésta, debería ser una lección aprendida, porque el peligro de la corriente de resaca no es el de ser arrastrado mar adentro, sino la forma en que cada uno es capaz de reaccionar. La gente de la mar lo sabe, ni nadar a contra corriente, ni entrar en pánico son las mejores maneras de librarse. Pero nadie escarmienta en cabeza ajena, mucho menos cuando la cabeza ajena es la que está en juego.
José María González 'Kichi' tiene ocho concejales. Ocho. Ni puede formar gobierno por sí solo ni es la formación política con más representantes. Teófila Martínez encabeza la lista más votada, pero indiscutiblemente hay una mayoría de votantes que no la han respaldado -diecisiete concejales frente a sus diez- ni la quieren como alcaldesa. Fran González ha obtenido los peores resultados de la historia del PSOE en Cádiz, pero tiene la llave que abre el Ayuntamiento, aunque no tenga ganas de abrirlo. Y su voz, y la de los cuatro concejales de su partido es la que en estos momentos habrá que escuchar. Ciudadanos y Ganar Cádiz son carne de resaca y sus cuatro concejales ya están repartidos. La cosa está complicada.
No ayuda nada el talante. Ya lo decía Zapatero -a él tampoco le ayudó, la verdad. El talante chulesco, tabernario, el «aquí mando yo» y esas cosas restan mucho. La arrogancia no está bien vista. Y a la lechera se le rompió el cántaro antes de llegar al mercado y se quedó sin gallinas, sin huevo, sin vacas, sin asamblea popular. A José María González los fuegos artificiales le pueden estallar entre las manos, sin que hayan hecho falta ni «susto ni muerte».
Una cosa hay clara. Aquí no hay segundas oportunidades, ni es una «cuestión de tiempo» como decía la alcaldesa en funciones -que hablaba en primera persona como si no hubiese habido un equipo de gobierno, «hice aquello que pensé que sería lo mejor» y hubiese manejado la ciudad en solitario- en la inauguración de la exposición de Cayetano del Toro. Porque desde el pasado domingo, estamos jugando otro tiempo del partido. Un tiempo nuevo. Un tiempo en el que las decisiones se tendrán que tomar desde la más absoluta humildad y con voluntad de servicio, con la certeza de que la gente ya no está para tonterías.
Gobierne quien gobierne, sea quien sea el heredero de Salvochea -por utilizar un nombre demasiado usado en estos días- tendrá que hacerlo con pies de plomo y dejando atrás los gestos y las actitudes prepotentes. Porque si hay algo peor que el susto o la muerte, es la muerte súbita. Y esa sí que no tiene remedio.
Nos quedan aún dos semanas. Y el Corpus de por medio. Insisto, vamos a estar entretenidos.