Es título de un relato corto de Fernando Pessoa (Lisboa 1888-1935), uno de los escritores más brillantes de la literatura universal. Publicado en 1922 en la Revista Contemporánea se trata realmente de un inteligente diálogo filosófico sobre las contradicciones de la condición humana, mediante un personaje que encarna los extremos del espectro social de su tiempo. Pessoa recurre a una conversación espontánea como final de cena entre el narrador y un banquero descrito como insaciable acaparador. La conversación languidece mientras el avaro apura su cigarro y el autor para animarla pregunta sobre su pasado anarquista. El banquero cuenta que fue obrero no sin aclarar que trabajó lo menos posible; a partir de ahí proclama su posición contra todas las convenciones y formulas sociales, así como la justificación del esfuerzo por su abolición total, proclamando con firmeza que tan malo es el dinero como el Estado, la familia y las religiones. El banquero confirma las convicciones de su juventud, y se considera libre ya que ha cumplido un deber consigo y con la libertad misma, y por eso declara que es un anarquista científico, pues la mejor manera de liberarse consiste en acumular enormes cantidades de dinero, la primera y más importante de las ficciones sociales.
Cuando Pessoa escribe este relato la Banca se había constituido en el poder más sólido sobre países de mercado libre, que se encontraban amenazados por acontecimientos devenidos tras la Gran Guerra, como la revolución en Rusia y los graves conflictos sociales que recorren el mundo: México, España, Austria, Hungría; los cuales acaban por engendrar otra guerra generalizada aún más pavorosa. La figura del banquero privado representa desde muy antiguo la parte más hosca del capital, y de hecho muchas creencias condenaban el prestamismo, incluso hasta hace poco para la Iglesia Católica se trataba de una actividad pecaminosa, lo cual justifica desde la cultura anglosajona el retraso económico de los países de tradición católica arraigada como Irlanda, España e Italia. El desenlace de la Segunda Guerra Mundial divide el mundo en dos modelos económicos diferentes: El socialismo de Estado donde no existía crédito privado; y el mundo capitalista en el cual se generalizan políticas socialdemócratas que en muchas situaciones también mantienen total o parcialmente la nacionalización de la Banca. En el espacio socialista se desata una profunda crisis tras el fracaso de las políticas democráticas de la etapa Jruchev, que se revela con la toma de Praga por tanques soviéticos para acabar con las experiencias de socialismo en libertad, en agosto de 1968. Algo más de veinte años después la caída del muro de Berlín, el 10 de noviembre de 1989, sella el final del modelo socialista en Europa. Con sus consecuencias para el mundo capitalista, pues ese hecho va a debilitar las políticas socialdemócratas y en consecuencia la Banca privada recupera su papel y un gran poder político.
Hace poco el periodista Jordi Évole entrevistó en un programa televisivo al prestigioso economista greco australiano Yanis Varufakis, actual ministro de Finanzas en Grecia. Le comenta que en uno de sus libros explica cómo el poder financiero controla a los gobiernos del mundo liberal y si esto sigue siendo así. No quiso opinar sobre el caso español, y le preguntaron: ¿En Grecia quién controla el poder, la Banca o su gobierno? Varufakis contestó: «la Banca pero trabajamos para cambiar esa situación». Un diagnóstico preciso acerca del peso que el poder financiero detenta, sobre todo en el modelo de la zona euro.