Conforme se consolidaba la democracia, en Medina se fue asentando un convencimiento que llegó a tomar forma de dicho: el PSOE pone la imagen de una cabra en los carteles electorales y sale de alcalde la cabra.
Esa certeza se quebró de forma sorpresiva hace cuatro años. El pasado domingo volvió a repetirse la victoria de IU, esta vez incluso con un incremento de votantes con respecto a los resultados de 2011. Algo habrá hecho bien el equipo de gobierno de Manuel Fernando Macías para que el electorado así se lo reconozca y se lo premie.
Desde un punto de vista imparcial considero que el tono político de la gestión ha sido el adecuado con respecto a la realidad del pueblo y la difícil coyuntura económica. Pero lo más importante es que no se ha gobernado desde las siglas, ni desde el sectarismo ni desde la revancha. Se ha ejercido el mandato no sólo con la exigible austeridad, sino además con apertura de miras y demostrando flexibilidad mental. Este buen sentido del deber y de la equidad ha colocado en el bando de los enemigos a quienes no han sabido encajar algunas decisiones, pero ha acarreado al mismo tiempo opiniones favorables de quienes han visto, o intuido, una coherencia y un comportamiento humano en la gestión.
El alcalde, al frente de su joven equipo, ha tomado decisiones con alto riesgo de pillarse los dedos, ha concluido obras que languidecían y ha puesto en marcha iniciativas de colaboración ciudadana con el propósito de hacer pueblo. La municipalización de los servicios del transporte urbano, del agua y de la recogida de residuos, la conclusión de las obras de la plaza de abastos y del muro de la Salada, la adecuada gestión del Banco de Alimentos, la elaboración de un Plan Estratégico con la participación de todos los sectores sociales, el logro de reunir a los representantes de la hostelería para potenciar en conjunto nuestra riqueza gastronómica y, sobre todo, las duras negociaciones con los poderes de la banca, las eléctricas y la cerrazón medieval de la Iglesia a fin de conseguir una rebaja en los intereses de la deuda municipal, el incremento contributivo por la explotación de los aerogeneradores y evitar la catástrofe urbanística y cultural del templo de San Agustín destacan, así, a vuelapluma, entre sus actuaciones.
Pero lo que realmente da valor a todo esto es que se ha llevado a cabo sin autoritarismos ni agresividad, con un tono afable y dialogante y dándole a la imaginación, en esta época de crisis, un importante papel para paliar, dentro de lo posible, la falta de recursos económicos. No se observa que el pueblo, por falta de liquidez, haya caído en estado de abandono, los funcionarios municipales continúan cobrando sus nóminas, los servicios públicos funcionan y las iniciativas culturales, dentro de nuestras capacidades y ambiciones, cuentan con un convencido respaldo.
Por supuesto es mucho lo que aún queda por hacer. Escucho quejas sobre falta de agilidad en el ámbito de la gestión administrativa. El barrio de Santa Catalina continúa mostrando su vergonzosa apariencia de masacre bélica después de más de veinte años de abandono. El polígono Machorro es una patata caliente que agoniza entre una maleza cada vez más exuberante. La iglesia de la Victoria es otra bomba a punto de estallar en pleno casco histórico.
Si el nuevo Ayuntamiento se aplica a ello con empeño quizás espante durante muchos años el fantasma de la cabra.