Será cierto que los seres humanos son animales de costumbres, que tienden a convertir el hábito cotidiano en una norma inviolable. La inercia es una de las fuerzas más poderosas del universo. Todos tendemos a creer que todo es para siempre, inamovible. Un consuelo. Falso como tantos.
Los dirigentes municipales del Partido Popular en Cádiz, los concejales y colaboradores más cercanos, los técnicos más veteranos y los cargos de confianza caen en esa trampa. Como todos. Es la única explicación al ambiente fúnebre, de pérdida real, que se vive en esos equipos desde la noche del domingo, el ya capital e inolvidable 24 de mayo.
Si las alegrías son mayores cuando inesperadas, sucede lo mismo con su revés, con los palos por sorpresa. A la vista de la reacción -quizás tan poco racional como absolutamente humana- es evidente que nadie en el PP de Cádiz esperaba bajar de los 12 concejales. Nunca. Imposible. Menos aún que Ciudadanos, su chaleco salvavidas en caso de marejada, sacara menos de tres. Sencillamente, no se contemplaba esa posibilidad. Jamás. Nadie.
Cuando la posibilidad se hizo probabilidad y, al caer la noche, se convirtió en recién nacida realidad, la reacción fue de incredulidad, de shock. Ya fue posible ver llorar en la sede de los populares a, de repente, exconcejalas como Carmen Sánchez y Lola Palomino. Hasta la sonrisa de los populares, su cara más amable, Bruno García León, aparecía con lo que en términos retóricos suele denominarse «toda la cara partida».
Menos comprensible y previsible resultaba, aún ayer -36 horas después del naufragio del sufragio- encontrar lágrimas, abrazos largos y conversaciones apesadumbradas en algunos pasillos del Ayuntamiento, los que frecuentan los funcionarios con más contacto con los ediles, los que pisan más asesores y colaboradores. «Han sido 20 años de trabajo», asegura una veterana que ya acudía a diario en la etapa de Carlos Díaz. «Es verdad que nadie lo esperaba pero esto funciona así. Igual, lo raro es que muchos hayamos estado 20 años juntos».
La cifra, las dos décadas sin interrupción, se menciona mucho. Debe de ser por justificar la pena, por poner coartada a una incomprensión que les produce pudor. Saben que su salida es fruto de una situación democrática, lógica y nadie está orgulloso de tener los ojos como si hubiera pelado un camión de cebollas. Algunos detalles traicionan al discurso del respeto. La mayoría de los ediles populares tenía actos previstos en sus agendas hasta mediados de junio. Nadie contemplaba la posibilidad de tener que parar ni ceder los trastos. Había un calendario para presentar las pequeñas y medianas, numerosas y molestas, obras urbanas, tan tradicionales de campaña. Ahora, nadie sabe nada. Ni quiere saber.
Las reacciones personales han dado paso a gestos políticos. Para calibrar el nivel de hundimiento anímico basta recordar que ningún concejal en funciones, ni uno, acompañó al secretario de Estado de Infraestructuras, Manuel Niño, en el acto de colocación del último tramo del puente el pasado lunes.
Nadie habría concebido la ausencia de Teófila Martínez en un momento tan simbólico de su simbólica obra, de su magno legado. En tres días, ni una comparecencia, cuando era una alcaldesa omnipresente frente a cámaras, micrófonos y vecinos, con campaña o sin ella.
Las tripas y el corazón
Pese a la tristeza del retrato, la alcaldesa es la que mejor imagen transmite. Busca y logra sonreír. Pese a su tendencia a la emoción y la pasión al debatir, el domingo tanto su voz, como sus ojos y su gesto aguantaron. Es la que aparenta mejor ánimo de todo el equipo. Ayer, incluso, se armó de responsabilidad, se lió la manta institucional a la cabeza para anunciar que inicia la ronda de formación de gobierno, como si no pasara nada, como si tuviera la menor posibilidad, como Dios y los números del recuento mandan. Dos de sus concejales más leales consideraban ayer «muy poco probable que se vaya antes de acabar estos cuatro años». En varias entrevistas dejó dicho en campaña que cumplirá con la misión que le encomienden, que no es de las que se raja ni se marcha por la puerta de atrás, que si le tocaba oposición, oposición sería.
Si las fuerzas y la coherencia le acompañan, parecerá una veterana dama que vela por su vasto legado, por su largo patrimonio político, mientras unos jóvenes herederos corren de arriba a abajo por los pasillos la mansión señorial.
Mal papel, duro final para un personaje histórico, que batió todos los récords de apoyo electoral pero al que le faltará el último: el de mayor duración en el cargo. Ya nunca alcanzará a José León de Carranza (1948-1969) que siempre le ganará por uno. 21-20. Resultado final. Le quedan dos semanas de alcaldesa en funciones y todos los suyos la escoltan con la cara que se usa tras las defunciones.
El epílogo serán cuatro años en la oposición aunque resulta difícil creer que los cumpla. Era la alcaldesa por costumbre, por la ley que crea el hábito. Era lo normal. Todo parecía eterno.