La decisión de acortar el recorrido del Nazareno y la polémica suscitada en torno a la medida de la junta de gobierno de la hermandad reaviva el eterno problema en las cofradías. Un mal endémico de todas las corporaciones y que las lleva a que su mejor o peor gobierno sea puesto en jaque por los hermanos disconformes. Los mismos que ni están ni se les espera en los actos internos de la hermandad, en los cultos y, mucho menos, en los montajes. Cierto que en ese simulacro de democracia que es una hermandad (no olvidemos que es solo eso, una apariencia) los cofrades tienen derecho a expresarse.
Sin embargo, bien distinto es superar la barrera del decoro, las buenas formas y la educación. Camisetas y pancartas en lo que es un acto religioso de piedad popular son un error tan supino como creer que ese es un foro más cercano a una manifestación que un Vía Crucis. Sin entrar a valorar si la decisión de la junta es más o menos acertada (que, por cierto, la argumentación dada es de lo más lógica). No es de recibo que esos mismos que ni asisten a los cabildos ponen en jaque la soberanía que una Junta tiene otorgada, por cierto, en unas elecciones.